"Residuos de lo que fue un Corazón Noble" [+16]
Sept 5, 2017 3:24:50 GMT
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Post by Raymond Clive on Sept 5, 2017 3:24:50 GMT
Raymond abrió los ojos cuando sus oídos se vieron asaltados por la voz del sacristán discutiendo con Teresa de nuevo. "Cena" Se dijo a sí mismo. Su garganta se sentía seca, carrasposa y ellos solo le daba agua una vez cada dos días mientras le daban comida una vez cada día; bueno, si es que las sobras de lo que comían en el seminario podía llamarse "comida" cuando constaba de bolas de masa y vegetales marchitos. Quería carne, y no podía siquiera levantar los brazos por lo pesados que eran los grilletes; sus manos estaban atrapadas y cerradas en puños dentro de esa maldita bóveda que tenía cerrada desde la altura de los codos y que por demás. estaba encadenada al suelo. Sus pies, estaban metidos en el bloque de concreto que era el suelo para él en ese momento; no podía moverlos.
Ese, era el trato más sutil que le habían dado desde que lo capturaron ¿no pudieron haberlo matado y ya? Al parecer no, pues pues antes de estar allí, en ese espacio que por lo menos era para él solo, habían optado por encerrarlo en la misma celda que otros veinte hombres. Todos estaban apretados, no podían ni siquiera respirar sin que alguien más les oliera el aliento; peor era cuando alguien necesitaba liberarse, la celda entera trataba de aplastarse contra una sola esquina tan lejos como fuera posible cuando en realidad no había manera de que se pudiera. Luego de ese mes ahí encerrado, de no poder dormir y de además arrancar muchas manos por la paranoia y horrible asco que le ocasionaba el constante roce con tantos seres inmundos en todo sentido al mismo tiempo, descubrió que lo habían encerrado ahí para acabar con todos cuando la luna llena lo forzara a entrar en su forma Lycan.
Luego de eso, con las manos llenas de sangre, lo usaron como ejemplo público del peligro que los arcanos representaban para la raza humana; fue golpeado, apedreado por el pueblo, y siendo llamado demonio fue confinado en la iglesia como si algo tan superfluo pudiera cambiar algo que tenía metido en la sangre desde que podía recordar. Malditos fueran. Él no les había hecho nada a ellos, nada. Solo había tenido la mala suerte de que los cazadores dieran con él. En su mente conservaba las esperanzas de que si no les había nada, ellos tampoco le harían nada a él ¿Qué tan tonto había sido para creer semejante tontería? Era un Arcano, lo más repudiado por todos los humanos que podía recordar, y sin embargo pretendía tener esperanzas sobre unos pocos ¡Cómo si fueran distintos! ¡Todos eran la misma basura!
Alzó la cabeza entonces. La luz viniendo de las puertas que se abrieron y cerraron como si de un relámpago se tratara, entró junto a Teresa, la mujer que ante todo pronóstico siempre evadía al amargado sacristán y le llevaba comida.
—Te estabas tardando... —le dijo— Empezaba a creer que no veía tu bello rostro.
Teresa sonrió. Dejó la bolsa con los alimentos sobre el bloque de concreto y luego subió también para poder estar tan cerca a la altura del licántropo como su baja estatura se lo permitía.
—Hoy logré traerte carne —le informó ella—. Está cruda pero es mil veces mejor que las sobras ¿no crees?
La mirada que le envió esa mujer le dio asco, nauseas incluso. Teresa tenía demasiada confianza en él, tanta que habían veces que le acariciaba el rostro, los hombros, los brazos... que lo tocara le resultaba repugnante. Ahora entendía por qué su viejo alpha estaba tan asqueado de los humanos...
De ser así ¿Por qué seguía pensando en Cosette? Su mujer había muerto varias décadas atrás, tantos años que su alma se retorcía de agonía al darse cuenta de que apenas podía recordar su voz. Ella también fue humana ¿Sería esta la prueba de que realmente no podía odiar totalmente a los humanos? Mientras hubiera una excepción, no podía decir que lo hiciera...
—Claro que lo es —concordó. Preferiría no comer sintiendo la bilis en su garganta, pero ella era su única probabilidad de escape.
Un poco más, debía tolerarle un poco más. Los últimos meses los había empleado meramente en seducirla, hacer mella en ella tan hondo como pudiera y había utilizado a su favor cada mínimo detalle. Desde haber escuchado que haría ya un año que la mujer había enviudado, hasta el hecho de tener que criar a tres hijos ella sola. Le ofreció tanto como pudo, tanto como podía ofrecerle en solo palabras huecas que al parecer habían estado funcionando por la forma en la que ella se comportaba. Suplicaba a los dioses que ella se alejara por más que hubiera sido él quien decidió acercarla.
—Ya encontré donde el sacristán guarda las llaves —prosiguió Teresa. Ella alzó la carne y se la acercó a la boca; él mordió y masticó, tentado a arrancarle un dedo junto al alimento— Solo tengo que encontrar la manera de quitárselas sin que se de cuenta ¡Luego podremos irnos juntos!
