E4: Hasta que la luna roja nos separe (Conner x Wolfeimer+18

Un aullido desgarrador lo sacó de sus pensamientos, llevandolo a subir por el conducto del tronco del árbol hasta llegar al exterior.

-Wolffy?

El brillo rojizo de la luna era la única luz de aquella noche desalmada donde los demonios y los espectros poblaban cada rincón de la isla. Conner intentaba ver más allá de la penumbra, sin resultados, no tenía la capacidad de ver en la oscuridad como quienes habían sido confundidos por la radiación carmesí.

Salió fuera del tronco, una pierna a la vez y avanzó cautelosamente con la agilidad y la forma de un gato negro, por encima de las ramas. Más adentro logró ver en la distancia una enorme figura que masticaba sin descanso los crocantes huesos y la suave piel de otra criatura. Sus ojos reflejaban una furia desconcertante. Por un momento se preguntó si debería acabar con el sufrimiento de aquel hijo de las tinieblas, pero solo lo observó desde su refugio, escondido entre la espesura del bosque que lentamente moría.

Su instinto de supervivencia que aún latía dentro de él le gritaba que saliera de ahí sin ser percibido. Pero en lugar de salvar su pellejo, solo se mantuvo quieto a la espera de una señal que le pudiera indicar que todavía existía un poco de consciencia en aquel arcano feral sediento de sangre.

"Conner, que estas haciendo? tu sabes que sucede durante la luna roja, aún si ese es Wolfeimer, si te ve, te hará pedazos sin dudarlo un momento, no tienes la fuerza para frenarlo, ni convertido en un Dragón podrías hacerlo retroceder, vete ¡Vete ya! o serás el próximo en ser destazado!" -Pensaba con los nervios de punta e incrementando a cada momento que se iba acercando. Fue entonces cuando Conner recordó su única debilidad.

Solo suplicaba que no recordase su aroma.

Despacio fue retrocediendo, con el tamaño más diminuto que podía permitirsele en la forma de un hada del bosque, entre las hojas suaves y marchitas de aquel manzano que le servía de refugio, a solo algunos metros de la entrada de su guarida.

Estaba asombrado con el reciente descubrimiento del que fue testigo: Cuanto más pequeño se hace un Shapeshifter, más se mezcla su aroma con el entorno. En este caso la vegetación muerta fungía como su soporte vital para escapar.
Estaba por dar media vuelta hasta que el Lycan fue sujetado del cuello por la cadena de un Minotauro, seguramente un Arcano cazador que se aprovechaba de la Luna roja para conseguir las partes de los arcanos dentro de un marco "Legal" por todo Mirovia sin ser castigado por la ley. Conner sabía cuales eran sus intenciones, vender la piel, garras, ojos y colmillos en el mercado negro una vez que la Luna roja acabase y las actividades del ilicito lugar fueran retomadas por sus difamados mercaderes.

El Lycan gruñía y luchaba por liberarse de las ataduras que le cortaban el oxigeno. La fuerza que ejercía haría que pronto la cadena se soltara. Conner solo observaba, impedido por su propio razonamiento; él sabía que pronto la cadena cedería y el Minotauro sería un desafortunado más que cometió el error de permanecer afuera durante las dos semanas más sangrientas de todo el año.

Pero en cuanto vio como se alzaba el flagelo de cadenas, retomó su forma original y su brazo se extendió como una espada, perforando el pecho del Minotauro desde el árbol.

Ya nada se podía hacer, había revelado su ubicación, pero no importaba, pues nunca hubiera permitido que le hubieran hecho daño a su presa favorita, a su amado.

Desesperado saltó del árbol y corrió hacia Wolfeimer que yacía sin fuerzas sobre el piso. Conner rompió las cadenas con sus manos que transformó en cabezas de dragón para liberar a su amado de las terribles ataduras que tanto daño le causaron.

Lo abrazó con fuerza, hundiendo su rostro en el espeso pelaje del gran lobo, ahogándose en la culpa de no haber actuado con mayor antelación frente aquel agresor, por haber dado por sentado que Wolfeimer podría encargarse de cualquier amenaza. Confío más en lo que decía su cabeza e ignoró todas las alertas que le había mandado su corazón.

Ahora, cansado y sin fuerzas, su amado luchaba por seguir. Conner enfocó toda su concentración y cargó a Wolfeimer en su espalda, adoptando la forma Lycan pero sin recibir la maldición de la luna roja, no tenía más fuerza de la que acostumbraba. Aún así eso no lo detuvo y paso a paso lo llevó a cuestas hasta la fuente de la Soberana Aesther, donde comenzó a limpiar las heridas de su amado con la poca agua que todavía quedaba ahí.

