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Post by Azarel Mstislav on Feb 2, 2018 4:43:10 GMT
―El ciervo siempre estará preparado para cualquier peligro, son veloces, ágiles, siempre a la deriva de lo que está a su alrededor, por eso debemos de ser pacientes, seguirlo de lejos, observando todos sus movimientos, y cuando llegue el momento correcto, asestar el golpe final ―Explicaba el emperador Mstislav I mientras tensaba un arco tan hermoso y brillante como cualquier gema preciosa, su mirada estaba dirigida al ciervo en medio del bosque, dejándose ver entre el follaje de los árboles. ―Solo tienes un solo tiro… una sola flecha que te dejará darlo todo o quedarte sin nada.
El hombre soltó la flecha, dejando que ésta pasara entre los árboles tan rápido que ni siquiera el ojo más hábil hubiese podido verla venir. Se escuchó el impacto, y como un cuerpo caía contra el suave pasto y la tierra.
―Justo en el blanco ―Habló una suave voz tras el poderoso hombre de vestimenta elegante, acompañado de una capa color azul marino que se extendía por su cuerpo y el del caballo que montaba. El emperador volteó hacia atrás con una sonrisa, observando a un niño de cabellos cafés como las ramas de un poderoso roble, el pequeño tenía los ojos azul claro, brillantes como cualquier día despejado, mirando al rey con una gran sonrisa emocionada.
―Recuerda lo que te acabo de decir, Azarel ―Mstislav I tomó las riendas del caballo, avanzando algunos pasos, mientras algunos hombres vestidos de armadura igualmente a caballo iban por la presa, acompañados de algunos perros de caza ―Porque, cuando seas mayor de edad vas a cazar tu primer ciervo, y será la cena de un gran banquete.
―Tendrás al ciervo más hermoso de todo el reino para la cena, padre ―Contestó el niño, levantando la barbilla, orgulloso, Mstislav I despeinó el cabello de su hijo dedicándole una sonrisa cálida.
―Vamos a casa, hijo. Mstislav I aún recordaba el momento en el que Azarel había nacido, recordó que fue la noche más hermosa de su vida, esperando fuera de la habitación de su querida reina mientras los gritos de el dolor y de la vida traspasaban las puertas de madera, y de la dama decirle con voz deslumbrante:
“Es un niño”
Le habían puesto Azarel por el designio de Dios de que iba a ser grandioso, un futuro emperador que podría cuidar de su reino cuando éste lo necesitara. Todo el reino había hecho una fiesta grandiosa debido al nacimiento del nuevo heredero al trono, y ahora estaba a punto de cumplir los trece años, faltaba tan poco para que la verdadera instrucción diera sus frutos… por ahora, Mstislav I se limitaba a enseñarle lo necesario para que a su hijo no le faltara nada.
Mientras tanto, Azarel crecía en inteligencia, fuerza y destreza, era un niño que aprendía demasiado rápido e imitaba a su padre tan bien como él podía para ponerlo orgulloso, Azarel estudiaba todas las tardes, literatura, historia, astronomía, escritura… practicaba el tiro con arco y espadas con sus maestros, casi pudiendo sostener las armas como si fuera todo un adulto, se preocupaba por el bienestar de su gente, aunque a veces podía oírsele escuchando la música de los bardos en las calles de la ciudad, o pedirle permiso al padre si podía tocar el órgano de la iglesia, o el violín en sus tiempos libres.
Y pronto, sabía que él mismo llevaría aquel ciervo en su caballo, entregándoselo a su padre, para que supiera que estaba listo para ser emperador.
Llegaron al castillo, un amurallado de piedra tan gruesa y fuerte como una montaña, justo en medio de la ciudad. Se tenía que cruzar por en medio, donde la puerta de la entrada estaba fuertemente resguardada por una puerta elevadiza de hierro y algunos arqueros, guerreros e infantería pesada, listos para cualquier amenaza. La ciudad estaba barnizada de calles empedradas, fuentes de aguas cristalinas, desde pequeños hasta enormes edificios de madera o piedra, el mercado de las mañanas, dedicado al centro de la ciudad, muy cerca del castillo y algunos centros de entretenimiento, como pequeñas obras de teatro callejeras o bazares de artilugios extraños. Todo el pueblo recibía con sumo respeto a sus líderes, aquellos que los cuidaban y defendían con mano de hierro en contra de lo que sea que quisiera traspasar aquellos muros de forma agresiva.
Cuando el rey y su séquito cruzaron de manera orgullosa las puertas del castillo, todos los ciudadanos sabían que habría fiesta esa noche.
La madre de Azarel era tan hermosa como si el pintor más famoso de toda Europa y Asia le hubiese pintado a mano con el más fino de los detalles posibles, tenía las facciones finas, de complexión delgada, piel como la porcelana que iba desde tonos rosados hasta el blanco, como si se tratase de la arena más blanca del océano. Siempre tenía el cabello trenzado tras su espalda, de colores dorados como los rayos del sol, portaba dos orbes azules de los que Azarel había tenido el honor de heredar y una sonrisa radiante tanto como su cabello.
Se encontraba bailando con su hijo en medio de la sala, acompañados de la música y los demás ciudadanos distinguidos para celebrar su triunfo, tanto el del ciervo, como el de la batalla vencida en los campos del oeste, una batalla de casi dos meses, pero que había dado sus frutos, conquistando nuevas tierras, haciendo que, el reinado del emperador Mstislav fuera cada vez más poderoso.
―Mi padre me ha dicho que ya pronto seré adulto y cazaré mi primer ciervo. ―Azarel rodeaba los pequeños dedos alrededor de las manos suaves de su madre.
―¿Ah, sí? ―La emperatriz lo miró con aquellos ojos llenos de tranquilidad ―¿Pero estarás listo para sacar a una mujer a bailar?
Azarel miró a su alrededor algo tímido, observando a algunas de las pequeñas doncellas de vestidos hermosos y peinados cuidadosamente acomodados, sus mejillas se prendieron de un color rosado mientras fruncía el ceño, apretando las manos de su madre.
―¡Eso es cuando sea más grande! ―Se quejó Azarel mientras intentaba no pisar a la emperatriz con sus pies. ―Cuando sea tan grande como mi padre voy a sacar a bailar a una doncella, pero, se que nunca será tan bonita como tú.
La mujer soltó una risilla mientras cubría su boca con su mano. Un hombre de estatura mediana se acercó a ambos con una sonrisa y un uniforme perfectamente cuidado.
―¿Me dejará el príncipe bailar con la emperatriz? ―El hermano de Mstislav I, Zeiv, era casi igual que él físicamente, porte orgulloso, cuerpo cuadrado, ojos fríos, cabello castaño y complexión fuerte, con la diferencia de que Zeiv portaba un bigote cuidadosamente peinado y afeitado, mientras que Mstislav I siempre intentaba tener el rostro limpio.
Azarel soltó las manos de su madre, alejándose algunos pasos de ellos mientras los dejaba danzar entre la gente. El niño se retiró de la pista de baile, observando de vez en cuando, como su tío y su madre se perdían en una charla que no alcanzaba a oír debido a la distancia, la música y las personas, mientras que, su padre, bailaba con alguna princesa proveniente de los reinos cercanos. Azarel se paró junto a la mesa de los aperitivos cuidadosamente pulcra, mientras observaba los pies danzar de un lado a otro. Todos reían, hablaban, mientras la música inundaba sus corazones al igual que fuera de los muros del castillo, donde los granjeros, mercaderes, músicos, hombres y mujeres fuera de la realeza hacían su propia celebración para sentirse dentro de un mismo lugar a pesar de los muros de piedra.
