Let me be brave. [Autoconclusivo]
Oct 23, 2017 4:38:28 GMT
Ivka Lawson and Hrosskell Throst like this
Post by Deleted on Oct 23, 2017 4:38:28 GMT
Aquella era una extrañamente helada tarde, pero para corazones tan congelados como el de aquella Ninfa que vagaba sin rumbo aquella temperatura no alcanzaba siquiera a inmutar su sensible piel. Hacia un tiempo había dejado todo ya: Sus pertenencias, sus lazos, su esperanza. El tan solo sentir con sus pies descalzos aquellas hojas rojizas y muertas era un mero milagro, uno que verdaderamente no deseaba ni necesitaba. ¿Por qué darle sentido a algo que no lo tiene? Se preguntaba a cada paso que daba, mirando hacia el suelo como si éste repentinamente fuese a charlar con ella y a revelar secretos nunca contados, saberes jamás hablados. Era obvio que una cosa así sucedería, pero que al menos la guió hasta un nuevo lugar. La noche iba cayendo y esos extraños y rojos faroles que había encontrado la guiaban entre la muerta espesura de aquel lugar, casi atrayendola con un dulce arrullo fantasmal, el cual a final de cuentas logró convencerla y la hizo adentrarse hacia lo desconocido, topándose con una enorme y vieja casona. Realmente no sabia si alguien vivía ahí o no pero tampoco pareció importarle ya que el camino de entrada estaba despejado y la puerta se encontraba abierta, revelando algunas lucesillas que parpadeaban tímidamente en el interior y que con su brillo atraían con sus bellos colores a esos ojos tan opacos y sin ilusión, los cuales cuando menos se dieron cuenta ya se encontraban a unos escasos metros de ellas admirándolas con gran detalle e ilusión.
- ¿Quién anda ahí? - Preguntó una dulce y tenue voz desde el fondo de la casa, la cual pareció pertenecer a una dulce chiquilla rubia que salio de entre oscuridad y de cientos de máscaras aterradoras colgadas en la pared, mostrándose ante la vista de Eira cual hermosa muñeca hecha de fina porcelana.
Cuando los ojos de la mujercita y los de la ninfa se encontraron, nisiquiera hubo necesidad de palabras para saber lo que ambas pensaban decir y hacer, así que manteniendo el silencio a cada momento aquella noche se convirtió en una velada entre ambas, una en la cual hubo buena comida, buen vino, buena compañía y al final del día, un buen lugar donde la ninfa podría descansar los huesos.
Las luces se apagaron y el arrullo de los grillos reinó en todo el lugar, convirtiendo aquella habitación en una suave y cómoda prisión de la que la agobiada mujer deseaba escapar, aún sabiendo bien que no tenia un lugar a donde ir aunque lo lograse. Así pues, de manera resignada y reflexiva la ninfa tomó entre sus manos aquella vieja guitarra que traía consigo y con la cual solía tocar en sus tiempos más felices al lado de su amado padre y tocó y tocó, como si aquella luz lunar que se colaba por la ventana fuese un reflector y las estrellas que brillaban en el cielo fuesen su público, mirándola y aclamándola como si aquella fuera su última noche.
Al parecer las estrellas no fueron las únicas expectantes de aquella nostálgica canción, pues apenas terminó de tocar la última nota y dejó el instrumento de lado, la rubia mujer reveló su presencia una vez más, mirándola de forma lastimera y casi comprensiva con aquellos ojos azul profundo desde la entrada de la habitación.
- Esa fue una canción muy triste, my lady. - Comentó la rubia al mismo tiempo que se acercaba caminando a la velocidad de un vals, tomando asiento al lado de la ninfa cuando estuvo lo suficientemente cerca al modo que un claro confidente solía hacerlo. - ¿Le sucede algo? -
La demacrada peliverde sólo sonrió, apenada porque seguramente había despertado a tan buena mujer con sus lamentaciones. Sabía que si había molestado a la anfitriona en su casa después de mostrar tal grado de educación y amabilidad hacia ella, al menos merecía saber la verdad. - Supongo que así es. - Contestó. - ¿Usted ha experimentado esa sensación de haber llegado hasta el final de su camino por la vida, pero aún sigue viva sin saber el por qué? ¿Ha despertado día tras día una y otra vez preguntándose el por qué sigue en ésta tierra, donde nada queda para usted mas que miseria y dolor? - Explicaba mientras su mirada parecía bajar más y más.
