Post by Aesther on Oct 27, 2017 0:13:00 GMT
Desolado sentía el corazón, roto al ver cómo un mundo construído con cientas de ilusiones sentía estaba al borde del colapso. Regresó al Templo con el espíritu caído, teniendo un tatuaje en sus ojos; Ajani tomando el lado de Lysander Velfast, un ser que aunque no despreciara, le causaba desconfianza. Un sentimiento infundido por las advertencias del mismísimo Rey Sol y de las visiones mostradas por el errante. No había manera de saber si el caos, la destrucción, la tragedia y la muerte sería consecuencia del cambio que venía sobre Mirovia.
Pisaba el suelo de su hogar con los pies descalzos, sintiendo las hojas y pétalos que habían caído a su llegada. Los alrededores perdían su color y vivacidad, haciendo caer en pequeños pedazos ramas y botones que perdían vida a causa de la tristeza de Aesther. Era tarde y por fortuna los cortesanos ya dormitaban, sólo los centinelas que hacían guarda fueron testigos de aquello, ellos y el siempre fiel acompañante de la Soberana. Al caminar por uno de los pasillos, Tristán, el bardo de la corte, se asomó desde su puerta, alcanzando a ver la figura de la ninfa desapareciendo a la vuelta de uno de los corredores. Caminó apresurado, hasta alcanzarla llegando hasta su habitación. -Aesther- llamó en voz baja pero lo suficientemente fuerte para llamar la atención de la joven. Se dio la vuelta al escuchar su nombre, fingiendo una sonrisa que no convenció al unicornio.
-¿Qué sucede?- preguntó mostrándose consternado, apoyando su mano sobre el hombro de su amiga. La Soberana bajó la cabeza, dándose la vuelta para abrir la puerta, permitiéndole el paso al muchacho, siendo éste el único que podía entrar a sus aposentos con tal confianza y familiaridad. Removió la capa que la había cubierto dejando ver el amuleto que le había sido obsequiado por Black Stag. Aquello no le pasó desapercibido a Tristán pero se mantuvo callado, esperando a que fuese ella quien diera las explicaciones pertinentes. Por su parte, Aesther intentaba acomodar sus pensamientos, luchando con todas sus fuerzas para no llorar.
Las puertas del balcón se encontraban abiertas permitiendo que la brisa de la noche entrara en la habitación, dejando tras ella una sensación fría que levantó las flores caídas sobre todo el cuarto. El bardo tomó asiento al lado de la cama de su amiga, esperándola mientras ella se encaminaba hacia su espejo, removiendo la corona de flores que siempre adornaba su cabello. Se miró por un momento, inspeccionando cada parte de sí misma. Su rostro entristecido, marcado por las decisiones tan opuestas de Ajani. Tomó su cabello, repasándolo entre sus manos, ausente, apenas recordando cómo había estado tan ilusionada de haberse formulado en su mente un futuro distinto con él. Juntos, en armonía, aún más dedicada a él que nunca pero ahora todo aquello quedó enterrado entre los recuerdos que atesoraba, los recuerdos que no podría repetir. Si bien su cariño seguía siendo profundo, ahora más que nunca estaba convencida que Ajani no podía sentir por ella otra cosa que no fuera desprecio y que lo único que podía haber era respeto, un respeto que flaqueaba por la división que justo acababa de darse.
Tristán estaba consternado; no recordaba haber visto a la ninfa en ese estado. Tan callada, tan derrumbada; algo terrible debía de haber sucedido. Estaba demasiado preocupado por ella, sumándose esto a meses de preguntarse qué acontecía en su vida puesto que Aesther parecía estar envuelta en un misterio el cual no compartía con él. Esperó paciente a que la ninfa decidiera explayarse, si es que eso era lo que necesitaba. No era extraño que su amiga le pidiera compañía en lo que conciliara el sueño; solamente sentarse a su lado y esperar a que el peso del cansancio le ayudara a cerrar los ojos.