Era una lástima, que las fiestas no podían durar para siempre.
Al igual que la felicidad.
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Post by Azarel Mstislav on Feb 7, 2018 3:04:30 GMT
No supo qué lo despertó primero, si el sabor de la sangre sobre sus labios o el gélido abrazo de la nieve contra su rostro. Mstislav entreabrió los ojos, los cuales lo llevaron a observar piedra negra, de esas con la que adornaban los muros de las mazmorras donde se podrían hasta morir los esclavos o los prisioneros de guerra. ¿Qué era él exactamente?
―Su majestad ―Una voz ronca se escuchó entre el dolor y el frío ―Es hora de que despierte ―El ángulo de visión de Mstislav fue cruzado por un rostro tan feo como algún asqueroso demonio de algún círculo del infierno de Dante. A figurar por su sed de querer meter los dedos en cualquier lugar del universo, Mstislav pensó que quizás el segundo. El hombre que lo había despertado no tenía ni un rastro de cabello sobre su piel, si no, cientos de plumas de color negro carbón que llegaban a adornarle la cabeza hasta el cuello, los codos y algunas partes de sus pies, siempre y cuando no los intercambiara por las garras, tenía la nariz alargada, la piel casi pálida y los ojos rasgados, en conjunto con algunas ropas japonesas con sus botas cafés, ahora manchadas de sangre proveniente de la boca de Mstislav. Era el tengu más feo que había visto en toda su vida.
Mstislav se sentó en la piedra adornada de copos de nieve, mientras limpiaba su boca con la manga de la camisa sucia que le habían brindado por mera piedad los de arriba, en conjunto con unos pantalones de algodón color negro. Le habían quitado todo lo que poseía, menos las botas.
―¿Qué quieres de comer? Hoy trajeron una gran variedad ―El Tengu, con el nombre de Karasu, le pasó un plato lleno de comida, la mayoría, posiblemente masticada y escupida por algún general o soldado de alto rango, al menos los que tenían el poder para comer carne. Si tenía suerte, podría encontrarse alguna sobra que decidieron no darle a los perros.
Mstislav encontró un pan a punto de endurecer y se lo metió a la boca mientras observaba como Karasu se tragaba todo lo que había en el plato, ya fueran huesos enteros, carne seca o verduras mal cocidas.
Karasu y él eran los únicos que estaba en aquella celda ese día, a veces metían a otros humanos o arcanos que decidieron poner sus fuerzas en el bando equivocado, pero casi siempre rotaban las jaulas, Mstislav suponía que, para que algún prisionero no se sintiera lo suficientemente a gusto dentro de una, movido por la costumbre. Las mazmorras estaban construidas algunos metros por debajo del suelo, los suficientes para que el arcano más grande cupiera de pie, y aún así, ni siquiera alcanzara a rozar los barrotes con sus dedos, sobre sus cabezas, largas tiras de metal puro cuidadosamente enlazadas impedían que vieran demasiado del exterior, no había techo, o algo que los cubriera de las nevadas heladas por las noches.
Era la supervivencia del más fuerte.
Mstislav bebió del agua dentro de un cóncavo de piedra, posiblemente el desecho de el agua que utilizaban para el estofado de los soldados. ―Dame los huesos, estoy seguro de que tus pobres dientes humanos no los pueden ni romper. ―Karasu lo miró del otro lado de la celda, la cual aproximadamente medía unos cinco por cinco metros, Mstislav le arrojó los huesos de animal a sus pies, el hombre lo tomó entre sus manos, destrozándolos en algunos segundos con sus poderosos colmillos chatos pero puntiagudos.
El hombre de cabellos castaños y mirada azulada miró hacia arriba, observando la luz del día contra los barrotes, mientras algunos copos de nieve lograban revolotear hasta que descansaban sobre su cabeza.
―Es inútil mirar hacia arriba, solo te da falsas esperanzas de salir de aquí ―Habló el tengu ―Pero creo que eso ya lo sabes bastante bien.
Mstislav lo miró fijamente clavando los orbes azulados en el rostro horrendo del arcano, guardando un silencio tan profundo, que incluso los copos dejaron de caer, sin embargo, no dijo nada, tan solo observó el plato de sobras y comenzó a comer.
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Post by Azarel Mstislav on Feb 19, 2018 5:05:17 GMT
Después de una dura noche de fiesta por todo el reino, la ciudad completa parecía dormir, aunque los rayos del sol brillaran con ímpetu en el cielo. En el castillo igualmente reinaba el silencio de la tranquilidad, muchos de los habitantes dormían, aunque otros debían seguir con sus deberes de siempre, eso incluía a Azarel, quien escribía en un pergamino algunas palabras provenientes de un libro de historia, sumergió la pluma en el tintero, observando hacia las puertas de su habitación, donde claramente pudo escuchar que alguien corría.
Azarel salió de su habitación solo para ver a uno de los guardias de los guerreros del bosque hablando con su padre en medio del pasillo.
―Mi señor, los ataques de los lobos han sido mucho más fuertes estas últimas noches, aprovecharon la fiesta de ayer para destruir los cultivos de los aldeanos cerca del bosque. ―Escuchó Azarel decir al guardia mientras se escondía tras la puerta de su cuarto de estudio.
―¿Bajas? ―Dos guerreros heridos, alcanzaron a asesinar a un granjero que intentaba detenerlos.
―Dupliquen la guardia del bosque, esta misma noche iremos a darles caza, los que queden vivos no volverán jamás ―Habló Mstislav I mientras se daba la media vuelta, el guardia le ofreció una reverencia, para luego desaparecer por el pasillo. El silencio inundó el pasillo, mientras Mstislav I miraba con suma atención un cuadro de pintura a su derecha, el emperador tenía la mirada perdida, el ceño fruncido y la boca en una fina línea sobre sus labios, aquel rostro que Azarel conocía tan bien cuando estaba preocupado. ―¿Padre? ―Habló Azarel, acercándose al emperador con pasos lentos, manteniendo una prudente distancia para no llegarle a molestar.
―Azarel ―Mstislav I volteó hacia él, alejando toda sombra de sus pensamientos.
―¿Crees que los lobos hayan sido… ―Se quedó a medias, sin poder pronunciar mucho más.
―No temas en decir su nombre, Azarel ―Su padre se puso en frente del muchacho, acomodando una mano sobre su hombro ―Los arcanos pueden ser igual de peligrosos que un ser humano como nosotros, son comparados con las bestias que nos rodean, pero es solo que son… diferentes, pero, todos somos diferentes, ¿O no? Y en cuanto a tu pregunta, no lo sé, lo averiguaremos esta noche.
Azarel asintió con la cabeza, observando a su padre marcharse por el pasillo.
Desde hace un tiempo que la relación de los humanos y los arcanos pendían de un hilo tan delgado que pareciese que se iba a romper en cualquier momento, muchos de los humanos defendían con sinceridad sus propios ideales de que los arcanos intentaban dominarlos, debido a que éstos lo sobrepasaban en alguna habilidad, mientras que otros arcanos, se burlaban de los seres humanos por no haber sido bendecidos por los dioses con dichos obsequios.
Una línea bastante delgada, que cargaba filos en distintas direcciones.