- Lo he sentido. - Respondió la rubia. - Y por experiencia le puedo decir que en situaciones como esa lo que usted debe hacer es acercarse a su familia, la familia siempre será un pilar importante en la vida de una persona. - Aclaró mientras tomaba el mentón de la ninfa y elevaba su mirada, haciendo que observara en ella aquella sonrisa llena de apoyo moral que la posadera le dedicaba con tanta honestidad. - Ellos nunca la dejarán abajo. -
La ninfa sólo pudo sentir como sus ojos se llenaban de lágrimas al mismo tiempo que una sonrisa casi deformada se dibujaba en su rostro. - No tengo una familia, ni un amigo... Soy tan sólo una persona que no ha perdido el vigor aunque su espíritu se haya esfumado hace tiempo atrás. Joder yo... Yo sólo quiero que éste suplicio termine. Quiero irme de aquí, pero sé que donde quiera que esté este dolor me perseguirá por siempre, sé que no existe lugar en éste mundo para mi. - Dijo al final entre lágrimas, buscando esconder una vez más la mirada de aquella mujer.
Esos minutos mientras la chica lloraba y la rubia pensaba se volvieron eternos, hasta que por fin en medio de aquel mar de lágrimas hubo una respuesta por parte de la posadera, la cual pareció mostrar una nueva fase de sí misma. - Existe un lugar. - Mencionó mientras elevaba una vez más el rostro de la jovencita, mostrandole un gesto confiado y a la vez algo atemorizante. - Pero sólo hay una forma de llegar a él... - Aclaró mientras miraba las armas decorativas que existían en la pared de la habitación, dejando en claro lo que estaba pensando en aquel momento. - He enviado a varias personas a dicho lugar, si le soy "honesto". - Expresó en su natural voz masculina, mirándola una vez más de la forma que un depredador miraría a su presa. - Usted podría ser la siguiente si me lo permite. -
La joven de cabellos verdosos no pudo evitar enmudecer al escuchar dicha propuesta con aquella voz y al ver aquellas afiladas espadas en la pared, pero algo dentro de ella la hizo mantener la calma y simplemente en lugar de tratar de huir, echarse a reír, cosa que causó que el rubio borrase la sonrisa de su rostro y la cambiara por una clara expresión de molestia debido a que creía que lo había tomado a broma. Pero es que era tan obvio... ¿Por qué otra razón habría alguien tan amable a medio Bosque de los Susurros? Al menos había tenido el corazón para intentar consolarla antes de revelar sus verdaderas intenciones. - No parece mala idea. - Contestó finalmente mientras veía que aquella cara de molestia del rubio se transformaba en una de confusión. Al parecer nadie había aceptado dicha propuesta tan pacíficamente antes... - Si me guiará a un lugar tan bello como ese, por favor, al menos haga que mi trayecto no sea tan agonizante. -
El rubio miró sorpresivamente a la ninfa, creyendo que era todo parte de una trampa para hacer que se confiara y así traicionarlo por la espalda, mas después de unos cuantos segundos mirándola fijamente a los ojos observó aquella sinceridad con la que lo había pedido. Aquella manera en que imploraba por el descanso eterno... Esa mirada que tenían todos los que habían perdido la esperanza. - Así será, my lady... Pero si voy a tener el honor de tomar su vida, al menos me gustaría saber quién es usted. Me presentaré primero: Mi nombre es Min Naoto. -
- Min Naoto... Es un bonito nombre. - Eira sonrió, tomando un gran respiro y observando hacia la ventana. - Bien, Min... Esta será una larga historia... -
Las horas pasaron y pasaron, una historia tras otra fue revelada a aquel hombre, quien miraba atento a la mujer como si de un pequeño escuchando las historias de su abuela se tratase. Todo fue revelado. Sus raíces, la historia de la aldea élfica donde solía vivir, su escape, su vida entre los humanos... Las razones por las que se encontraba así.