-Estoy asustada- dijo al fin aún mirándose al espejo. Sentía que todo se escapaba de sus manos, había algo incierto, algo que de cierta manera le llenaba de ansiedad y la hacía sentir atada de manos. Presionó sus labios tratando de someter el repentino temblor que perturbaba la calma de su rostro. Tristán sólo observaba, permitiendo que el silencio fuera interrumpido por la voz de su Soberana pero al ver su reflejo en el espejo pudo notar que algo verdaderamente grave estaba ocurriendo. Su gesto cambió y se mostró angustiado. Se levantó hasta llegar a la silla en la que ahora estaba sentada, colocando sus manos sobre el respaldo, mirándola en su reflejo. -Sabes que puedes decirme, por favor- insistió. No deseaba consentir su curiosidad ni sacarle las palabras por capricho sino que deseaba liberarla de la tensión que aprisionaba sus sentimientos. Aesther bajó la cabeza derrotada ante el refugio que su amigo le ofrecía dejando que un par de lágrimas recorrieran sus mejillas. -Ajani...- susurró. El unicornio esperó pero sabía el poder que el Soberano tenía sobre ella, un poder cimentado por los sentimientos tan puros de Aesther por él, de su constante devoción y admiración, pero sobretodo, de su profundo cariño. Llevó sus manos sobre los hombros de la joven, acariciando suavemente intentando brindarle algo de consuelo.
Aesther comenzó a sollozar, llevándose las manos al rostro. No deseaba que su amigo la viera en esas condiciones, tan quebrada, tan incapaz de fungir como protectora y piedra de sus cortesanos. El bardo no perdió tiempo en hincarse frente a ella, tomando sus muñecas extendiéndole su confianza y discreción; no había nada de malo en llorar. Limpió sus lágrimas, dejando escapar suspiros a causa de la presión que el sentimiento provocaba en su pecho, hasta encontrarse con los rosados ojos de su amigo. -Ariel se fue, Tristán-. Aquello le cayó como un balde de agua fría al joven, preguntándose cómo podía ser posible y por qué. Sus labios se separaron en busca de respuestas mas la voz de la Soberana interrumpió sus intenciones de cuestionarle aún más. -Eso... eso me da tanta pena... Y por ello, el destino de Mirovia cambiará drásticamente... Lysander Velfast ha tomado el poder-. El unicornio sintió un hueco en el estómago al escuchar ese nombre; había sido ese hombre el que lastimó a Atlas por lo que le pareció un capricho, por la atención de su amigo quien se atrevió a rechazar una invitación a su castillo. El chico bajó las manos, entrelazó sus dedos y las colocó sobre las rodillas de Aesther donde recargó la cabeza. -Lo siento tanto- murmuró.
El viento lloró de pronto, trayéndose las hojas de los árboles que dormitaban en el jardín. Aesther acomodo su cabello que rebelde danzaba con la brisa, desobedeciendo el sentir tan apesadumbrado que inundaba su corazón. Bajó la cabeza, encontrándose sobre su pecho el peso de aquél amuleto que Black Stag le había entregado. Lo tomó entre sus manos, acariciando su superficie con sus dedos. Al alzar la cabeza, Tristán notó tal objeto en su poder. Observó con cuidado, sintiendo una familiaridad al verlo. -¿Qué es?- preguntó dejando que su curiosidad se le escapara de la boca. La chica lo miró de pronto, cual pequeño siendo descubierto en una travesura. Olvidaba el secreto que guardaba. Tragó saliva, sintiendo algo de duda; ¿debía decírselo? -Un obsequio- respondió. Sonrió con suavidad, cambiando un poco el gesto mas la tristeza e incertidumbre le estrujaban el pecho. Tristán tuvo oportunidad de observar las características del regalo de manera fugaz pero lo suficiente para captar los detalles de éste. Un grabado de un cráneo sobre una hermosa piedra de lo que parecía ser obsidiana. El chico no juzgaría jamás a su amiga pero sí sintió algo de urgencia al verla sosteniendo aquello. Tomó su mano, dándose el atrevimiento de explorar con las yemas de sus dedos la superficie de la piedra. -¿Quién?- preguntó intrigado sin despegar el escrutinio de su mirada del objeto. Aesther se sintió nerviosa sabiendo que su amigo comenzaba a sospechar algo o al menos que empezaba a hacerse preguntas que no tardaría en expresarle.