Pero al emperador Mstislav I no le importaba esta separación, para él, tanto los arcanos como los humanos eran exactamente iguales, a pesar de las diferencias o los altercados, aquel hombre de mirada fría creía profundamente que, en algún momento, quizá en un mundo muy lejano, los arcanos y los humanos podrían vivir en paz, e incluso, utilizar cada una de sus habilidades a su favor para el progreso. Era una lástima que no todos pensaran como él.
Al príncipe Azarel no le molestaba que los arcanos vivieran dentro de los muros de la ciudad junto con los seres humanos, pero, había escuchado noticias fatales acerca de ellos en las tierras lejanas, noticias de devastaciones enteras, incendios imposibles de apagar, inundaciones gigantescas, edificios destruidos como si fueran una torre de papel… Azarel miraba a su padre desaparecer por el castillo, quedándose completamente solo en frente de la habitación.
¿Llegaría el día en el que la misma desgracia azote su reino?
No.
Azarel agitó la cabeza, como si así pudiera desprenderse de todo mal pensamiento.
Su padre jamás dejaría que eso pasara.
Ni él tampoco.
Corrió hacia su habitación, dedicándose de nuevo a largas horas de estudio y escrito, esperando que el día pasara lento o que la noche no llegara jamás.
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Post by Azarel Mstislav on Feb 19, 2018 5:55:13 GMT
―¿Crees que un hueso pueda romperse con todo y piel si lo muerdes muy fuerte? ―Karasu extendió sus manos como si así pudiera imaginarse lo que decía. Azarel lo miró con el gesto frío, sin contestar a su pregunta, tan solo siguió caminando, mientras dejaba los troncos recién cortados bajo un techo hecho de madera y telas resistentes. ―Digo porque, en el caso de que se pueda, imagínate todo el trabajo que podría ahorrarme de quitar la piel primero, claro, nunca lo he intentado, no sé por qué, supongo que es mejor parte por parte y así.
Un latigazo se escuchó en el aire, callando por completo la voz molesta de el Tengu de una buena vez por todas.
―¡Nadie te ha dado permiso de hablar! ―Gritó un hombre de gran tamaño, con algunas escamas saliendo por su cuello como joyas incrustadas. ―Sigan trabajando.
A Azarel no le agradaba Karasu, sentía que, en cualquier momento que no le dieran sus sobras necesarias, podría comérselo entero mientras durmiera, si es que prefería a las víctimas vivas o muertas, todo dependería, su voz era como un parloteo agonizante para sus oídos, en conjunto con sus pláticas estúpidas o sin sentido sobre comida echada a perder u objetos valiosos que nunca pudo conseguir, sin embargo, no se quejaba.
―Oye, Eslavo ―Otro hombre con orejas largas y puntiagudas se acercó a él, haciendo que Azarel tuviera que levantar la mirada para mirarlo a los ojos. ―Ven.
Azarel siguió al elfo de enormes proporciones por el campamento arcano. Varias telas formaban algunas casas de campaña para proteger a los arcanos contra el frío y el sol, algunos centauros, ninfas, y esfinges se acompañaban los unos a los otros alrededor del fuego, dirigiéndole una mirada de asco al ser que caminaba entre ellos, muchos escupieron al piso, restregando la suela de su bota contra la tierra en señal de odio profundo.
Llegaron a una tienda hecha con diferentes tipos de piel y tela de colores grisáceos y azules, el guardia se metió primero, seguido por Azarel, quien no perdió tiempo en ver hacia dónde se dirigía exactamente, pues ya lo sabía. Dentro de la tienda había una mesa de madera tallada, y a su alrededor, miles de tesoros, ropajes, pieles y objetos mágicos se postraban con cuidado, tanto para el que estaba detrás del escritorio, como para los demás. Tentaciones para los descarados, premios para los bien portados, ego para él mismo.
Un arcano que portaba un cuerno en su frente partido a la mitad se mantuvo sentado, cubierto por una piel de lobo color negro puro. Azarel miró la piel por unos momentos, guardando toda la ira y los pensamientos para sí mismo, en conjunto con la piel tan dura e imperceptible como una piedra. El líder de aquella tribu de arcanos recargó los pies sobre la mesa, le hizo una señal al guardia de que podía retirarse, dejando a Azarel y al unicornio completamente solos.
―Debes tener mucha sed ―Habló el hombre mientras acercaba un cuenco de agua fresca a la mesa ―Bebe ―Ordenó mientras apuntaba al cuenco con la mano.
Azarel se quedó en su lugar, sin atreverse a mover un solo músculo.
―He dicho que bebas ―Volvió a ordenar el arcano.
El hombre de ojos azules se acercó, paso a paso hasta que estuvo frente al escritorio, a punto de tomar el cuenco de agua, el unicornio lo pateó, haciendo que todo el líquido se derramara por la mesa, escurriéndose hasta el piso. Azarel miró el agua desperdiciada en silencio.
―No te he ordenado que te detengas ―Habló el unicornio mientras comenzaba a erguirse en su asiento, recargando un brazo en la mesa ―Bebe, usa tu lengua para algo o haré que te la corten ―Soltó una risa ronca ―Lo cual no parecería importarte mucho, mis hombres dicen que no has articulado palabra desde que has llegado aquí, ¿Qué es lo que te ha quitado el habla? ¡Te he dicho que bebas! ¿Qué a parte de mudo eres sordo, imbécil?
Azarel acomodó los dedos en el filo de la mesa, apretando con suma fuerza, acercando su rostro a la mesa, abriendo los labios con suma lentitud, comenzó a lamer la superficie húmeda de la madera.
―Volviendo a la pregunta, ¿Por qué has hecho este voto de silencio?
Azarel no contestó, tan solo miraba la madera del escritorio mientras su lengua tocaba aquella rasposa superficie, sabía a tierra, a agua, posiblemente siendo barnizada posteriormente con mierda de animal especialmente para su visita.
―Contéstale a tu amo ―Habló el hombre, y al ver que el esclavo no contestaba, tomó del cabello al hombre y estrelló su rostro contra la mesa con suma fuerza, cuando lo levantó, algo de sangre resbalaba de su nariz contra la mesa. Pero no dijo nada. ―Bien tenían razón las cosas que se dicen de ti por casi toda Europa y Asia, con razón el enemigo te tenía tanto miedo. ―Le volvió a dar otro golpe contra la mesa, ésta vez más fuerte, obligándolo a verlo a los ojos con el rostro deformado por la sangre ―Mírate ahora ―El unicornio sonrió de oreja a oreja ―¿Qué se siente saber que un simple mercader como yo es el amo y señor del emperador de uno de los reinos más grandes Eslavos? ―Comenzó a reír, mientras soltaba a Azarel del cabello, arrojándolo hacia un lado. El hombre se sostuvo de la mesa como pudo, sintiendo que todo de pronto comenzaba a tornarse oscuro.
―Ya lárgate, vuelve a tu deber ―El unicornio se puso de pie, tomando la piel de lobo para limpiarse las botas llenas de lodo.
Azarel lo miró fijamente, observando como la piel era pisoteada, arrastrada y ensuciada, sin pensarlo dos veces, corrió hacia el líder, arrojándose hacia él, el hombre gritó, haciendo que dos guardias entraran a la tienda tan rápido en cuanto escucharon el estruendo de la mesa caer de su lugar. El hombre se puso encima del líder, inmovilizándolo por completo, manteniendo sus rodillas presionando sus brazos, aún con el sabor a sangre entre sus labios, comenzó a golpearlo con sus propias manos en el rostro.
