Post by Iphine Vorgel on Sept 4, 2017 3:47:22 GMT
Lo dicho en aquella tableta alcanzó a afectarle lo suficiente como para perder su temple. Bien cierto era que ella no contaba con un puesto con más poderío político como para mover armadas o tomar cartas que abarcaran más partes de la isla además del corazón de Mirovia, con la intención de asegurar una metodología en la que la beneficiencia de los arcanos y su seguridad se viera regocijada. Se sentía impotente. Encadenada. Ver como se veneraba la imagen del Lord de Reapergate como un protector, habiendo delicados rumores resonando en callejones y rendijas al respecto de la veracidad de dicho título. No podía poner su completa confianza en un ser rodeado de oscuridad, ni que pusiera sus manos de forma directa a con su pueblo o gente. Quizás toda esa duda nacía a raíz de los ideales tan arraigados de transparencia y justicia que estaban incrustados profundamente en su corazón, los cuales parecían en ocasiones enturbiar el juicio sobre lo que "se debía hacer" y lo que "se podía hacer".
La falta de crédito y reconocimiento al esfuerzo continuo de los líderes por mantener sus reinos seguros y eficientes, y la indirecta de tacharles de ineficientes hizo que Iphine apretara la quijada y aventara su tableta fuera de la vista. El atrevimiento. El menosprecio a aquel esfuerzo en el que sacrificaba sus propios intereses para dar una entrega total a los suyos. Aunque no buscase ser enaltecida por ello, lo mínimo que deseaba era no ser barrida bajo la alfombra, como "alguien que no hacía nada".
Su cabeza parecía atrapada en esa iteración de pensamientos coléricos, por lo que su escritorio junto a algunos de sus efectos personales se hubieron afectados ante precipitaciones violentas de la alcaldesa. Tiró todo aquello, volcándo su habitación en un estado de caos y desorden, sólo para salir al balcón de su habitación y tomar un profundo respiro al postrar sus ojos sobre la ciudad que estaba bajo su vigilancia. Sus manos se aferraron fuertes al barandal como si se tratase de la garganta de un asesino, y sus dientes rechinantes llegaron a un punto que le empezaron a causar una migraña por la presión. Algunos de sus cuervos sobrevolaban su residencia, por lo que al notar el estado anímico de su dueña se reunieron en una blanca parvada que contrastaba la oscuridad de la noche, revoloteando en círculos sobre la posición de Iphine.
Un golpe resonó sobre el barandal de acero que le protegía de una caída desde cuatro pisos de altura, siendo ella misma la causante de aquello. Su alianza con la Tormenta Aullante había sido lo suficientemente fructífera como para crear perfiles de algunos de los soberanos y líderes, sentando cierta base conforme quienes podían ser de fiar y quienes no. Pero siempre existía aquella incertidumbre que la atormentaba. -Maldita sea- gruñía para sus adentros sin encontrar paz. Sabía que esa noche no estaría en paz, por lo que regresó a su habitación y se encaminó al salón principal de su residencia, destapando una botella de absinthe de su licorera postrada en la pared de aquel salón, e ignorando absolutamente la tradición de ser servido disuelto preliminarmente en azúcar sobre una cuchara de plata. Lo llevó a su boca y se sentó pesadamente sobre una silla, dejando su mente formular algún plan o estrategia que fuera beneficiosa para su pueblo. Levantó una mano para que uno de sus ayudantes le trajera pergaminos, pluma y tintero, y se puso a escribir planos e ideas dispersas para liberar su mente.
La noche era larga y malagradecida, y no había nada que pudiese hacer, más que planear para las mañanas consiguientes.
La falta de crédito y reconocimiento al esfuerzo continuo de los líderes por mantener sus reinos seguros y eficientes, y la indirecta de tacharles de ineficientes hizo que Iphine apretara la quijada y aventara su tableta fuera de la vista. El atrevimiento. El menosprecio a aquel esfuerzo en el que sacrificaba sus propios intereses para dar una entrega total a los suyos. Aunque no buscase ser enaltecida por ello, lo mínimo que deseaba era no ser barrida bajo la alfombra, como "alguien que no hacía nada".
Su cabeza parecía atrapada en esa iteración de pensamientos coléricos, por lo que su escritorio junto a algunos de sus efectos personales se hubieron afectados ante precipitaciones violentas de la alcaldesa. Tiró todo aquello, volcándo su habitación en un estado de caos y desorden, sólo para salir al balcón de su habitación y tomar un profundo respiro al postrar sus ojos sobre la ciudad que estaba bajo su vigilancia. Sus manos se aferraron fuertes al barandal como si se tratase de la garganta de un asesino, y sus dientes rechinantes llegaron a un punto que le empezaron a causar una migraña por la presión. Algunos de sus cuervos sobrevolaban su residencia, por lo que al notar el estado anímico de su dueña se reunieron en una blanca parvada que contrastaba la oscuridad de la noche, revoloteando en círculos sobre la posición de Iphine.
Un golpe resonó sobre el barandal de acero que le protegía de una caída desde cuatro pisos de altura, siendo ella misma la causante de aquello. Su alianza con la Tormenta Aullante había sido lo suficientemente fructífera como para crear perfiles de algunos de los soberanos y líderes, sentando cierta base conforme quienes podían ser de fiar y quienes no. Pero siempre existía aquella incertidumbre que la atormentaba. -Maldita sea- gruñía para sus adentros sin encontrar paz. Sabía que esa noche no estaría en paz, por lo que regresó a su habitación y se encaminó al salón principal de su residencia, destapando una botella de absinthe de su licorera postrada en la pared de aquel salón, e ignorando absolutamente la tradición de ser servido disuelto preliminarmente en azúcar sobre una cuchara de plata. Lo llevó a su boca y se sentó pesadamente sobre una silla, dejando su mente formular algún plan o estrategia que fuera beneficiosa para su pueblo. Levantó una mano para que uno de sus ayudantes le trajera pergaminos, pluma y tintero, y se puso a escribir planos e ideas dispersas para liberar su mente.
La noche era larga y malagradecida, y no había nada que pudiese hacer, más que planear para las mañanas consiguientes.