El nombre se asentó en el borde de sus labios, clavándose en ellos pretendiendo escapar. Las miradas entre ambos se conectaron, creando un silencio que esperaba por ser condenado a esperar; a ser llenado por una confesión. -Black Stag- dijo con temor. No había miedo por el errante; eso se había disipado mas miedo por lo que Tristán pensaría. Confiaba en él, en su lealtad y sobre todo su amistad. Como era de esperarse, tal declaración causó impacto en el muchacho quien se puso de pie rápidamente, mirando a la Soberana con sorpresa y confusión. Sus ojos abiertos mostraban incredulidad; ¿cómo? Aesther bajó la cabeza, sabiendo que tal contacto... amistad... lo que fuese, no sería comprendida por todos. Se puso de pie, caminando hasta su cama que destendió con lentitud como si fuese cualquier otra noche. -No espero que entiendas... pero... debía saberlo alguien- confesó mientras le daba la espalda. Miró de reojo a la pequeña mesa que reposaba al lado de su cama sobre la cual aún se encontraba aquella rosa negra que con mucho esfuerzo logró mantener con vida. -Yo también tengo demasiadas preguntas- susurró. Fue entonces que Tristán comprendió que lo que ella necesitaba era su compañía, su apoyo y silencio. Volvió a tomar lugar en la silla que estaba al lado de su cama mientras la ninfa dejaba caer su cuerpo al colchón, arropándose mientras acomodaba su cabeza sobre su almohada.
El unicornio acarició la cabeza de la Soberana mientras ésta comenzaba poco a poco a cerrar sus ojos. -Mañana será otro día... pero la luz del Sol no calentará mi piel como lo hizo antes...-. Las caricias de su amigo le ayudaron a conciliar el sueño pronto, entrando en el refugio onírico que la mantendría aislada de todo lo que tanto la había abatido al menos por algunas horas. Tristán decidió permanecer a su lado toda la noche, sentado sobre aquella silla vigilando su sueño. Sus ojos también cerrándose poco a poco, permitiendo que el sonido del viento sollozante lo acarreara junto con la Soberana al mundo de los sueños.
Sintió de pronto un escalofrío... como si alguien le mirase. La habitación se encontraba ya en la oscuridad, sólo la luz de la luna filtrándose entre las cortinas que se movían a causa del viento alumbraban la salida al balcón. Nada... Se cruzó de brazos, forzándose a cerrar los ojos. Aunque no se sentía amenazado, un sentimiento extraño lo agobió.
Pisaba el suelo de su hogar con los pies descalzos, sintiendo las hojas y pétalos que habían caído a su llegada. Los alrededores perdían su color y vivacidad, haciendo caer en pequeños pedazos ramas y botones que perdían vida a causa de la tristeza de Aesther. Era tarde y por fortuna los cortesanos ya dormitaban, sólo los centinelas que hacían guarda fueron testigos de aquello, ellos y el siempre fiel acompañante de la Soberana. Al caminar por uno de los pasillos, Tristán, el bardo de la corte, se asomó desde su puerta, alcanzando a ver la figura de la ninfa desapareciendo a la vuelta de uno de los corredores. Caminó apresurado, hasta alcanzarla llegando hasta su habitación. -Aesther- llamó en voz baja pero lo suficientemente fuerte para llamar la atención de la joven. Se dio la vuelta al escuchar su nombre, fingiendo una sonrisa que no convenció al unicornio.
-¿Qué sucede?- preguntó mostrándose consternado, apoyando su mano sobre el hombro de su amiga. La Soberana bajó la cabeza, dándose la vuelta para abrir la puerta, permitiéndole el paso al muchacho, siendo éste el único que podía entrar a sus aposentos con tal confianza y familiaridad. Removió la capa que la había cubierto dejando ver el amuleto que le había sido obsequiado por Black Stag. Aquello no le pasó desapercibido a Tristán pero se mantuvo callado, esperando a que fuese ella quien diera las explicaciones pertinentes. Por su parte, Aesther intentaba acomodar sus pensamientos, luchando con todas sus fuerzas para no llorar.