Ambos arcanos tomaron a Azarel del cabello y de los brazos, evitando que así siguiera golpeando a su líder, quien se levantó lleno de cólera, limpiando los hilillos carmesíes que brotaban de su nariz y boca, uno de los guardias le estiró el cabello hacia atrás, obligando a Azarel a voltear hacia arriba mientras dirigían un cuchillo a su cuello.
―No ―El líder vociferó mientras se acercaba al hombre de cabellos castaños y mirada azulada ―Átenlo al poste durante todo el día, en la noche tendrá que vivir con su castigo, si es que los lobos no se lo comen primero con el olor a sangre fresca. Azarel lo miró directamente a los ojos, manteniendo sus labios en una fina línea, mientras era siendo arrastrado hacia atrás, saliendo por completo de la vista del unicornio.
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Post by Azarel Mstislav on Feb 21, 2018 2:19:44 GMT
El poste era prácticamente un pedazo de tronco clavado en el suelo adornado de un par de grilletes de hierro a cada lado, clavados en alto para mantener al sujeto con los brazos alzados, el cuerpo era acomodado de manera que tu frente se pegara al tronco, manteniendo las piernas abiertas a cada lado de aquel grueso tronco, con una cadena atando ambos tobillos y los grilletes de arriba.
Azarel observaba el paisaje de las montañas nevadas al horizonte siendo cubiertas por la neblina de una noche a punto de caer sobre sus cabezas. Sentía la garganta seca, la cabeza algo mareada y los brazos acalambrados por culpa de la posición forzada por más de diez horas, intentó recoger sus piernas hacia él, pero le resultó imposible, debido a las cadenas que lo ataban, manteniéndolo en una humillante posición de rodillas. Sabía que las estrellas del cielo no tardarían en aparecer, en conjunto con el frío de la noche o las nevadas que había de vez en cuando. Estaba desnudo, dejando entrever algunas de sus cicatrices pasadas de colores oscuros a comparación de su color pálido, con la piel expuesta hacia el clima o cualquiera que pasara por allí, pues el poste estaba en medio del campamento. Algunos arcanos que caminaron cerca de él, le escupieron y siguieron su camino, otros se habían burlado de él, y unos pocos habían pateado tierra para que le cayera en los ojos, pero el hombre se limitaba a guardar silencio.
Pronto las únicas luces que servían de guía en el campamento fueron las de las antorchas que se esparcían por el campamento. La luna parecía una cuna plateada decorada de diamantes blancos a la distancia, a Azarel se le hizo extrañamente atrayente y hermosa.
Uno de los guardias del líder arcano se acercó al poste, gritando una invitación a los demás de que podían acercarse a ver, mientras desenfundaba un látigo de cuero de un grosor de casi cuatro centímetros con una pequeña garra de metal en la punta. El unicornio se acomodó en frente de una silla hecha de pieles y madera, extendiendo los brazos para dar apertura al mórbido escenario que tenía en frente.
―¡Hay que sentirnos afortunados, pues hoy, los dioses nos han dado la oportunidad de seguir castigando al mal que acechaba entre la oscuridad! ―Habló con fiereza, y una gran sonrisa en el rostro a pesar de los golpes en la cara que le había propiciado Azarel, mientras los arcanos alrededor levantaban el puño y gritaban al unísono. ―Hemos sido piadosos contigo a pesar del infierno al que estas destinado a perecer ¿Y cómo nos pagas? Atacando a tu líder. ―Los arcanos hablaron entre ellos, mientras que, cerca de allí bajo los barrotes, Karasu intentaba ver hacia afuera, colgándose de el hierro. ―Después de haber permanecido en el poste durante todo el día sin comida ni agua, la última sentencia de hoy serán cien azotes. ―El grito de los arcanos emocionados a su alrededor se acalló con un movimiento de brazos del unicornio ―Esperemos que los dioses nos den más oportunidades como las que vamos a ver. ―Al decir esto último, tomó asiento mientras hacia un ademán con la mano a su verdugo de que podía comenzar.
El primer golpe fue como si el cuerpo no reconociera al instante que estaba siendo mancillado, por lo que todo fue silencio para la mente de Azarel Mstislav, cuando el segundo golpe desgarró la carne hasta tirarla al suelo, fue cuando el dolor se extendió hasta la punta de los dedos de los pies, el hombre se mantuvo en silencio, deteniendo todo el dolor dentro de sus entrañas mientras los latigazos eran dados uno por uno, con un poco de más de fuerza cada vez que avanzaba, Azarel podía sentir el gozo en cada uno de los golpes mitigados a su piel, mientras la carne caía al suelo y la sangre se derramaba en chorros carmesíes hasta que se oscurecían debido a la tierra del piso. Pronto, la oscuridad se cernió sobre sus párpados, mientras que su mente y su cuerpo luchaban entre sí para no perder el conocimiento ni sucumbir al dolor agudo que cada latigazo le proveía. Escuchaba las risas a su alrededor, las burlas, las maldiciones, los abucheos, algunos se atrevieron a lanzar piedras que dieron justo en el rostro del hombre, otros tan solo repetían su nombre una y otra vez mientras escupían al suelo o hacían exageradas reverencias como burla. Mstislav mantuvo su mirada en las montañas nevadas a pesar de que ya no fueran tan perceptibles debido a la noche, apretando todos sus músculos y su mandíbula debido al dolor, bajó la mirada, dejando caer los brazos poco a poco hasta que los grilletes fueron lo único que lo mantuvo sentado. Cuando el castigo hubo terminado, el cuerpo de Mstislav temblaba debido a las pulsaciones de la carne abierta, sintiendo un profundo ardor cada vez que el aire gélido llegaba a tocar las heridas abiertas. Los arcanos se retiraron a sus propios asuntos, ignorando por completo al esclavo que había en medio, pues ya no importaba en lo absoluto.
El unicornio se acercó al poste donde el cuerpo blanco con rojo se postraba de rodillas ante él, se puso sobre una de sus rodillas, mirando el rostro cabizbajo de Azarel.
―El emperador ha muerto. ―Habló con un tono ronco, casi susurrando ―Desde ahora, no serás más que un simple esclavo, sirviendo para satisfacer las necesidades de aquellos arcanos a los que te atreviste a arrebatarles todo.
Mstislav levantó la mirada poco a poco, sus ojos azules brillaban en conjunto con la luna del cielo mientras algo de sangre caía por su rostro hasta su barbilla, a pesar de la hinchazón de su ojo derecho, su mirada era tan penetrante y fría que el unicornio sintió un leve escalofrío, tragó saliva, acercándose al hombre para poder así enseñarle de que no le tenía miedo.
―Este va a ser tu infierno antes de que tu alma se pudra bajo tierra ―El arcano se puso de pie, dándose la media vuelta, caminando lejos de allí hasta que desapareció entre las tiendas.
Algunos copos comenzaron a caer del cielo, decorando el lugar de un manto blanco, a excepción de los rojizos que llegaban a caer en la sangre derramada. Mstislav pegó su frente contra el tronco, jadeando con suma lentitud, mientras miraba por última vez las montañas del horizonte antes de cerrar los ojos.
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Post by Azarel Mstislav on Feb 27, 2018 23:31:40 GMT
Azarel Mstislav jamás había creído que los peores miedos y preocupaciones pudieran hacerse realidad. Hasta ese día.
