Post by Hrosskell Throst on Mar 5, 2018 4:14:53 GMT
Luna roja. La temible, horrible y sanguinaria luna roja.
Hrosskell sufría ante la noticia anticipada de los astrólogos sobre dicho evento cada año, ya que al haberse restringido de vivir de violencia grotesca y sin sentido, aquello representaba revivir los horrores y pesadillas que no deseaba acontecer nunca jamás. Por dicha, siempre se preparaba, y aquel día no era la excepción. Evitó molestar en aquella ocasión a la Raksasha que casi lo empataba en altura, y esta vez frecuentó a un herrero en la ciudadela, aprovechando una parada en el mercado al ir y regresar de su reciente viaje del bosque de las hadas. Pidió grilletes y cadenas resistentes y fuertes, capaces de soportar su fuerza y figura. Como siempre, su plan se basaba en encadenarse y esconderse en el corazón de los montes helados de la isla gélida, aislado y atrapado en el pico más recóndito donde también suele gastar mucho de su tiempo en soledad tallando figuras en sus materiales favoritos.
En su cabeza, y como había funcionado en otros años, consideraba aquello un plan infalible: nadie se aventuraba en aquellas zonas debido al terrible clima y ventizcas que atentaban contra la integridad de cualquier arcano, a menos de que tuviera la resistencia natural para aguantar las temperaturas bajas y castigantes que ofrecía el paraje. Aprovechó que se encontraba en la ciudadela tras concluir sus asuntos en los dominios de la ex soberana, y se dirigió al norte del pueblo, abandonándolo hasta llegar a un humilde muelle de la isla, donde mantenía su confiable barcaza al cuidado de unos arcanos que daban manutención a aquella área. Como era usual, les pagó sin decir mucho, y se reservó a solo asentir y preparar su barco y zarpar.
El viaje fue tardado y con contratiempos, pero se había hecho de provisiones para sostener su travesía.
Finalmente arribó a la isla gélida, estando la tarde algo adentrado y él sintiéndose algo cansado. El vello en su piel se erizó, como si fuese un sexto sentido avisando de un mal augurio, por lo que apresuró el paso, tomando un saco consigo donde contaba con las cadenas y grilletes, además de pieles, con los que se cubriría una vez en su escondite. Sus pensamientos divagaban en las posibles actitudes y reprimendas que recibiría por parte de rashida y Hoko, una vez que la luna carmesí llegase a su fin y pudiese emprender camino de vuelta al templo que servía de escondite para la Senda del Oasis. Se lo merecía, porque ni siquiera había tenido la decencia de hacer una parada en el lugar para despedirse, como en ocasiones anteriores.
Antes de que se hubiese dado cuenta, la oscuridad empezaba a plagar los mantos blancos que comformaban aquel puro paisaje. No obstante, aquella oscuridad no era normal, venía teñido en un rojo sangre que sólo podía significar una cosa. El miedo se apoderó del Oni, al ver que en su torpeza, había calculado el tiempo mal y ahora sería víctima del temible abrazo del astro carmesí. Cómo había podido ser tan idiota. Ahora su estupidez podría cobrar la vida de inocentes, y aquello era algo que simplemente no se perdonaría jamás. Era demasiado tarde y especialmente el intentar escapar.
Comforme el rojo le cubrió, sintió una sensación demónica, descontrolada y hambrienta aflorar con una temible velocidad de su interior. Consigo a ello, su figura transmutó hacia su forma real, la cual era monstruosa y temible. Su piel era azuloide, cargado en marcas de un tono más oscuro que parecían manuscritos de maldiciones sobre su piel. Su cabello rojizo decoloró a un blanco que se cristalizó en un material similar al hielo, pero resistente como el hierro. Dos grandes cuernos salieron de su frente, junto a hileras de dientes entrecruzados de su boca que solo aportaban una imagen más tétrica versus la noble apariencia que mantenía en su forma sellada. Formaciones puntiagudas salían como protuberancias de su espalda y brazos, de distintos tamaños y algunas más afiladas que otras. Sus ojos brillaban en un escarlata particular que se distinguían con fuerza entre cualquier blanquitud que pudiese ofrecer aquel escenario.