Al finalizar la historia de su vida, el posadero no pudo evitar mirarla con sus ojos totalmente cristalinos y una expresión afligida, mas tratando de evitar el llorar debido a la pena que la muchacha le causaba, intentó disimular y volteó hacia la ventana, viendo la luna en su punto exacto. - Es hora... - Murmuró mientras devolvía la mirada a la alta mujer, la cual le sonreía mientras que, al igual que él, trataba de contener las lágrimas.
- Muchas gracias por todo, Min. - Dijo mientras se acercaba y le abrazaba, estrujándolo con una fuerza que emergía naturalmente de sus músculos, como si supieran que aquello sería lo último que harían antes de perecer. - ¿Puedo pedirte un último favor? -
- Lo que sea, my lady. - Contestó el hombre, el cual no se atrevía aún a corresponder aquel abrazo.
La joven, con sus lágrimas corriendo libres por fin a través de sus pálidas mejillas, se acercó hasta el oído del rubio y susurró algunas palabras que fueron inaudibles incluso para aquel que se encontrara cerca de ellos... Palabras que nadie sabría jamás que fueron dichas. Secretos que, junto con ellos, morirían algún día y volarían junto con el polvo de sus cenizas.
- Es una pena que personas buenas como tú mueran así de jóvenes. - Dijo el posadero mientras lentamente movía sus brazos y, con cariño, abrazaba a la ninfa alrededor de su cuello. - Tus deseos serán mis ordenes. - Le murmuró en un tono sutil mientras que, después de haber escuchado un último suspiro aliviado por parte de la mujer, hizo un movimiento tan rápido y certero que hizo que todo llegase a su fin. Y aún cuando el posadero había sentido como la fuerza se había ido del cuerpo de la chica, permaneció abrazándolo un rato más mientras sentía como unas lágrimas amargas se derramaban por fin desde sus ojos, las cuales junto con una canción de cuna que solía cantarle su madre cuando era pequeño, le deseaban un buen viaje a aquella desafortunada alma.
Cuando los minutos pasaron y aquella piel comenzó a sentirse helada por fin, el hombre se separó por fin de aquel abrazo y recostó a la ninfa en aquella cama, tomando una de sus manos y levantándola hasta su rostro.
- Fue un placer conocerte, Eira Noctans; Heredera de Aileen y Phoebe Noctans. Última hija de la aldea elfica del este. - Exclamó, haciendo una reverencia hacia ella y besando delicadamente el dorso de su mano.
- ¿Quién anda ahí? - Preguntó una dulce y tenue voz desde el fondo de la casa, la cual pareció pertenecer a una dulce chiquilla rubia que salio de entre oscuridad y de cientos de máscaras aterradoras colgadas en la pared, mostrándose ante la vista de Eira cual hermosa muñeca hecha de fina porcelana.
Cuando los ojos de la mujercita y los de la ninfa se encontraron, nisiquiera hubo necesidad de palabras para saber lo que ambas pensaban decir y hacer, así que manteniendo el silencio a cada momento aquella noche se convirtió en una velada entre ambas, una en la cual hubo buena comida, buen vino, buena compañía y al final del día, un buen lugar donde la ninfa podría descansar los huesos.
Las luces se apagaron y el arrullo de los grillos reinó en todo el lugar, convirtiendo aquella habitación en una suave y cómoda prisión de la que la agobiada mujer deseaba escapar, aún sabiendo bien que no tenia un lugar a donde ir aunque lo lograse. Así pues, de manera resignada y reflexiva la ninfa tomó entre sus manos aquella vieja guitarra que traía consigo y con la cual solía tocar en sus tiempos más felices al lado de su amado padre y tocó y tocó, como si aquella luz lunar que se colaba por la ventana fuese un reflector y las estrellas que brillaban en el cielo fuesen su público, mirándola y aclamándola como si aquella fuera su última noche.