Las trompetas resonaron fuera del castillo, mientras los guardias entraban a todo galope gritando a los ciudadanos que se apartaran del camino mientras estos obedecían y miraban con preocupación las noticias que llevaban para ellos. Azarel permaneció junto a su madre, quien poseía un semblante frío y tranquilo para su hijo, a pesar de que su corazón temblara de miedo. ―Madre, ¿Qué está pasando? ―Habló el príncipe, observando a los guardias quienes corrían de aquí para allá, uno de ellos se acercó a ambos seres de la familia real, estaba sucio, y algunos rastros de sangre escapaban por sus mejillas y su armadura.
―Mis señores, odio tener que decirles yo este mensaje, ayer en la noche nos tendieron una emboscada en el bosque, muchos de nosotros murieron, el rey y su hermano salieron gravemente heridos.
La emperatriz lo miró en silencio, mientras un suspiro se escapaba de entre sus labios.
―¿Dónde está mi esposo?
―En su habitación, atendiendo sus heridas.
La mujer le indicó que podía retirarse, y el guardia obedeció, regresando cojeando a su puesto. Azarel fue el primero en correr lejos de su madre para desaparecer por los pasillos, directamente a la habitación de su padre.
Los mejores médicos del reino caminaban apresuradamente, trayendo las mejores especias y plantas curativas, cargando y descargando el agua ahora manchada con sangre, exprimiendo trapos, suplicando plegarias para que su emperador no muriera.
Azarel entró a la habitación donde su padre era atendido, tenía un vendaje desde su hombro hasta el abdomen, el emperador hablaba en sueños debido a la fiebre con un profundo dolor en sus entrañas. Una de las sirvientas y cuidadoras del príncipe, lo tomó por lo hombros. Azarel no la había visto venir hasta que poco a poco lo comenzaron a hacer hacia atrás para alejarlo del cuarto con olor a sangre y muerte, mientras la mente del muchacho se revolvía en pensamientos oscuros y su corazón se sumía en la angustia y la impotencia.
Pasadas algunas horas que parecieron interminables, en donde Azarel solo se limitó a estar sentado en el pasillo, abrieron las puertas con cuidado. El emperador estaba vivo.
―¿Qué te puedo decir, hijo mío? ―Hablaba Mstislav I aún entre las sábanas y los vendajes. ―Se necesita más de una emboscada para acabar conmigo.
―¿Qué fue lo que sucedió, padre? ―Decía el príncipe mientras le pasaba un trapo por la frente.
Mstislav I dirigió su mirada hacia un punto lejano, suspirando con pesadez y tristeza.
―Ya te había dicho, Azarel, que, así como todos los humanos y arcanos, hay algunos de ellos que solo buscan el caos, la guerra, la muerte sin razón alguna…
―Padre…
―No tengo razones para ocultarte nada ―El emperador se acomodó en la cama, siseando debido al ardor que le provocaban las heridas ― Aquella noche, un grupo de arcanos nos tendió una trampa ―Habló directamente, sabía que su hijo era muy inteligente como para mentirle ―Se escondieron bajo el manto de simples animales salvajes, destruyeron algunas granjas para atraer nuestra atención, y cuando fuimos a espantarlos, salieron de la nada, nos superaron en número, pudimos vencerlos, por muy poco, pero hubo demasiadas muertes ―Mstislav I miró hacia la ventana, como si allí pudiera ver la masacre de la noche anterior ―¿Tu tío está vivo?
―Sí ―Respondió Azarel mientras intentaba digerir aquel terrible acontecimiento ―Está en las mismas condiciones que tú, aunque se recupera rápido.
Mstislav I acomodó una mano sobre la cabeza de su hijo, lo acercó a él hasta que sintió los suaves cabellos cafés sobre sus labios y le dio un beso en la frente, cerrando los ojos con fuerza. Azarel lo abrazó con cuidado de no lastimarlo, luego de un momento, lo separó de él, con una pequeña sonrisa en el rostro.
―Que este incidente no te aleje de tu verdadero deber, hijo mío… ―Azarel levantó la cabeza, mirando a los ojos a su padre, estuvo a punto de contestarle, pero algunos sirvientes entraron para cambiar las vendas y limpiar las heridas. ―Descansa. ―Dijo el príncipe, antes de abandonar la habitación.
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Los siguientes días fueron como los días de invierno sobre su pueblo, a veces el rey se levantaba de la cama con la seguridad de que estaba perfectamente sano, pero otros en los que decaía de nuevo en la fiebre en conjunto con el dolor de sus entrañas. Azarel observaba como su padre temblaba por las noches, o a veces vomitaba en el suelo mientras apretaba sus ropas hasta casi arrancarlas, muy a pesar de que, a la mañana, Mstislav I dijera que estaba en perfecto estado.
“Estoy bien, hijo mío, solo necesito unos días más” Le decía el rey con una sonrisa en el rostro a pesar de sus ojos llenos de ojeras y sus orbes casi apagados.
―Debemos de expulsar a todos los arcanos del reino ―Había escuchado decirle su hermano, mientras Azarel se encontraba escondido tras la puerta. ―No sabemos si todos ellos también están confabulados en el odio hacia la corona, o si volverán a traicionarlo.
―Exactamente, no lo sabes, Andrik. Los arcanos trabajan en nuestros arados tanto como los humanos, deja que los dioses decidan lo que hay que hacer… pasará lo que tenga que pasar… ―Se escuchó la tos del otro lado de la habitación ―Mejor encárgate de enviar las provisiones a nuestros pueblos vecinos, será un invierno duro.
Silencio.
―Si, su majestad.
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―Madre… ―Azarel se encontraba acostado en su cama, mirando hacia los profundos ojos azules de la reina. Ésta le miró con suma atención, mientras lo arropaba con sus sábanas. ―¿Papá va a morir?
La emperatriz se sumió en un profundo silencio, mientras bajaba lentamente la mirada, al terminar de arropar a su hijo, le pasó una mano por el cabello con dulzura, el tacto fue suave, amoroso, como de cualquier madre con su pequeño, muy a pesar de que, dentro de poco, sería todo un adulto. ―Claro que no ―Dijo al final, juntando la mirada con el príncipe ―Tu padre es un hombre muy fuerte, ten por seguro de que pronto no soportará estar en cama y te llevará a cazar.
El príncipe le propició una gran sonrisa. ―Tienes razón, he estado practicando con el arco ―Azarel bajó la voz hasta casi susurrar ―Estoy seguro de que seré yo el que le atine al ciervo.
La mujer soltó una risita mientras tomaba el rostro de su hijo con ambas manos, pegó su frente con la de él por unos segundos y luego lo soltó para dejarlo dormir.
―Tu harás mucho más que eso ―Se puso de pie, caminando hacia la entrada de la habitación, se volteó una última vez hacia él ―Buenas noches.
―Descansa, madre.
Al dejar la habitación, Andrik se encontraba recargado en la pared del pasillo con los brazos cruzados, la emperatriz se detuvo, mirando al hombre entre la oscuridad.
―No importa lo que le digas a tu hijo, tu y yo sabemos que jamás se va a recuperar ―El hermano se acercó a la emperatriz, mientras ésta simplemente comenzó a caminar en línea recta. ―Tu sabes lo que se dice de esas bestias cuando llegan a clavarte los colmillos ―Andrik bajaba la voz, mientras la emperatriz caminaba sin mirarlo. ―Pronto Mstislav no será capaz de cuidar la corona.