Su transformación se había culminado, y se había convertido en una bestia desquiciada hambrienta por caos y muerte.
Hrosskell sufría ante la noticia anticipada de los astrólogos sobre dicho evento cada año, ya que al haberse restringido de vivir de violencia grotesca y sin sentido, aquello representaba revivir los horrores y pesadillas que no deseaba acontecer nunca jamás. Por dicha, siempre se preparaba, y aquel día no era la excepción. Evitó molestar en aquella ocasión a la Raksasha que casi lo empataba en altura, y esta vez frecuentó a un herrero en la ciudadela, aprovechando una parada en el mercado al ir y regresar de su reciente viaje del bosque de las hadas. Pidió grilletes y cadenas resistentes y fuertes, capaces de soportar su fuerza y figura. Como siempre, su plan se basaba en encadenarse y esconderse en el corazón de los montes helados de la isla gélida, aislado y atrapado en el pico más recóndito donde también suele gastar mucho de su tiempo en soledad tallando figuras en sus materiales favoritos.
En su cabeza, y como había funcionado en otros años, consideraba aquello un plan infalible: nadie se aventuraba en aquellas zonas debido al terrible clima y ventizcas que atentaban contra la integridad de cualquier arcano, a menos de que tuviera la resistencia natural para aguantar las temperaturas bajas y castigantes que ofrecía el paraje. Aprovechó que se encontraba en la ciudadela tras concluir sus asuntos en los dominios de la ex soberana, y se dirigió al norte del pueblo, abandonándolo hasta llegar a un humilde muelle de la isla, donde mantenía su confiable barcaza al cuidado de unos arcanos que daban manutención a aquella área. Como era usual, les pagó sin decir mucho, y se reservó a solo asentir y preparar su barco y zarpar.
El viaje fue tardado y con contratiempos, pero se había hecho de provisiones para sostener su travesía.
Finalmente arribó a la isla gélida, estando la tarde algo adentrado y él sintiéndose algo cansado. El vello en su piel se erizó, como si fuese un sexto sentido avisando de un mal augurio, por lo que apresuró el paso, tomando un saco consigo donde contaba con las cadenas y grilletes, además de pieles, con los que se cubriría una vez en su escondite. Sus pensamientos divagaban en las posibles actitudes y reprimendas que recibiría por parte de rashida y Hoko, una vez que la luna carmesí llegase a su fin y pudiese emprender camino de vuelta al templo que servía de escondite para la Senda del Oasis. Se lo merecía, porque ni siquiera había tenido la decencia de hacer una parada en el lugar para despedirse, como en ocasiones anteriores.
Antes de que se hubiese dado cuenta, la oscuridad empezaba a plagar los mantos blancos que comformaban aquel puro paisaje. No obstante, aquella oscuridad no era normal, venía teñido en un rojo sangre que sólo podía significar una cosa. El miedo se apoderó del Oni, al ver que en su torpeza, había calculado el tiempo mal y ahora sería víctima del temible abrazo del astro carmesí. Cómo había podido ser tan idiota. Ahora su estupidez podría cobrar la vida de inocentes, y aquello era algo que simplemente no se perdonaría jamás. Era demasiado tarde y especialmente el intentar escapar.
Comforme el rojo le cubrió, sintió una sensación demónica, descontrolada y hambrienta aflorar con una temible velocidad de su interior. Consigo a ello, su figura transmutó hacia su forma real, la cual era monstruosa y temible. Su piel era azuloide, cargado en marcas de un tono más oscuro que parecían manuscritos de maldiciones sobre su piel. Su cabello rojizo decoloró a un blanco que se cristalizó en un material similar al hielo, pero resistente como el hierro. Dos grandes cuernos salieron de su frente, junto a hileras de dientes entrecruzados de su boca que solo aportaban una imagen más tétrica versus la noble apariencia que mantenía en su forma sellada. Formaciones puntiagudas salían como protuberancias de su espalda y brazos, de distintos tamaños y algunas más afiladas que otras. Sus ojos brillaban en un escarlata particular que se distinguían con fuerza entre cualquier blanquitud que pudiese ofrecer aquel escenario.
Su transformación se había culminado, y se había convertido en una bestia desquiciada hambrienta por caos y muerte.