Post by Niwre on Sept 11, 2017 22:38:25 GMT
El aroma de la muerte casi se podía saborear en el aire, la sangre, los huesos rotos y los quejidos de los soldados y arcanos eran parte del tétrico paisaje; El paisaje de la guerra. Un hombre corría entre las carpas de colores ocres, su respiración agitada podía notarse debido a lo frío del clima, tragó saliva, remojando sus labios agrietados, mientras algunas gotitas de sudor atravesaban su frente, traía algo en las manos, una preciosa funda de cuero rojo atada con lazos dorados, el hombre dio la vuelta en una carpa donde un arcano era atendido de sus heridas hechas en batalla…
La oscuridad de la carpa era inminente. Siempre le gustó la oscuridad, daba un toque tan misterioso, silencioso y tranquilo a todo lo que le rodeaba, lográndose alejar tan solo en pensamientos del exterior, de la muerte que llegaba a tocar los corazones de los débiles y tentar las agallas de los más fuertes; Tan solo el suspiro fue lo que se escuchó entre tantas paredes de tela, detrás de una mesita de madera, la visión de las cosas era tan diferente… tan los pies en la tierra… Se puso de pie, solo para acariciar con las yemas de los dedos la piel de fiera suave que colgaba del perchero.
Cuando el mensajero entró a la carpa no se inmutó, ni siquiera se atrevió a voltear a la luz del sol que acariciaba su nuca.
―¿Lo has encontrado? ―Su voz tan solo resonó cuando estuvo envuelto en penumbras de nuevo.
El soldado se acercó, dejando sobre la mesa de madera la funda de cuero rojo, con suma delicadeza quitó los lazos dorados, dejando a total libertad el desenvolvimiento al hombre delante de él. El general se dio la media vuelta, y acercando una vela a la mesa, se quitó los guantes negros para quitar la primera capa del cuero, luego la segunda, y así, descubriendo poco a poco, como algo que se debe de hacer con toda la delicadeza del mundo, evitando así, no la fragmentación del mensaje, si no, de uno mismo al descubrir su interior.
Pronto, sobre la mesa, una preciosa espada de color verde azulado brilló ante ellos, el filo parecía provenir de la plata más pura, llena de símbolos, letras y dibujos, como si con solo verla, te susurrara sus secretos e historias, y el mango, recubierto de hojas frescas de colores brillantes, parecía tan suave como la piel misma.
―Ra’nik ―Masculló en voz baja el general ―El terrible ―Terminó la frase mientras pasaba la yema de sus dedos por la hoja, sintiendo el relieve de la misma.
―Se dice que mientras el portador la cargue consigo, la espada protegerá al que la use, es tan dura como una roca, pero ligera como una pluma… ―El soldado observaba con fascinación el arma que yacía en frente de él, más no se atrevió a tocarla. Solo el próximo portador tenía ese derecho. ―Y que no importe que suceda, te será más fiel que los relámpagos a la tierra, los lobos a su líder y las flores al sol.
―Despierta, Ra’nik ―El general tomó del mango a la espada.
La espada, soltando las hojas de su ser, como si de un árbol en otoño se tratara, la hoja puntiaguda se secó, pasando del color verde azulado se oscureció hasta quedar tan negra como el ónix, la empuñadura se cubrió de cuero rojo, la cruz cambió de un color dorado, como si fuese fabricada de oro mismo, dejando incrustado en el pomo un diamante blanco. El general cerró los ojos, sintiendo dentro de su ser un segundo corazón que palpitaba a su lado cuando la tomaba con mucha más fuerza, se quedó algunos segundos allí, en completo silencio…
Cuando el general pudo recuperar la compostura, y la espada la sintió como una parte del cuerpo más, levantó el arma hasta que ésta casi tocó el techo aterciopelado y dando una sola estocada, golpeó con fiereza su escritorio, el soldado, sorprendido se hizo hacia atrás lo más rápido que pudo. El golpe hizo que la mesa se partiera justo a la mitad, sin dejar una sola astilla en sus dedos, y ambas partes de madera, hicieron un sonido hueco cuando cayeron por su lado al suelo de piedra y musgo.
―Desde este momento, tu nombre será Niüagr ―El general levantó el arma hasta que pudo ver su reflejo, aunque sintiendo en su propia mirada, la presencia del individuo, ahora unido a él ―El terror de los mortales, tu deber será llevarnos a la victoria, o morir en el intento.
Y así, coloreándose de un tono violeta la hoja en contraste con el negro, Niügar aceptó a su nuevo amo.
Su destino.