Andrik se puso en frente de la mujer, tomándole ambas manos mientras acariciaba el dorso con sus pulgares. ―Déjalo sucumbir ante su propia testarudez y ven conmigo, juntos reinaremos sin esos arcanos amenazándonos por las noches.
La luna llena alumbraba el pasillo como un farol en la oscuridad, delineando las figuras de un color plateado entre la noche oscura sin estrellas.
―Se pondrá mejor ―Contestó, quitando con rudeza sus manos entre las de el hermano ―Así como tú lo estás, Andrik… ―Le dirigió una mirada ácida pero con la tranquilidad que la emperatriz siempre mostraba consigo ―Como si las bestias que dicen no te hubieran tocado ni un pelo.
Al decir esto, la mujer siguió su camino, dejando a Andrik de pie en medio del pasillo, el hombre miró la luna en el cielo, tan redonda y brillante, frunció el ceño, golpeando la pared en un gesto de impotencia, y luego se dio la media vuelta para tratar sus propios asuntos.
Cuando el silencio se hizo presente, las suaves pisadas del príncipe Azarel se escucharon en el pasillo, el muchacho se asomó por su cuarto, al no ver a nadie, se recargó en la pared, soltando un suspiro. Mirando por la ventana por unos segundos antes de dar la vuelta en una esquina y desaparecer por los pasillos.
Cada uno a su deber.
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Post by Azarel Mstislav on Feb 28, 2018 0:23:44 GMT
Los pasillos parecían ser cada vez más silenciosos conforme Azarel caminaba entre ellos. Las ventanas del lado de la pared de piedra dejaban entrar la luz de la luna con bienvenida, mientras que dejaban brillar algunos adornos ostentosos dentro del castillo. El muchacho se subió a una silla pegada a la pared, recargando sus brazos en el marco de la ventana, desde allí, el reino se veía pequeño, y a su alrededor un bosque desconocido, montañas gigantescas y claros valles. Azarel podría jurar que no habría otro arcano que adorara más su pueblo y a sus ciudadanos que su padre. Y aún así, algunos miembros de su amor incondicional lo habían traicionado, intentando matarlo sin razón alguna, ¿Por qué? ¿Por qué los arcanos harían tal cosa cuando aquí lo tenían todo? El muchacho recargó la cabeza contra su brazo, admirando el paisaje por unos minutos más, hasta que una agitación a lo lejos le hizo regresar a la realidad.
Azarel volteó hacia atrás, donde todo era oscuridad. Se bajó de la silla, guardando total silencio ante la penumbra del pasillo, otro golpe, como si estuvieran tirando cosas. El príncipe comenzó a caminar en dirección a ese sonido, tomando un portavelas largo de metal puro en caso de que fuera necesario, siguió por el pasillo, estando atento a todos sus sentidos mientras agradecía que, al estar descalzo, y con la alfombra bajo sus pies, su avance fuera prácticamente invisible.
Los sonidos y golpes se incrementaron conforme se acercaba a una habitación en especial, Azarel reconoció que era el cuarto de su padre muy a pesar de que casi no viera nada. Se escuchó un último resonar dentro de la habitación, y luego… silencio. El príncipe recargó su mano en la puerta con mucho cuidado, mientras el rechinido de la madera advertía al visitante. Cuando entró, se quedó completamente estático, con la mirada fija hacia adelante, soltó el portavela de entre sus dedos, haciendo un sonido hueco contra el piso antes de rodar hacia sus pies descalzos.
Azarel no sabía que hacer primero, llorar, vomitar, gritar…
De la cama de su padre chorreaba sangre como una cascada de la muerte, manchando con furia la alfombra, se escuchaba un gruñido, y el sonido de los dientes chocar entre sí, masticando la carne. La luz de la luna llena afuera parecía querer mostrar todo el horrendo escenario en frente del príncipe. Una bola negra, no, un cuerpo, ¿Qué? ¿Qué se supone que era? La bestia azabache volteó hacia atrás lentamente, sus ojos amarillos brillaban con la intensidad del oro robado de algún dragón, mientras que, de su enorme hocico goteaban chorros carmesíes en conjunto con viseras extrañas, su cuerpo tembló cuando el gruñido se acomodaba en su garganta, aún con las garras ocupadas del cuerpo moribundo que se hallaba entre ellas. Azarel se mantuvo en su lugar, sintiendo como todo su ser temblaba del terror, mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas una por una, vistiendo sus propias prendas con el líquido salado, sintiendo que todo a su alrededor cada vez se ponía más negro.
Observó los profundos ojos azules en la cama, los cabellos rubios ahora rojizos, la boca entreabierta intentando decir algunas palabras que le eran imposibles debido al traumatismo de su mente, su cuerpo y su alma. Su madre lo miraba fijamente, extendiendo su pálida mano hacia él, como si en ese simple gesto pudiera pedir misericordia a los dioses, mientras las viseras de su estómago estaban esparcidas por las sábanas, con las costillas abiertas, como si sus entrañas le dieran una cálida bienvenida a las fauces de la bestia que se encontraba arriba de ella.
La garganta del muchacho jamás había sentido tantas emociones juntas. Se acercó un solo paso, en donde su madre hizo todo el esfuerzo por decirle que se fuera, pero le fue imposible, pues la bestia le aplastó el pecho hasta que obedeció a callarse.
Azarel gritó, gritó con todas sus fuerzas mientras tomaba el portavelas de nuevo entre sus manos con una fuerza que ni él pudo darse cuenta, se acercó corriendo al lobo negro, y levantando el arma estuvo a punto de darle un golpe, pero el arcano fue mucho más rápido, saltando de la cama hasta el otro lado de la habitación, mostrando los dientes llenos de sangre y carne ajena. El príncipe se subió con su madre, importándole poco la humedad de las sábanas, y que sus ropajes blancos se llenaran de porquería. Tomó la cabeza de su madre entre sus manos con los sollozos tiritando en la garganta mientras las gotitas saladas daban una calma mínima al rostro de la emperatriz.
―Madre… ―Tartamudeó Azarel, acariciando los cabellos finos como hilos dorados. La mujer levantó la mano hacia él, ahogándose cada vez que intentaba respirar, su cuerpo se halló por un momento en un temblor y contracciones musculares, haciendo de la escena mórbida una pesadilla, los dedos pálidos con rojo acariciaron su mejilla, con las últimas fuerzas que le quedaban, Azarel tomó su mano rápidamente, apretándola con suavidad mientras el llanto lograba escapársele de sus labios, la mujer le dedicó una última sonrisa, esperando a que su hijo estuviera con ella en ese último momento de dolor, así como había nacido, y sus ojos se apagaron, dejando caer el cuerpo para sucumbir a la tranquilidad de la muerte luego de la tortura.
La bestia se quedó en la esquina, erizando todos los cabellos de su lomo mientras gruñía con furia, Azarel tomó a su madre por la nuca, acercándolo a él hasta que pudo abrazarla por completo, importándole poco todo lo que se encontraba a su alrededor.
Ella. Solo importaba ella. Sin fijarse por el momento donde estaría el cuerpo de su padre, si es que no se lo había comido ya.
El lobo soltó un rugido salvaje, molesto de ser interrumpido de la cena, y antes de dar un salto mortal, Andrik entró por la puerta corriendo con la espada en mano.
