Post by Denard Fantôme on Jan 7, 2018 21:42:15 GMT
Denard caminó con cuidado sobre las cosechas de los campesinos, no se preocupó en pisar los arados, pues todas las cosechas habían sido retiradas debido a la temporada de invierno que ya estaba sobre ellos. No miraba a nadie muy a pesar de que los arcanos le dirigieran miradas curiosas, susurros chismosos entre mujeres o asombros de ojos provenientes de pequeños niños al ver al hombre de ropajes negros como el cuervo y la pantera que portaba su ser. El grifo alzó la cabeza, las nubes grises cubrían el sol, dando al ambiente un clima agradable, el frío jamás le causó molestia alguna.
Sus pasos llegaron hasta una casita de paja y piedra, la misma en la que se habían ocultado Desdemona y él para esperar la noche.
Aquella noche que jamás olvidarían muy a pesar de intentar desvanecer los recuerdos.
Cada vez que Denard respiraba en esa aldea parecía olfatear el olor a muerte que había ocurrido, miró hacia un lado, donde la estatua de aquella extraña deidad aún estaba en pie con las ofrendas, casi pudo divisar el cadáver de la muchacha que había sido escogida, y absorbida de todo canto de vida que pudo haber poseído. Pero tan solo algunas flores y pasto verde rodeaban la estatua ese día.
El detective tocó varias veces la puerta de madera con los nudillos. Una voz casi imperceptible le otorgó el paso. Abrió la puerta con cuidado de no golpear nada en el proceso, pues no estaría seguro si la dueña de la casa fuera a hacerlo.
Al entrar, la casa estaba igual que siempre, la mesa ahora con solo una silla, los sillones a punto de reventar debido a la humedad de la madera y una mujer sentada en un banco pegada a la ventana. Denard se acercó a ella sin decir una sola palabra. La mujer miraba el horizonte, tenía las manos sobre su regazo tan delgadas que parecía que su piel tan solo eran huesos, su vestido estaba sucio de polvo y tierra, el cabello casi opaco, la piel pálida y la respiración entrecortada conformaban aquel saco de un alma sin propósito.
―¿Alguna vez ha pensado… ― La voz casi fantasmal de la mujer cortó de pronto el silencio que rodeaban a ambos― …que conforme pasan las pérdidas, tu cuerpo deja de ser tuyo?
Denard no contestó.
―Uno se aferra tanto al amor, que, cuando te lo quitan una parte de tu alma se va con él. ―La mujer volteó hacia Denard, la arcana de cabellos dorados casi cafés debido al descuido, lo miró con ambos ojos sumidos en las penumbras de sus ojeras negras y la tristeza de su alma.
―Señorita yo…
―Ya sé a que viene, detective ―La mujer ni siquiera se inmutó ―Viene a decirme que mi hijo no ha aparecido… se que jamás va a volver, anoche tuve un sueño, uno en el que aparecían luciérnagas que se comían con fiereza a mi pequeño ―Una lágrima rodó por su mejilla mientras su mirada volvía a ponerse en el horizonte grisáceo ―Desde esa noche no he vuelto a dormir.
―Lo lamento mucho ―Denard mantuvo sus manos dentro del saco.
―No, no lo lamenta.
Denard la miró con atención.
―¿Usted es padre, señor Fantome?
El hombre no contestó su pregunta.
―Cuando sepa lo que es vivir para alguien, que aquel pequeño ser provino de usted, del amor… y luego que de pronto te lo arrebaten, sentirá el mayor de los dolores del mundo, y será entonces cuando lo sienta. ―La mujer volvió a mirarlo, tenía los ojos hinchados por las lágrimas y la boca temblorosa ―Mientras tanto, le agradecería que no me sermoneara con falsas penas por mí.
―Barleem era mi amigo ―La mujer agrandó mucho los ojos, como si de pronto todo el mundo le hubiera caído sobre los hombros ―Su esposo fue huérfano, al igual que yo, me acompañó muchos años hasta que fue lo suficientemente mayor para valerse por sí mismo. ―Denard observó como el rostro de la mujer se deformaba en un mar de sentimientos melancólicos a punto de romperse en llanto. ―Recuerdo alguna vez que me comentó, que, si llegaba a tener un hijo, le pondría su nombre, y lo logró.
―Desde que mi esposo murió, toda la familia pareció sumirse en una maldición. ―La mujer bajó la cabeza, acomodando sus manos sobre su rostro entre sollozos.
―No prometo encontrar a su hijo ―Denard se acercó a la mujer paso a paso, haciendo eco del tacón contra la madera ―Pero lo que sí prometo, será buscar a quien sea quien se haya tomado la libertad de tomar algo que no es suyo, y no solo lo voy a encontrar… ―Denard la miraba desde arriba, sus ojos grises brillaban en contraste con la oscuridad de la casa y con el rostro frío como la piedra, arrugó la nariz ― Voy a matarlo. ―El hombre se dio la media vuelta, mientras la gabardina negra se pegaba contra sus rodillas.
―Señor Fantome…
El hombre miró de reojo a la mujer.
―Haga que ese desgraciado sienta el dolor de una madre al perder a su hijo, desde lo más profundo de sus entrañas.
Denard tomó la perilla de la puerta, cerrando con un fuerte portazo tras de sí, desapareciendo tan rápido como había llegado.