Post by Lucian Fenrir on Oct 11, 2017 2:29:32 GMT
Eones y eones atrás, en una época cuyos maravillosos mundos han desaparecido, y cuyos poderosos soles ahora son menos que sombra, moraba yo en una estrella cuyo curso, cayendo de los altos cielos sin retorno del pasado, pendía justo al borde del abismo en el cual, según afirmaban los astrónomos, su ciclo inmemorial encontraría un oscuro y desastroso fin.
¡Ah, extraña era esa estrella olvidada en las profundidades, más extraña que ningún sueño que haya asaltado a los soñadores de las esferas del presente, o que ninguna visión que haya flotado sobre los visionarios en su mirada retrospectiva hacia los pasados siderales! Allí, a través de ciclos de una historia cuyos amontonados anales inscriptos en bronce estaban más allá de toda tabulación posible, los muertos habían llegado a sobrepasar infinitamente en número a los vivos. Y construidos en una piedra que era indestructible salvo en la furia de soles, sus ciudades se levantaban junto a las de los vivos como las prodigiosas metrópolis de los Titanes, con muros que ensombrecían a todas las tierras circundantes.
La verdad había surgido a la luz, a los oídos puntiagudos del vástago que se encontraba leyendo poemas que tenían miles de años encriptados en los antiguos y polvorientos libros que yacían en aquella enorme biblioteca, miro la tabla arcana en silencio mientras caminaba por el techo del establecimiento esperando que todo se mantuviera en perfecto orden, su atención fue captada por un nombre que hizo que su corazón muerto latiera con vida una vez más. Jundel fue el nombre que había capturado por completo su atención, los zapatos con ligero tacón se detuvieron estrepitosamente dejando de sonar haciendo notable su presencia a todo aquel que se encontraba en su lectura, sus ojos se aguaron mientras escribía con velocidad preguntando por el dueño de dicho nombre, su hermano menor se encontraba con vida.
—…No es posible esto…— Dijo en un susurro apagado, su expresión era seria pero poco a poco esa cara que presentaba frialdad o calma se tornó en un gesto de incertidumbre por lo que acaba de saber, su hermano había tenido un accidente y…sus recuerdos habían sido olvidados por completo más aparte no le permitían verlo, por la desconfianza de su especie, maldita sea la maldición de su amo al convertirlo en aquello que era ahora, un vampiro. —Tch…—
Cuando alguien hablo por la tabla, un nombre que le fue familiar al momento. — ¿Zeth?...— Dijo con un leve aire de sorpresa, el mejor amigo de la infancia de su hermano estaba con vida también, sintió dicha pues este le había reconocido y más aún, quería encontrarse con él a pesar de todos los demás comentarios negativos respecto a él y que fuera cuidadoso con un vampiro, como repugnaba que se refirieran a él con ese nombre. Pero lo ignoro, la dicha por que Zeth estaba en camino a Reapergate para encontrarse con él le llenaba más, quería verlo, abrazar a su pequeño hermanito aunque no era de sangre lo quería como si lo fuera, saliendo de la biblioteca que ya se encontraba vacía, dejando a Craven encargado mientras él se dirigió hasta la salida.
Era un pueblo sombrío, secreto y afligido, el, el que moraba bajo ese cielo de eterno ocaso ante el cual se recortaban las siluetas de los encumbrados sepulcros y obeliscos de su pasado. En su sangre corría el frío de la noche antigua del tiempo, y su pulso languidecía con una reptante presciencia de la lentitud del Leteo. Lucian destilaba una maléfica debilidad producto del oscuro dolor y la desesperación causados por aquel que solo deseaba hacerle sufrir, recordando los errores de su pasado deseando haber podido aceptar el estar con su familia orgulloso hijo de licántropo pero fue egoísta al sumirse en su soledad. Pensó en la posibilidad latente de que Zeth le temiera, que se alejara de su lado por aquella maldición que cargaba sobre sus hombros como una lluvia de sangre que brotaba de su cuerpo inmenso, semejante a una nube negra que empuje ante sí el huracán.