Al parecer las estrellas no fueron las únicas expectantes de aquella nostálgica canción, pues apenas terminó de tocar la última nota y dejó el instrumento de lado, la rubia mujer reveló su presencia una vez más, mirándola de forma lastimera y casi comprensiva con aquellos ojos azul profundo desde la entrada de la habitación.
- Esa fue una canción muy triste, my lady. - Comentó la rubia al mismo tiempo que se acercaba caminando a la velocidad de un vals, tomando asiento al lado de la ninfa cuando estuvo lo suficientemente cerca al modo que un claro confidente solía hacerlo. - ¿Le sucede algo? -
La demacrada peliverde sólo sonrió, apenada porque seguramente había despertado a tan buena mujer con sus lamentaciones. Sabía que si había molestado a la anfitriona en su casa después de mostrar tal grado de educación y amabilidad hacia ella, al menos merecía saber la verdad. - Supongo que así es. - Contestó. - ¿Usted ha experimentado esa sensación de haber llegado hasta el final de su camino por la vida, pero aún sigue viva sin saber el por qué? ¿Ha despertado día tras día una y otra vez preguntándose el por qué sigue en ésta tierra, donde nada queda para usted mas que miseria y dolor? - Explicaba mientras su mirada parecía bajar más y más.
- Lo he sentido. - Respondió la rubia. - Y por experiencia le puedo decir que en situaciones como esa lo que usted debe hacer es acercarse a su familia, la familia siempre será un pilar importante en la vida de una persona. - Aclaró mientras tomaba el mentón de la ninfa y elevaba su mirada, haciendo que observara en ella aquella sonrisa llena de apoyo moral que la posadera le dedicaba con tanta honestidad. - Ellos nunca la dejarán abajo. -
La ninfa sólo pudo sentir como sus ojos se llenaban de lágrimas al mismo tiempo que una sonrisa casi deformada se dibujaba en su rostro. - No tengo una familia, ni un amigo... Soy tan sólo una persona que no ha perdido el vigor aunque su espíritu se haya esfumado hace tiempo atrás. Joder yo... Yo sólo quiero que éste suplicio termine. Quiero irme de aquí, pero sé que donde quiera que esté este dolor me perseguirá por siempre, sé que no existe lugar en éste mundo para mi. - Dijo al final entre lágrimas, buscando esconder una vez más la mirada de aquella mujer.
En aquel momento la posadera borró completamente su sonrisa de su rostro y bajó la mirada, pensativa, aunque no soltó del todo el rostro de la aflijida muchacha.
Esos minutos mientras la chica lloraba y la rubia pensaba se volvieron eternos, hasta que por fin en medio de aquel mar de lágrimas hubo una respuesta por parte de la posadera, la cual pareció mostrar una nueva fase de sí misma. - Existe un lugar. - Mencionó mientras elevaba una vez más el rostro de la jovencita, mostrandole un gesto confiado y a la vez algo atemorizante. - Pero sólo hay una forma de llegar a él... - Aclaró mientras miraba las armas decorativas que existían en la pared de la habitación, dejando en claro lo que estaba pensando en aquel momento. - He enviado a varias personas a dicho lugar, si le soy "honesto". - Expresó en su natural voz masculina, mirándola una vez más de la forma que un depredador miraría a su presa. - Usted podría ser la siguiente si me lo permite. -
La joven de cabellos verdosos no pudo evitar enmudecer al escuchar dicha propuesta con aquella voz y al ver aquellas afiladas espadas en la pared, pero algo dentro de ella la hizo mantener la calma y simplemente en lugar de tratar de huir, echarse a reír, cosa que causó que el rubio borrase la sonrisa de su rostro y la cambiara por una clara expresión de molestia debido a que creía que lo había tomado a broma. Pero es que era tan obvio... ¿Por qué otra razón habría alguien tan amable a medio Bosque de los Susurros? Al menos había tenido el corazón para intentar consolarla antes de revelar sus verdaderas intenciones. - No parece mala idea. - Contestó finalmente mientras veía que aquella cara de molestia del rubio se transformaba en una de confusión. Al parecer nadie había aceptado dicha propuesta tan pacíficamente antes... - Si me guiará a un lugar tan bello como ese, por favor, al menos haga que mi trayecto no sea tan agonizante. -