Bueno, a su parecer: quien decía "juntos" decía "te cenaré cuando no te necesite". Al menos así lo había pensado él.
Raymond fingió la mejor sonrisa que podía ofrecer. Sus finos labios se curvaron poco a poco hasta que los caninos asomaron "¡Qué gran noticia! —dijo con sarcasmo la voz en su cabeza— ¡Ya no tendré que ver tu asquerosa sonrisa o esa mirada que me escudriña con lujuria!" Menuda mujer más boba.
—Es bueno saberlo —le dijo entonces— Apresúrate por favor. Quiero tener mis manos libres pronto
Libres para aplastar y golpear las cabezas de esos horribles monstruos que se hacían llamar salvadores a ellos mismos. Mentirosos ruines y putrefactos; sus insolencias y deseos de poder serían castigados con la muerte misma ¿cómo lo sabía? él sería el que les llevara la muerte. Sus puños temblaron con ansiedad de estamparse sobre la carne, de deseo de golpear la piel y sentir el crujir de los huesos que se quebraban bajo su poderoso impacto desde los nudillos hasta perder la sensación en el hombro. Sin lugar a dudas, en su corazón ya no quedaba un solo ápice de piedad ante los humanos, le costaba incluso creer que una vez había vivido como uno de ellos sin ningún tipo de problema ¿Qué clase de estúpido tan ciego había sido?.
Los humanos y los Arcanos no podrían llevarse bien hasta que alguno de los dos bandos se extinguiera. y al paso al que iban las cosas, probablemente los Arcanos tampoco harían nada contra ellos.
Dos semanas después, Teresa lo liberó. Raymond viendo sus puños liberados, golpeó el bloque en el que estaban sus pies con tanta fuerza como pudo hasta estar totalmente libre. El gran licántropo observó a la mujer con ojo crítico y sonrió con malicia. No la mataría, sería genial que su recuerdo la atormentara por el resto de su vida como un demonio atado a su alma. Su puño se enterró en el estómago de la mujer con toda la fuerza que tenía, ella quedó tirada en el suelo, sin poder respirar o levantarse. Raymond, satisfecho, caminó despacio e inseguro de como mantener el equilibrio. El siguiente fue el sacristán, al que le sacó la cabeza de los hombros con un duro certero golpe...
La noche entera, fue una masacre de un solo lado: los humanos.
Y sin embargo, al día siguiente cuando se encontraba más lejos de lo que creía poder descifrar, Raymond se dio cuenta de que estaba triste; no podía llorar más, de verdad que no ¿Pero cómo había logrado ser tan cruel? Su corazón abatido por la culpa se sentía pesado en su pecho, reemplazado por plomo y sus pulmones prendidos en fuego. "Monstruo —se dijo a sí mismo— Me estoy convirtiendo en un monstruo..." Era la idea más lógica que atacaba su cabeza ¿Podría evitarlo? No quería ser tan malo; el joven curioso y alegre que de cierta manera aún sobrevivía en él, estaba negado a convertirse en un ser tan despreciable. Más que ayuda, necesitaría un milagro
La sangre, jamás se borraría de su memoria por más que lo intentara.
Ese, era el trato más sutil que le habían dado desde que lo capturaron ¿no pudieron haberlo matado y ya? Al parecer no, pues pues antes de estar allí, en ese espacio que por lo menos era para él solo, habían optado por encerrarlo en la misma celda que otros veinte hombres. Todos estaban apretados, no podían ni siquiera respirar sin que alguien más les oliera el aliento; peor era cuando alguien necesitaba liberarse, la celda entera trataba de aplastarse contra una sola esquina tan lejos como fuera posible cuando en realidad no había manera de que se pudiera. Luego de ese mes ahí encerrado, de no poder dormir y de además arrancar muchas manos por la paranoia y horrible asco que le ocasionaba el constante roce con tantos seres inmundos en todo sentido al mismo tiempo, descubrió que lo habían encerrado ahí para acabar con todos cuando la luna llena lo forzara a entrar en su forma Lycan.
Luego de eso, con las manos llenas de sangre, lo usaron como ejemplo público del peligro que los arcanos representaban para la raza humana; fue golpeado, apedreado por el pueblo, y siendo llamado demonio fue confinado en la iglesia como si algo tan superfluo pudiera cambiar algo que tenía metido en la sangre desde que podía recordar. Malditos fueran. Él no les había hecho nada a ellos, nada. Solo había tenido la mala suerte de que los cazadores dieran con él. En su mente conservaba las esperanzas de que si no les había nada, ellos tampoco le harían nada a él ¿Qué tan tonto había sido para creer semejante tontería? Era un Arcano, lo más repudiado por todos los humanos que podía recordar, y sin embargo pretendía tener esperanzas sobre unos pocos ¡Cómo si fueran distintos! ¡Todos eran la misma basura!
Alzó la cabeza entonces. La luz viniendo de las puertas que se abrieron y cerraron como si de un relámpago se tratara, entró junto a Teresa, la mujer que ante todo pronóstico siempre evadía al amargado sacristán y le llevaba comida.
—Te estabas tardando... —le dijo— Empezaba a creer que no veía tu bello rostro.