Las puertas del balcón se encontraban abiertas permitiendo que la brisa de la noche entrara en la habitación, dejando tras ella una sensación fría que levantó las flores caídas sobre todo el cuarto. El bardo tomó asiento al lado de la cama de su amiga, esperándola mientras ella se encaminaba hacia su espejo, removiendo la corona de flores que siempre adornaba su cabello. Se miró por un momento, inspeccionando cada parte de sí misma. Su rostro entristecido, marcado por las decisiones tan opuestas de Ajani. Tomó su cabello, repasándolo entre sus manos, ausente, apenas recordando cómo había estado tan ilusionada de haberse formulado en su mente un futuro distinto con él. Juntos, en armonía, aún más dedicada a él que nunca pero ahora todo aquello quedó enterrado entre los recuerdos que atesoraba, los recuerdos que no podría repetir. Si bien su cariño seguía siendo profundo, ahora más que nunca estaba convencida que Ajani no podía sentir por ella otra cosa que no fuera desprecio y que lo único que podía haber era respeto, un respeto que flaqueaba por la división que justo acababa de darse.
Tristán estaba consternado; no recordaba haber visto a la ninfa en ese estado. Tan callada, tan derrumbada; algo terrible debía de haber sucedido. Estaba demasiado preocupado por ella, sumándose esto a meses de preguntarse qué acontecía en su vida puesto que Aesther parecía estar envuelta en un misterio el cual no compartía con él. Esperó paciente a que la ninfa decidiera explayarse, si es que eso era lo que necesitaba. No era extraño que su amiga le pidiera compañía en lo que conciliara el sueño; solamente sentarse a su lado y esperar a que el peso del cansancio le ayudara a cerrar los ojos.
-Estoy asustada- dijo al fin aún mirándose al espejo. Sentía que todo se escapaba de sus manos, había algo incierto, algo que de cierta manera le llenaba de ansiedad y la hacía sentir atada de manos. Presionó sus labios tratando de someter el repentino temblor que perturbaba la calma de su rostro. Tristán sólo observaba, permitiendo que el silencio fuera interrumpido por la voz de su Soberana pero al ver su reflejo en el espejo pudo notar que algo verdaderamente grave estaba ocurriendo. Su gesto cambió y se mostró angustiado. Se levantó hasta llegar a la silla en la que ahora estaba sentada, colocando sus manos sobre el respaldo, mirándola en su reflejo. -Sabes que puedes decirme, por favor- insistió. No deseaba consentir su curiosidad ni sacarle las palabras por capricho sino que deseaba liberarla de la tensión que aprisionaba sus sentimientos. Aesther bajó la cabeza derrotada ante el refugio que su amigo le ofrecía dejando que un par de lágrimas recorrieran sus mejillas. -Ajani...- susurró. El unicornio esperó pero sabía el poder que el Soberano tenía sobre ella, un poder cimentado por los sentimientos tan puros de Aesther por él, de su constante devoción y admiración, pero sobretodo, de su profundo cariño. Llevó sus manos sobre los hombros de la joven, acariciando suavemente intentando brindarle algo de consuelo.
Aesther comenzó a sollozar, llevándose las manos al rostro. No deseaba que su amigo la viera en esas condiciones, tan quebrada, tan incapaz de fungir como protectora y piedra de sus cortesanos. El bardo no perdió tiempo en hincarse frente a ella, tomando sus muñecas extendiéndole su confianza y discreción; no había nada de malo en llorar. Limpió sus lágrimas, dejando escapar suspiros a causa de la presión que el sentimiento provocaba en su pecho, hasta encontrarse con los rosados ojos de su amigo. -Ariel se fue, Tristán-. Aquello le cayó como un balde de agua fría al joven, preguntándose cómo podía ser posible y por qué. Sus labios se separaron en busca de respuestas mas la voz de la Soberana interrumpió sus intenciones de cuestionarle aún más. -Eso... eso me da tanta pena... Y por ello, el destino de Mirovia cambiará drásticamente... Lysander Velfast ha tomado el poder-. El unicornio sintió un hueco en el estómago al escuchar ese nombre; había sido ese hombre el que lastimó a Atlas por lo que le pareció un capricho, por la atención de su amigo quien se atrevió a rechazar una invitación a su castillo. El chico bajó las manos, entrelazó sus dedos y las colocó sobre las rodillas de Aesther donde recargó la cabeza. -Lo siento tanto- murmuró.