-Vamos Wolffy, resiste -Las heridas aunque profundas, comenzaban a cicatrizar rápidamente por la gran cantidad de factores de regeneración de los Lycan y la luna roja que ejercía sus efectos sobre la piel. Dentro de poco Wolfeimer recuperarías sus fuerzas, pero Conner no se movería de ese lugar, no hasta que viera que su lobito se encontrase sano y salvo.

Con cuidado le retiraba el exceso de cabello del rostro, un tono rojizo que se distinguía muy claramente de los tonos hechos por la luna. Lentamente las heridas se empezaron a cerrar de una por una para finalmente desaparecer en el olvido. A Conner siempre le habían fascinado las habilidades de los licantropos, las cuales iban más allá de lo sobrenatural, colmadas de un misterio que enmarcaba las raíces mismas del miedo y de la admiración.

Sintió un alivio sin precedentes cuando su pelaje brilló a la luz carmesí de la luna, sin heridas visibles ni secuelas por los golpes. Pero encogió los hombros al recordar que su amado todavía se encontraba bajo la influencia del astro maldito, obligado a seguir sus instintos salvajes más arraigados a su primitivo ser.

Contuvo la respiración con fuerza cuando Wolfeimer le tomó la barbilla, sintió las garras en su mentón, como cuchillos puntiagudos. Estaba preparado para escapar transformado en algo tan minúsculo como la última vez. Pero no estaba preparado para la sorpresa que le dio el enorme lobo... Sus hocicos se pegaron como si intentase besarlo. Recibió su cálido aliento a través de sus narinas y compartió el beso al sentir la conexión que todavía existía entre ellos dos.

Conner se acercó más, rodeando la espalda de Wolgeimer con sus garras, tocando con cuidado de no abrir las viejas heridas, sintiendo la amplotd de su lomo y la rigidez de sus enormes musculos crecidos por el brillo lunar así como la gran extensión de su miembro musculoso pegando contra el pelo de su tonificado abdomen. El rubio también comenzó a encenderse, sobresaliento su miembro también por sobre el fino pelaje que lo recubría, lubricandose en su totalidad tan solo por el estimulo que recibía por besarse con su amado que nunca había reflejado tanta testosterona e instinto salvaje como esa noche.

Su actitud dominante y salvaje, sus duros y fuertes musculos bajo el pelaje, el profundo y candente beso que lo sobreponía a sujetarse cuando sus pectorales se comprimieron con fuerza en un poderoso abrazo cargado de pasión desmedida. Sus hocicos se reencontraron otra vez, chocando los colmillos cada vez que compartían el aire que el otro respiraba, gruñendo en aviso de lo mucho que anhelaban tomarse en el acto de esa supremacía masculina.

No podía dejar de besarlo, el contacto con su lengua lo había vuelto dependiente de ella a un grado subliminal. Cuanto más estrechaban el beso y sus cuerpos, más se lubricaba su extensión, frotandola suavemente en el cuerpo de Wolfeimer, contra su duro abdomen, su pelvis musculosa, y su miembro en un baile sensual que escurría hilos del pegajoso lubricante cuando chocaban sus carnosas espadas.

Estiró el brazo, atreviendose a tomar el mimebro del enorme Lycan entre sus manos, sorprendido al apretar y descubrir el descomunal tamaño y la rigidez que había adquirido. Con deleite unió ambas, la suya y la de él y resbalando mientras restregaba sus puntos sensibles con los suyos; cada vez más rápido, gozando entre besos y caricias. La forma Lycan era la ideal para el salvaje encuentro entre ambos machos, no deseaba adoptar ninguna otra forma esa noche, sin tentaculos, sin plumas, sin cuernos.

Sin aviso alguno, Wolfeimer lo tomó de las piernas y lo recostó contra un árbol cercano. Sabía que significaba, la expresión de hambrienta lujuria de su novio poseído por sus instintos carnales lo llevaría a una voragine donde se posicionaría como el dominante esa noche.

Su lengua comenzó a pasearse por el pelaje del cuello del lobo rubio, trazando su camino en las finas líneas que hacían los colmillos del Lycan al recorrer la basta piel de la yugular hasta sembrar en el la marca donde finalmente lo había reclamado como suyo, tal como un vampiro lo haría.

La mordida creó un espasmo en el rubio que arqueó la espalda y lanzó un aullido de excitación frente a la sensación aguda que experimentaba al sentir aquellos filosos colmillos hundirse en su carne. Su miembro aumentó de tamaño, tornándose más fuerte y duro al ser invadido por la descarga de adrenalina que le provocaban los arranques de lujuria de su pareja. Le Como acto de reflejo le clavó las garras en la espalda, empujado por la tensión ardiente que sentía al tocarse las puntas de sus miembros en la posición en la que se encontraban, no podía soportarlo más, estaba encendido y a punto de soltar chispas de deseo. A cada caricia, más goteaba y más temblaba su miembro en desespero por avanzar a la próxima etapa.