Teresa sonrió. Dejó la bolsa con los alimentos sobre el bloque de concreto y luego subió también para poder estar tan cerca a la altura del licántropo como su baja estatura se lo permitía.
—Hoy logré traerte carne —le informó ella—. Está cruda pero es mil veces mejor que las sobras ¿no crees?
La mirada que le envió esa mujer le dio asco, nauseas incluso. Teresa tenía demasiada confianza en él, tanta que habían veces que le acariciaba el rostro, los hombros, los brazos... que lo tocara le resultaba repugnante. Ahora entendía por qué su viejo alpha estaba tan asqueado de los humanos...
De ser así ¿Por qué seguía pensando en Cosette? Su mujer había muerto varias décadas atrás, tantos años que su alma se retorcía de agonía al darse cuenta de que apenas podía recordar su voz. Ella también fue humana ¿Sería esta la prueba de que realmente no podía odiar totalmente a los humanos? Mientras hubiera una excepción, no podía decir que lo hiciera...
—Claro que lo es —concordó. Preferiría no comer sintiendo la bilis en su garganta, pero ella era su única probabilidad de escape.
Un poco más, debía tolerarle un poco más. Los últimos meses los había empleado meramente en seducirla, hacer mella en ella tan hondo como pudiera y había utilizado a su favor cada mínimo detalle. Desde haber escuchado que haría ya un año que la mujer había enviudado, hasta el hecho de tener que criar a tres hijos ella sola. Le ofreció tanto como pudo, tanto como podía ofrecerle en solo palabras huecas que al parecer habían estado funcionando por la forma en la que ella se comportaba. Suplicaba a los dioses que ella se alejara por más que hubiera sido él quien decidió acercarla.
—Ya encontré donde el sacristán guarda las llaves —prosiguió Teresa. Ella alzó la carne y se la acercó a la boca; él mordió y masticó, tentado a arrancarle un dedo junto al alimento— Solo tengo que encontrar la manera de quitárselas sin que se de cuenta ¡Luego podremos irnos juntos!
Bueno, a su parecer: quien decía "juntos" decía "te cenaré cuando no te necesite". Al menos así lo había pensado él.
Raymond fingió la mejor sonrisa que podía ofrecer. Sus finos labios se curvaron poco a poco hasta que los caninos asomaron "¡Qué gran noticia! —dijo con sarcasmo la voz en su cabeza— ¡Ya no tendré que ver tu asquerosa sonrisa o esa mirada que me escudriña con lujuria!" Menuda mujer más boba.
—Es bueno saberlo —le dijo entonces— Apresúrate por favor. Quiero tener mis manos libres pronto
Libres para aplastar y golpear las cabezas de esos horribles monstruos que se hacían llamar salvadores a ellos mismos. Mentirosos ruines y putrefactos; sus insolencias y deseos de poder serían castigados con la muerte misma ¿cómo lo sabía? él sería el que les llevara la muerte. Sus puños temblaron con ansiedad de estamparse sobre la carne, de deseo de golpear la piel y sentir el crujir de los huesos que se quebraban bajo su poderoso impacto desde los nudillos hasta perder la sensación en el hombro. Sin lugar a dudas, en su corazón ya no quedaba un solo ápice de piedad ante los humanos, le costaba incluso creer que una vez había vivido como uno de ellos sin ningún tipo de problema ¿Qué clase de estúpido tan ciego había sido?.
Los humanos y los Arcanos no podrían llevarse bien hasta que alguno de los dos bandos se extinguiera. y al paso al que iban las cosas, probablemente los Arcanos tampoco harían nada contra ellos.
Dos semanas después, Teresa lo liberó. Raymond viendo sus puños liberados, golpeó el bloque en el que estaban sus pies con tanta fuerza como pudo hasta estar totalmente libre. El gran licántropo observó a la mujer con ojo crítico y sonrió con malicia. No la mataría, sería genial que su recuerdo la atormentara por el resto de su vida como un demonio atado a su alma. Su puño se enterró en el estómago de la mujer con toda la fuerza que tenía, ella quedó tirada en el suelo, sin poder respirar o levantarse. Raymond, satisfecho, caminó despacio e inseguro de como mantener el equilibrio. El siguiente fue el sacristán, al que le sacó la cabeza de los hombros con un duro certero golpe...
La noche entera, fue una masacre de un solo lado: los humanos.
Y sin embargo, al día siguiente cuando se encontraba más lejos de lo que creía poder descifrar, Raymond se dio cuenta de que estaba triste; no podía llorar más, de verdad que no ¿Pero cómo había logrado ser tan cruel? Su corazón abatido por la culpa se sentía pesado en su pecho, reemplazado por plomo y sus pulmones prendidos en fuego. "Monstruo —se dijo a sí mismo— Me estoy convirtiendo en un monstruo..." Era la idea más lógica que atacaba su cabeza ¿Podría evitarlo? No quería ser tan malo; el joven curioso y alegre que de cierta manera aún sobrevivía en él, estaba negado a convertirse en un ser tan despreciable. Más que ayuda, necesitaría un milagro
La sangre, jamás se borraría de su memoria por más que lo intentara.