Pero su mayor temor no era que su pequeño cachorro de lobo blanco le tuviera temor, no. Su pesadumbre era que cuando se presentara a su lado…la sed por sangre arcana y el instinto le dominaran por completo deseando unir sus colmillos contra la piel del contrario, ese era su verdadero temor y su pesadilla que llevaba consigo noche tras noche.
¡Ah, extraña era esa estrella olvidada en las profundidades, más extraña que ningún sueño que haya asaltado a los soñadores de las esferas del presente, o que ninguna visión que haya flotado sobre los visionarios en su mirada retrospectiva hacia los pasados siderales! Allí, a través de ciclos de una historia cuyos amontonados anales inscriptos en bronce estaban más allá de toda tabulación posible, los muertos habían llegado a sobrepasar infinitamente en número a los vivos. Y construidos en una piedra que era indestructible salvo en la furia de soles, sus ciudades se levantaban junto a las de los vivos como las prodigiosas metrópolis de los Titanes, con muros que ensombrecían a todas las tierras circundantes.
La verdad había surgido a la luz, a los oídos puntiagudos del vástago que se encontraba leyendo poemas que tenían miles de años encriptados en los antiguos y polvorientos libros que yacían en aquella enorme biblioteca, miro la tabla arcana en silencio mientras caminaba por el techo del establecimiento esperando que todo se mantuviera en perfecto orden, su atención fue captada por un nombre que hizo que su corazón muerto latiera con vida una vez más. Jundel fue el nombre que había capturado por completo su atención, los zapatos con ligero tacón se detuvieron estrepitosamente dejando de sonar haciendo notable su presencia a todo aquel que se encontraba en su lectura, sus ojos se aguaron mientras escribía con velocidad preguntando por el dueño de dicho nombre, su hermano menor se encontraba con vida.
—…No es posible esto…— Dijo en un susurro apagado, su expresión era seria pero poco a poco esa cara que presentaba frialdad o calma se tornó en un gesto de incertidumbre por lo que acaba de saber, su hermano había tenido un accidente y…sus recuerdos habían sido olvidados por completo más aparte no le permitían verlo, por la desconfianza de su especie, maldita sea la maldición de su amo al convertirlo en aquello que era ahora, un vampiro. —Tch…—
Cuando alguien hablo por la tabla, un nombre que le fue familiar al momento. — ¿Zeth?...— Dijo con un leve aire de sorpresa, el mejor amigo de la infancia de su hermano estaba con vida también, sintió dicha pues este le había reconocido y más aún, quería encontrarse con él a pesar de todos los demás comentarios negativos respecto a él y que fuera cuidadoso con un vampiro, como repugnaba que se refirieran a él con ese nombre. Pero lo ignoro, la dicha por que Zeth estaba en camino a Reapergate para encontrarse con él le llenaba más, quería verlo, abrazar a su pequeño hermanito aunque no era de sangre lo quería como si lo fuera, saliendo de la biblioteca que ya se encontraba vacía, dejando a Craven encargado mientras él se dirigió hasta la salida.
Era un pueblo sombrío, secreto y afligido, el, el que moraba bajo ese cielo de eterno ocaso ante el cual se recortaban las siluetas de los encumbrados sepulcros y obeliscos de su pasado. En su sangre corría el frío de la noche antigua del tiempo, y su pulso languidecía con una reptante presciencia de la lentitud del Leteo. Lucian destilaba una maléfica debilidad producto del oscuro dolor y la desesperación causados por aquel que solo deseaba hacerle sufrir, recordando los errores de su pasado deseando haber podido aceptar el estar con su familia orgulloso hijo de licántropo pero fue egoísta al sumirse en su soledad. Pensó en la posibilidad latente de que Zeth le temiera, que se alejara de su lado por aquella maldición que cargaba sobre sus hombros como una lluvia de sangre que brotaba de su cuerpo inmenso, semejante a una nube negra que empuje ante sí el huracán.
Pero su mayor temor no era que su pequeño cachorro de lobo blanco le tuviera temor, no. Su pesadumbre era que cuando se presentara a su lado…la sed por sangre arcana y el instinto le dominaran por completo deseando unir sus colmillos contra la piel del contrario, ese era su verdadero temor y su pesadilla que llevaba consigo noche tras noche.