Post by Iphine Vorgel on Sept 3, 2017 20:11:31 GMT
Esa noche como muchas otras, el baño nocturno sobre los cielos se extendía pesadamente, gélido y turbio, cuyo aire carcomía hasta la médula sin deparo alguno. Y de la misma forma, la alcaldesa se mantenía en pie, vigilante, inamovible. Bien era cierto que contaba con excelente ayuda para mantener la ciudad segura, más allá de su propia mano, sus guardias, sus confiados e inclusive, la Tormenta Aullante, simplemente su mente no encontraba descanso. Las horas durante el día no daban a vasto para atender todas sus responsabilidades, y el mero pensamiento de que algo pasara mientras descansaba egoístamente era inaceptable. Habían rumores haciendo ecos en callejones oscuros, bailando de boca en boca, siendo alimentados por terrores y verdades, sandeces y falacias. Había tanto por investigar, develar y ocuparse en. El peso de la responsabilidad se posaba como sacos de piedras sobre sus hombros, pero no porque no deseara hacer su labor, si no por la impotencia de no poder llevarla a cabo tan rápido como se merecía. Muchas veces sus mismos consejeros le habían mencionado el concepto de "dejarlo en manos competentes" y mantenerse meramente en un punto político, para alivianar la carga.
Pero no podía hacer eso. ¿Qué clase de líder se sentaría en su trono viendo como su gente sufre, sin siquiera ensuciarse las manos un poco? ¿Simplemente hablando, sin ejecutar de forma directa el peso de sus órdenes? Ella, quien había sido elegida por el mismo corazón de Mirovia, cuya confianza de cientos de arcanos debía honorar, no podía simplemente sentarse y recostarse contra el respaldar de su asiento. No podía guardar la espada y cederla a otros. No porque no confiara en los suyos, no porque no entendiera los aliados tan poderosos con los que se había juramentado. Simplemente era una cuestión de honor, y un error que llevó a sus padres a repetir las equivocaciones que luchaban por borrar. Al perder el contacto con los ciudadanos, de olvidar la amargura en las voces de aquellos en penuria buscando desesperadamente esperanza, al ignorar la vista de los afectados, el corazón crecía duro y apartado.
Como una de tantas incontables noches, aquellos pensamientos la mantenían robada del sueño. Al recurrir la tableta arcana, para preguntar como era usual sobre algún reporte o inquietud entre los de su pueblo, fue sugerida el descansar. Ya había olvidado cuantas veces aquello se repetía, y se repetiría. Su obstinación le costaba una merecida noche, además de la incesante preocupación a con sus deberes. Lo que algunos no entendían era el hecho que aunque reposara sobre su cama, su cuerpo no podía conciliar el sueño.
Sin embargo, decidió al menos relajarse, debido a la insistencia de buena voluntad por parte de otros líderes y sus mismos ciudadanos. Hacía mucho que su garganta se mantenía seca, no por elección si no por falta de preciado tiempo, por lo que decidió visitar el famoso establecimiento llamado "Dragón Ahogado". Si el destino era generoso, aquella salida podría ser provechosa, en cuanto información o caras que se cruzaran en su camino. Sin más preámbulos, abandonó su habitación en uno de los edificios más altos de la ciudadela, y se encaminó en compañía de tres cuervos blancos- uno de ellos reposaba sobre su hombro izquierdo, mientras los otros dos patrullaban el cielo para avisar en antelación de cualquier peligro en su paso.
Al llegar a la taberna, entró a la misma de la manera más inadvertida posible, sentándose en una esquina donde la oscuridad ocultaba medianamente su identidad. Aunque no era extraño mirarle pasearse por la ciudadela y sus negocios, algunos le observaron con sorpresa, aunque dubitativos de que realmente fuera ella, ya que el alcohol se había apoderado de sus sentidos. Iphiel Vorgel se mantuvo en silencio, no quería atraer atención puesto que su razón ahí mayormente era relajarse. Aún así mantenía la guardia alta, con sus aves en las afueras vigilantes, y con la tercera sobre su hombro atenta a todo movimiento. Su espada se mantenía a su costado, y todo lo que le faltaba para sellar su visita, era un buen ale.
Pero no podía hacer eso. ¿Qué clase de líder se sentaría en su trono viendo como su gente sufre, sin siquiera ensuciarse las manos un poco? ¿Simplemente hablando, sin ejecutar de forma directa el peso de sus órdenes? Ella, quien había sido elegida por el mismo corazón de Mirovia, cuya confianza de cientos de arcanos debía honorar, no podía simplemente sentarse y recostarse contra el respaldar de su asiento. No podía guardar la espada y cederla a otros. No porque no confiara en los suyos, no porque no entendiera los aliados tan poderosos con los que se había juramentado. Simplemente era una cuestión de honor, y un error que llevó a sus padres a repetir las equivocaciones que luchaban por borrar. Al perder el contacto con los ciudadanos, de olvidar la amargura en las voces de aquellos en penuria buscando desesperadamente esperanza, al ignorar la vista de los afectados, el corazón crecía duro y apartado.
Como una de tantas incontables noches, aquellos pensamientos la mantenían robada del sueño. Al recurrir la tableta arcana, para preguntar como era usual sobre algún reporte o inquietud entre los de su pueblo, fue sugerida el descansar. Ya había olvidado cuantas veces aquello se repetía, y se repetiría. Su obstinación le costaba una merecida noche, además de la incesante preocupación a con sus deberes. Lo que algunos no entendían era el hecho que aunque reposara sobre su cama, su cuerpo no podía conciliar el sueño.
Sin embargo, decidió al menos relajarse, debido a la insistencia de buena voluntad por parte de otros líderes y sus mismos ciudadanos. Hacía mucho que su garganta se mantenía seca, no por elección si no por falta de preciado tiempo, por lo que decidió visitar el famoso establecimiento llamado "Dragón Ahogado". Si el destino era generoso, aquella salida podría ser provechosa, en cuanto información o caras que se cruzaran en su camino. Sin más preámbulos, abandonó su habitación en uno de los edificios más altos de la ciudadela, y se encaminó en compañía de tres cuervos blancos- uno de ellos reposaba sobre su hombro izquierdo, mientras los otros dos patrullaban el cielo para avisar en antelación de cualquier peligro en su paso.
Al llegar a la taberna, entró a la misma de la manera más inadvertida posible, sentándose en una esquina donde la oscuridad ocultaba medianamente su identidad. Aunque no era extraño mirarle pasearse por la ciudadela y sus negocios, algunos le observaron con sorpresa, aunque dubitativos de que realmente fuera ella, ya que el alcohol se había apoderado de sus sentidos. Iphiel Vorgel se mantuvo en silencio, no quería atraer atención puesto que su razón ahí mayormente era relajarse. Aún así mantenía la guardia alta, con sus aves en las afueras vigilantes, y con la tercera sobre su hombro atenta a todo movimiento. Su espada se mantenía a su costado, y todo lo que le faltaba para sellar su visita, era un buen ale.