El viento lloró de pronto, trayéndose las hojas de los árboles que dormitaban en el jardín. Aesther acomodo su cabello que rebelde danzaba con la brisa, desobedeciendo el sentir tan apesadumbrado que inundaba su corazón. Bajó la cabeza, encontrándose sobre su pecho el peso de aquél amuleto que Black Stag le había entregado. Lo tomó entre sus manos, acariciando su superficie con sus dedos. Al alzar la cabeza, Tristán notó tal objeto en su poder. Observó con cuidado, sintiendo una familiaridad al verlo. -¿Qué es?- preguntó dejando que su curiosidad se le escapara de la boca. La chica lo miró de pronto, cual pequeño siendo descubierto en una travesura. Olvidaba el secreto que guardaba. Tragó saliva, sintiendo algo de duda; ¿debía decírselo? -Un obsequio- respondió. Sonrió con suavidad, cambiando un poco el gesto mas la tristeza e incertidumbre le estrujaban el pecho. Tristán tuvo oportunidad de observar las características del regalo de manera fugaz pero lo suficiente para captar los detalles de éste. Un grabado de un cráneo sobre una hermosa piedra de lo que parecía ser obsidiana. El chico no juzgaría jamás a su amiga pero sí sintió algo de urgencia al verla sosteniendo aquello. Tomó su mano, dándose el atrevimiento de explorar con las yemas de sus dedos la superficie de la piedra. -¿Quién?- preguntó intrigado sin despegar el escrutinio de su mirada del objeto. Aesther se sintió nerviosa sabiendo que su amigo comenzaba a sospechar algo o al menos que empezaba a hacerse preguntas que no tardaría en expresarle.
El nombre se asentó en el borde de sus labios, clavándose en ellos pretendiendo escapar. Las miradas entre ambos se conectaron, creando un silencio que esperaba por ser condenado a esperar; a ser llenado por una confesión. -Black Stag- dijo con temor. No había miedo por el errante; eso se había disipado mas miedo por lo que Tristán pensaría. Confiaba en él, en su lealtad y sobre todo su amistad. Como era de esperarse, tal declaración causó impacto en el muchacho quien se puso de pie rápidamente, mirando a la Soberana con sorpresa y confusión. Sus ojos abiertos mostraban incredulidad; ¿cómo? Aesther bajó la cabeza, sabiendo que tal contacto... amistad... lo que fuese, no sería comprendida por todos. Se puso de pie, caminando hasta su cama que destendió con lentitud como si fuese cualquier otra noche. -No espero que entiendas... pero... debía saberlo alguien- confesó mientras le daba la espalda. Miró de reojo a la pequeña mesa que reposaba al lado de su cama sobre la cual aún se encontraba aquella rosa negra que con mucho esfuerzo logró mantener con vida. -Yo también tengo demasiadas preguntas- susurró. Fue entonces que Tristán comprendió que lo que ella necesitaba era su compañía, su apoyo y silencio. Volvió a tomar lugar en la silla que estaba al lado de su cama mientras la ninfa dejaba caer su cuerpo al colchón, arropándose mientras acomodaba su cabeza sobre su almohada.
El unicornio acarició la cabeza de la Soberana mientras ésta comenzaba poco a poco a cerrar sus ojos. -Mañana será otro día... pero la luz del Sol no calentará mi piel como lo hizo antes...-. Las caricias de su amigo le ayudaron a conciliar el sueño pronto, entrando en el refugio onírico que la mantendría aislada de todo lo que tanto la había abatido al menos por algunas horas. Tristán decidió permanecer a su lado toda la noche, sentado sobre aquella silla vigilando su sueño. Sus ojos también cerrándose poco a poco, permitiendo que el sonido del viento sollozante lo acarreara junto con la Soberana al mundo de los sueños.
Sintió de pronto un escalofrío... como si alguien le mirase. La habitación se encontraba ya en la oscuridad, sólo la luz de la luna filtrándose entre las cortinas que se movían a causa del viento alumbraban la salida al balcón. Nada... Se cruzó de brazos, forzándose a cerrar los ojos. Aunque no se sentía amenazado, un sentimiento extraño lo agobió.