El rubio miró sorpresivamente a la ninfa, creyendo que era todo parte de una trampa para hacer que se confiara y así traicionarlo por la espalda, mas después de unos cuantos segundos mirándola fijamente a los ojos observó aquella sinceridad con la que lo había pedido. Aquella manera en que imploraba por el descanso eterno... Esa mirada que tenían todos los que habían perdido la esperanza. - Así será, my lady... Pero si voy a tener el honor de tomar su vida, al menos me gustaría saber quién es usted. Me presentaré primero: Mi nombre es Min Naoto. -
- Min Naoto... Es un bonito nombre. - Eira sonrió, tomando un gran respiro y observando hacia la ventana. - Bien, Min... Esta será una larga historia... -
Las horas pasaron y pasaron, una historia tras otra fue revelada a aquel hombre, quien miraba atento a la mujer como si de un pequeño escuchando las historias de su abuela se tratase. Todo fue revelado. Sus raíces, la historia de la aldea élfica donde solía vivir, su escape, su vida entre los humanos... Las razones por las que se encontraba así.
Al finalizar la historia de su vida, el posadero no pudo evitar mirarla con sus ojos totalmente cristalinos y una expresión afligida, mas tratando de evitar el llorar debido a la pena que la muchacha le causaba, intentó disimular y volteó hacia la ventana, viendo la luna en su punto exacto. - Es hora... - Murmuró mientras devolvía la mirada a la alta mujer, la cual le sonreía mientras que, al igual que él, trataba de contener las lágrimas.
- Muchas gracias por todo, Min. - Dijo mientras se acercaba y le abrazaba, estrujándolo con una fuerza que emergía naturalmente de sus músculos, como si supieran que aquello sería lo último que harían antes de perecer. - ¿Puedo pedirte un último favor? -
- Lo que sea, my lady. - Contestó el hombre, el cual no se atrevía aún a corresponder aquel abrazo.
La joven, con sus lágrimas corriendo libres por fin a través de sus pálidas mejillas, se acercó hasta el oído del rubio y susurró algunas palabras que fueron inaudibles incluso para aquel que se encontrara cerca de ellos... Palabras que nadie sabría jamás que fueron dichas. Secretos que, junto con ellos, morirían algún día y volarían junto con el polvo de sus cenizas.
- Es una pena que personas buenas como tú mueran así de jóvenes. - Dijo el posadero mientras lentamente movía sus brazos y, con cariño, abrazaba a la ninfa alrededor de su cuello. - Tus deseos serán mis ordenes. - Le murmuró en un tono sutil mientras que, después de haber escuchado un último suspiro aliviado por parte de la mujer, hizo un movimiento tan rápido y certero que hizo que todo llegase a su fin. Y aún cuando el posadero había sentido como la fuerza se había ido del cuerpo de la chica, permaneció abrazándolo un rato más mientras sentía como unas lágrimas amargas se derramaban por fin desde sus ojos, las cuales junto con una canción de cuna que solía cantarle su madre cuando era pequeño, le deseaban un buen viaje a aquella desafortunada alma.
Cuando los minutos pasaron y aquella piel comenzó a sentirse helada por fin, el hombre se separó por fin de aquel abrazo y recostó a la ninfa en aquella cama, tomando una de sus manos y levantándola hasta su rostro.
- Fue un placer conocerte, Eira Noctans; Heredera de Aileen y Phoebe Noctans. Última hija de la aldea elfica del este. - Exclamó, haciendo una reverencia hacia ella y besando delicadamente el dorso de su mano.