―¡Príncipe Azarel! ―Al observar la escena, el hombre abrió mucho los ojos, sin ser capaz de ocultar el terror en su mirada. Volteó hacia un lado, donde el lobo lo miraba fijamente, Andrik levantó la espada justo a tiempo antes de que el lobo se el abalanzara encima, Andrik apoyó los pies en el vientre de la bestia mientras utilizaba su espada como escudo, evitando los mordiscos de la bestia.
Comenzó a sentir que no podría contenerlo durante mucho tiempo, pues sus ataques eran demasiado fuertes para él, la saliva del animal estuvo sobre su rostro hasta que el lobo se detuvo de pronto, cayendo hacia un lado de el hombre, mientras Azarel estaba a un lado, con el portavelas entre sus dedos, cubierto de aquel líquido carmesí de su rostro y todas sus ropas.
La luna se ocultó entre las nubes, como si su trabajo allí estuviera hecho, dejando la habitación en penumbras.
Azarel y Andrik miraron con estupefacción como ahora la bestia que había asesinado a su madre, ahora era el cuerpo de Mstislav I, quien estaba acostado, desnudo, e inconsciente en el piso. El emperador se frotó la cabeza, comenzando a levantarse con un gruñido, mientras el príncipe y su tío se arrastraban hacia atrás, con los ojos abiertos, listos para volver a atacar.
Mstislav I levantó la mirada, la cual, ahora era la que siempre habían conocido. Los miró a ambos con el ceño fruncido.
―¿Qué están haciendo aquí? ―Preguntó mientras se frotaba la herida del pecho, la cual ya casi estaba curada. Nadie contestó. Mstislav I se llevó la mano al rostro, sintiendo la humedad sobre su piel desnuda, y al ver sus manos, se puso de pie de pronto, jadeando con rapidez.
Algunos guardias entraron a la habitación corriendo.
―¡Mi señor! ―Todos se hicieron hacia atrás al ver el cuarto del rey. ―Por todos los dioses…
Detrás de él, pudieron escucharle las arcadas de unos cuantos, y el sollozo de otros. El emperador volteó hacia atrás, sintiendo como su corazón se detenía por algunos escasos segundos, deseando que fueran más para morir en ese instante. Se acercó a su esposa mientras las rodillas le dejaron de responder, y cayó al suelo, casi arrastrándose hasta llegar con la emperatriz, se perdió por un momento.
―Galia… ―Mstislav I tomó su rostro pálido entre sus manos ―Mi Galia ―Sollozó mientras no podía contener sus lágrimas por mucho que evitara retenerlas. Soltó un grito mientras la abrazaba con ternura, como si aún estuviera viva. Se volteó hacia atrás, observando a Azarel y a Andrik, quien aún lo miraban con terror. ―¿¡Quién hizo esto!? ―Gritó con la furia entre su garganta. ―¡Juro que lo mataré! ¡Lo juro! ―Azarel nunca había visto tan enojado a su padre, que, por un momento, pensó que la bestia que había transformado su cuerpo, tan solo se hubiese escapado por la ventana.
Andrik le hizo una señal a los guardias que se fueran, y estos obedecieron de inmediato. Acomodó la espada en el suelo con un suspiro de dolor, y se acercó a su hermano.
―Tu lo hiciste, hermano ―Andrik habló, sin poder mirar fijamente la escena rojiza.
―Eso es imposible ―Mstislav I se puso de pie, encarando a su hermano con los ojos hinchados debido a las lágrimas ―¿Cómo sería yo capaz de matar a mi Galia?
―No eras tu… ―Azarel habló, mientras se encontraba de pie en medio de la habitación, con las manos temblorosas. ―Fue un demonio dentro de ti.
Mstislav I miró a su hermano con los ojos abiertos de par en par, mientras respiraba con dificultad, sentándose en la orilla de la cama. Acomodó sus dos manos en su rostro, tomándose el cabello con fuerza, como si quisiera arrancárselo de raíz, y soltó un grito, uno que pareció retumbar todo el castillo.
La Luna aún se escondía tras las nubes negras, dejando que el pueblo se sumiera en la tristeza profunda de la oscuridad.
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Post by Azarel Mstislav on Mar 26, 2018 20:01:22 GMT
Desde la terrible pérdida de su madre, y el chisme que se extendió como un incendio de que ahora rondaba una horrible bestia asesina en el reino, nada en el reino volvió a ser el mismo, ni su padre, ni la gente, ni siquiera Azarel mismo. El niño se la pasaba en su habitación desde que el sol salía al amanecer hasta que se escondía tras las montañas nevadas, dedicándose al estudio y a sus propios pensamientos. Ni siquiera cuando la hora de la comida llegaba veía al emperador, pues éste siempre atendía sus propios asuntos en la oscuridad de su oficina, sin atreverse a salir de allí, o de ver a absolutamente a nadie.
Ya era un hombre perdido. Muerto. Un cuerpo que solo era movido por el trabajo mismo pero el alma ya no se le notaba en sus pobres y apagados ojos azules.
Cada noche, Azarel podía jurar que los ojos suplicantes de dolor y desesperación por la muerte de su madre le miraban cada vez que el muchacho se veía a sí mismo en el espejo. Las lágrimas florecían por el dolor, dejando el rastro de aquello sobre sus mejillas, mientras la imagen carmesí, las fauces de aquella bestia perforando la carne sin piedad alguna y de aquellos orbes llenos de maldad se clavaban en sus pesadillas, haciendo que el joven príncipe dejara de un lado la cama por lunas enteras.
Los del consejo aseguraban que su emperador estaba perdiendo la cabeza, pues lo sucedido aquella noche tan solo se había quedado en los labios sellados de el joven príncipe y el hermano del emperador, sin embargo, no se ignoraban los extraños sucesos que aturdían el castillo cada noche de luna llena: Horribles gritos entre los muros, destrozos al día siguiente, charcos de sangre y viseras que apestaban hasta los corredores. ¿Acaso la familia real estaba bajo un tipo de brujería maligna? ¿Los dioses se habrán enojado con ellos? ¿Por qué? Preguntaba el pueblo de aquel reino Eslavo.
Y las cosas iban de mal en peor. Como si la sangre dentro del castillo no fuera suficiente.
Los ataques nocturnos de arcanos armados no cesaron, ahora saqueaban también en el día, a todas horas, manteniendo el pueblo en una sumisión terrible. Tanto que, cada vez que Azarel se asomaba por la ventana de su habitación la cual daba hacia su pueblo, las calles se veían totalmente vacías, con el miedo sobre sus corazones de que no pudieran salir por el temor de ser asesinados, las mujeres violadas y sus puestos saqueados.
¿Y su padre? Demasiado ocupado intentando saciar su hambre con pobres sirvientas que solo servían de alimento para un animal salvaje que no podía controlarse así mismo.
El muchacho se encontraba frente a la puerta de la oficina de su padre, protegida por dos grandes y poderosos guardias, Azarel les pidió que lo dejaran entrar, y estos, aunque se negaron en un principio, el príncipe insistió una y otra vez hasta que cedieron. Estaba oscuro, lo único de luz que podía hacerse notar era aquella chimenea que llenaba el lugar de una armoniosa fusión de calidez y un resplandor amarillento, mientras las llamas revoloteaban alrededor de la madera, crujiendo bajo sus poderosos abrazos ardientes.
―Padre ―Azarel avanzó unos cuantos pasos mientras observaba aquel bulto en el sillón frente a la chimenea.
―¿Quién te ha dejado pasar? ―La voz era ronca, fuerte y casi muerta, como si aquel hombre que estaba sentado entre la oscuridad y la luz ya no fuera su padre nunca más.
