Post by Giselle Vladgun on Feb 2, 2018 6:37:02 GMT
Cada día que transcurría, sus poderes parecían regresar a la antigua gloria que antes tenían. Podía comprobarlo al utilizar su grimorio y las toneladas de libros de hechizos que ostentaba en su tienda, la cual se había extendido gracias a la inclusión de algunos árboles del bosque que se acoplaron a la edificación por ordenes de Giselle bajo sus encantamientos. Pese al poder que había ganado, la maldición en su cabello no le permitía recuperar su color natural, siendo eternamente portadora de la mezcla de colores que la hacía blanco fácil en aquella noche pintada de rojo.
Pero ni las criaturas de ceniza, ni los arcanos enloquecidos por la luna podrían mantenerla encerrada en sus aposentos eternamente, mucho menos cuando sentía que ya nada podía detenerla y como el tiempo cada vez la iba acercando más y más a su objetivo final.
Pero esta noche, solo venía por dos cosas al cementerio. A comprobar si había nuevos cuerpos que profanar para más adelante, y sobre todo a dar sepultura a sus queridas compañeras.
En sus manos llevaba los zapatos de tacón que la acompañaron desde que llegó a Mirovia. cuando las adquirió en una tienda de Jean Pierre en la ciudadela y desde que se los puso, supo que había encontrado lo que necesitaba. Pero ahora colgaban de sus dedos, desgastados, con las correas deshechas de tanto asegurarlas y las suelas raspadas de tantos pasos que dio. Mil remiendos en los tacones y mas de mil clavos y tachuelas que pasaron de mano en mano de diferentes sastres y zapateros que les habían dado nueva vida una y otra vez. La pintura se caía como escamas de la piel y clamaba con tristeza no poder volver a cumplir su labor. Para Giselle eran sus mejores amigas, sus fieles compañeras que la habían llevado por toda Mirovia un sin numero de veces.
-Si tan solo pudiera utilizarlos en lo que más deseo...
Dijo lamentando mientras su lacayo Vermont removía la tierra de la lapida que también trajeron consigo. Fácilmente pudieron haber enterrado los zapatos frente a la tienda, pero Giselle prefería una sepultura digna, algo que nunca antes había hecho y que deseaba con ansias experimentar. El dolor que cargaban sus tacones le remordía la consciencia más que los cientos de arcanos que ella había mandado a la tumba entre fuego y cenizas.
Pero ella ya no lloraba más por sus zapatos, la habían soportado por más de un siglo y ahora estaban preparados para pasar al otro mundo. Ella portaba otro par de tacones, de color negro como el ébano tras un incendio.
-Saluden al rey de mi parte -Les dijo por última vez en un susurro, guardándolos en una caja de madera que cerró con llave la cual venía dentro de la caja. Su lacayo arqueó una ceja con desconcierto al verla, cosa que Giselle captó- Descuida, él sabe como abrir la caja -Dijo refiriéndose al difunto rey dragón- Yo iré pronto con ustedes, no se preocupen por mi.
Finalmente la caja fue sepultada bajo capas y capas de tierra. En el epitafio se expresaba el orgullo en gloria que cargaban los zapatos de todas las damas, de la altura y estilo que obsequiaban al usarlos, de como se hacían daño cuando se intentaban acostumbrar el uno al otro, y de cuanto terminabas amándolos una vez que se adaptaban a tus pies.
-Bien, comencemos con la inspección -Dijo dándose la vuelta, tratando de soportar las penas y el duelo de acostumbrarse a un nuevo par de tacones.
Pero ni las criaturas de ceniza, ni los arcanos enloquecidos por la luna podrían mantenerla encerrada en sus aposentos eternamente, mucho menos cuando sentía que ya nada podía detenerla y como el tiempo cada vez la iba acercando más y más a su objetivo final.
Pero esta noche, solo venía por dos cosas al cementerio. A comprobar si había nuevos cuerpos que profanar para más adelante, y sobre todo a dar sepultura a sus queridas compañeras.
En sus manos llevaba los zapatos de tacón que la acompañaron desde que llegó a Mirovia. cuando las adquirió en una tienda de Jean Pierre en la ciudadela y desde que se los puso, supo que había encontrado lo que necesitaba. Pero ahora colgaban de sus dedos, desgastados, con las correas deshechas de tanto asegurarlas y las suelas raspadas de tantos pasos que dio. Mil remiendos en los tacones y mas de mil clavos y tachuelas que pasaron de mano en mano de diferentes sastres y zapateros que les habían dado nueva vida una y otra vez. La pintura se caía como escamas de la piel y clamaba con tristeza no poder volver a cumplir su labor. Para Giselle eran sus mejores amigas, sus fieles compañeras que la habían llevado por toda Mirovia un sin numero de veces.
-Si tan solo pudiera utilizarlos en lo que más deseo...
Dijo lamentando mientras su lacayo Vermont removía la tierra de la lapida que también trajeron consigo. Fácilmente pudieron haber enterrado los zapatos frente a la tienda, pero Giselle prefería una sepultura digna, algo que nunca antes había hecho y que deseaba con ansias experimentar. El dolor que cargaban sus tacones le remordía la consciencia más que los cientos de arcanos que ella había mandado a la tumba entre fuego y cenizas.
Pero ella ya no lloraba más por sus zapatos, la habían soportado por más de un siglo y ahora estaban preparados para pasar al otro mundo. Ella portaba otro par de tacones, de color negro como el ébano tras un incendio.
-Saluden al rey de mi parte -Les dijo por última vez en un susurro, guardándolos en una caja de madera que cerró con llave la cual venía dentro de la caja. Su lacayo arqueó una ceja con desconcierto al verla, cosa que Giselle captó- Descuida, él sabe como abrir la caja -Dijo refiriéndose al difunto rey dragón- Yo iré pronto con ustedes, no se preocupen por mi.
Finalmente la caja fue sepultada bajo capas y capas de tierra. En el epitafio se expresaba el orgullo en gloria que cargaban los zapatos de todas las damas, de la altura y estilo que obsequiaban al usarlos, de como se hacían daño cuando se intentaban acostumbrar el uno al otro, y de cuanto terminabas amándolos una vez que se adaptaban a tus pies.
-Bien, comencemos con la inspección -Dijo dándose la vuelta, tratando de soportar las penas y el duelo de acostumbrarse a un nuevo par de tacones.