Post by Regis Salvatore on Oct 12, 2017 17:10:52 GMT
Regis realmente amaba las calles de la ciudadela. El colorido lugar siempre había sido un alivio para sus ojos y su alma en comparación al lúgubre Reapergate que lo mantenía con vida. Adoraría quedarse paseando por ahí horas de horas y horas, pero tenía sus responsabilidades. Suspirando, bajó de nuevo la cabeza, el día era bello, soleado. Él llevaba encima una túnica que lo cubría de pies a cabeza, como si fuera un nómada del desierto el manto que lo cubría estaba especialmente hecho para resistir los rayos del sol. Y muy a pesar de ello, podía sentir la piel bajo la tela irritándose, por más que fuera un cobertor doble, un lado blanco que repelía toda la luz y el forro negro debajo evitaba que lo que no fuera reflejado lo dañara; aún así siempre sufría de la larga exposición a los rayos ultra violeta. El vástago de más de dos metros de alto, realmente no tenía tolerancia alguna a la luz solar por mínima que fuera.
Sus pasos en el mercado, se detuvieron frente a uno de los tantos puestos; el hombre al que solía comprarle los licores no se encontraba en ese momento y tenía que ver donde más podría reponer la despensa. Encargar frutas vendría bien quizá, también estaba un tanto corto de carne y la carnicería no quedaba muy lejos. Sería más conveniente conseguir los productos en los plantíos, pero mientras pudiera evitar recorrer largar distancias, lo haría. La despensa aguantaría un par de meses más, si, pero siempre era mejor respaldar mientras hubiera con qué abastecer.
Cerrado el negocio, sus ojos vagaron irremediablemente por el lugar; tenía algo más de tiempo para disfrutar de los colores. Y fue así vagando distraído, que accidentalmente su camino se cruzó con el de alguien más. En su descuido había tropezado con la dama y por los dioses ¡Cuan apenado se sintió! Su reacción instantánea fue voltearse, disculparse quizá con algo de exageración.
—Mil perdones señorita —fue lo que dijo, también había bajado la cabeza y alzado sus manos enguantadas— Dioses, que desastre...
Sus pasos en el mercado, se detuvieron frente a uno de los tantos puestos; el hombre al que solía comprarle los licores no se encontraba en ese momento y tenía que ver donde más podría reponer la despensa. Encargar frutas vendría bien quizá, también estaba un tanto corto de carne y la carnicería no quedaba muy lejos. Sería más conveniente conseguir los productos en los plantíos, pero mientras pudiera evitar recorrer largar distancias, lo haría. La despensa aguantaría un par de meses más, si, pero siempre era mejor respaldar mientras hubiera con qué abastecer.
Cerrado el negocio, sus ojos vagaron irremediablemente por el lugar; tenía algo más de tiempo para disfrutar de los colores. Y fue así vagando distraído, que accidentalmente su camino se cruzó con el de alguien más. En su descuido había tropezado con la dama y por los dioses ¡Cuan apenado se sintió! Su reacción instantánea fue voltearse, disculparse quizá con algo de exageración.
—Mil perdones señorita —fue lo que dijo, también había bajado la cabeza y alzado sus manos enguantadas— Dioses, que desastre...