―Los saqueos de los arcanos han incrementado con el paso de los días ―Azarel se acercó a él, paso por paso ―Y la guardia no ha estado en sus puestos desde hace muchas noches, creo que algo malo está pasando y viene de aquí dentro.
El emperador no contestó.
Azarel se quedó en completo silencio por un momento. ―¿No te importa, padre? ¿Desde cuando dejas que tu pueblo se someta ante la miseria?―El niño dio algunos pasos adelante, acercándose con cautela a la silla de su padre, de donde respiraba de manera pesada, cubierto por su capa azul marino.
―Nunca te he visto salir de aquí, y las sirvientas que entran a tu oficina jamás vuelven a salir.
―No es de tu incumbencia.
―Todos en el reino creen que hay una bestia maldiciéndonos, matando y robándole el alma a nuestros trabajadores.
―Lárgate.
―¿¡Esto es por mi madre!? ―Azarel gritó tan fuerte que incluso el emperador se volteó ligeramente hacia un lado para mirarlo. ―¡Te hundes en tu miseria como si fueras el único que ha perdido!
Lo único que Azarel vio antes de sentir el frío suelo contra su rostro fue una sombra de color negro incluso más grande que un caballo imperial. La garra de lobo se incrustaba contra su cabeza, haciendo de la respiración del príncipe un trabajo complicado de hacer.
―Nunca vuelvas a nombrar a tu madre ―La voz gruñó cerca de su oreja, haciendo que el muchacho se mantuviera completamente quieto. ―Los dioses me han dado un obsequio a cambio de un sacrificio, ahora soy más fuerte, nunca me había sentido tan joven en mi vida.
Azarel volteó hacia un lado, al lado de los troncos de la hoguera, la tira de metal que se utilizaba para picar el tronco se encendía dentro de las llamas.
―Solo es cuestión de tiempo para que pueda controlar mi hambre, mientras tanto, no te meterás en mis asuntos y mantendrás tu boca cerrada.
El príncipe estiró la mano con suma lentitud, encarando el enorme rostro peludo de su padre.
―¿En qué te has convertido? ―Azarel respiraba con dificultad, manteniendo sus ojos azules en los ahora dorados de Mstislav I. ―Lo que has recibido no es una bendición por los dioses ―Los dedos tambalearon en la placa de metal. ―Si no, una maldición por parte de esos a los que jurabas proteger por sobre todas las cosas ―Los dedos se incrustaron alrededor de la vara, y con un movimiento de su brazo, le asestó un fuerte golpe en el rostro al animal de color negro como el carbón quien ahora chillaba mientras se quitaba con la pata algunas chispas de su hocico.
Azarel se puso de pie, aún con la vara ardiente en la mano, con los ojos muy abiertos ante el enorme lobo negro que se alzaba frente a él. El emperador agitó la cabeza, mostrando la fila de filosos dientes blancos mientras bajaba las orejas.
―Tu ya no eres mi padre ―El príncipe se mantuvo en una posición defensiva, mientras comenzaba a caminar hacia un lado. El lobo hizo exactamente lo mismo, con los ojos dorados clavados en el muchacho. ―Mi padre jamás dejaría que asesinaran a su esposa, ni a su pueblo, y tú…. Tu te has robado su alma…
Soltó un feroz rugido, arrojándose pronto contra el muchacho, en un ataque que Azarel no pudo defender. Los colmillos se enterraron en la piel suave de su costado derecho, desgarrando la carne hasta que la sangre saciaba la sed de la bestia. Azarel soltó un grito de dolor, golpeando con la parte ardiente el cuerpo del lobo, dejando quemaduras poderosas sobre su piel, pero aquellas se curaron al instante de una manera asombrosa. El príncipe sintió un terrible dolor por todo su cuerpo mientras sentía que la vida se le iba de las manos cada vez que el lobo jugaba con su cuerpo, moviendo la cabeza de un lado a otro de manera agresiva.
Azarel cayó de bruces contra el suelo, apretándose con la mano el área herida con un gesto de dolor. Los ojos del emperador volvieron a ser como lo eran antes, pero aún conservó su piel de lobo negra, miró la escena frente a él como si hubiese despertado de una pesadilla. Se acercó contra su hijo, teniendo una especie de forma amorfa de entre animal y hombre, manteniendo sus manos alrededor de las mejillas de su príncipe.
―Azarel ―Gimoteó el emperador mientras el muchacho intentaba alejarse de su tacto ―Hijo mío… perdóname… perdóname… ―El emperador se arrancó una parte de la camisa, rodeando el área de su pequeño, aquel que había cargado en brazos tantas veces ―Ya no puedo controlarlo… ―El hombre bajó la mirada, mientras las lágrimas eran parte de la sangre de sus labios, tomó con dedos temblorosos la mano de su hijo, donde portaba el pico de hierro ardiente. ―Mátame, hijo mío, si sigo así, yo te mataré a ti.
El muchacho miró el rostro casi conocido de lo que alguna vez fue su querido padre, que lo miraban con aquellos que, durante mucho tiempo, fueron conocidos como la mirada más imponente del imperio eslavo, y ahora, le rogaban suplicante de que terminara con su vida. Azarel negó con la cabeza, mientras sus ojos se cristalizaban de dolor.
―No, aún podemos salvarte, ha de haber una cura para tu enfermedad.
Mstislav acarició la herida sangrante de su hijo con sus dedos, aún sin creer que él había provocado tanto dolor… tanta pesadez… tanta miseria a su propia familia, a su reino, a todo aquello que prometió cuando ascendió al trono que protegería con su vida. ―Azarel Mstislav ―El emperador tomó la cabeza de su hijo con fuerza, acercando la frente contra la suya. ―Prométeme que protegerás el reino, pase lo que pase ―Azarel lo miró con los ojos muy abiertos, y los labios sin poder decir palabra alguna. ―Por favor, hijo mío, sabes mejor que nadie que no hay cura para mí, mas que la muerte.
Azarel tragó saliva, cerrando los ojos cuando sintió la mano de su padre aferrarse a su brazo con el arma. ―Lo prometo.
El emperador sonrió, acercando la punta afilada del hierro a su pecho, directo a su corazón.
―No tengas el recuerdo de mí de lo que soy ahora, si no de lo que fui por muchos años hijo mío. Después de mi muerte vendrán muchos problemas para ti, la avaricia, el miedo y la corrupción te atacarán como el viento de la montaña, esperando a que caigas, pero tú lograrás llegar hasta la cima.
Se acercó de a poco, enterrándose el filo en su pecho.
―No te fallaré, padre.
Azarel se abalanzó hacia en frente cuando los colmillos volvieron a salir de su hocico peludo, atravesando por completo el cuerpo del enorme animal de pelaje azabache. La punta salió del otro lado, cubierta de aquel líquido carmesí mientras el cuerpo de Mstislav I se arremolinaba contra el cuerpo herido del muchacho, rugiendo, intentando morder lo que sea que tuviera en frente de suyo, hasta que el silencio se hizo presente. El muchacho rodeó con sus brazos el cuerpo de su padre, mientras al fondo, observaba como la puerta de la oficina se abría de par en par, dejando entrar a los guardias y con ellos, a su tío.
El joven príncipe no les puso absoluta atención cuando ellos entraron entre gritos a ayudarlo, solo tenía ojos para su padre convertido en aquella bestia ahora sin vida y en la promesa de sangre que estaba dispuesto a cumplir.
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