Post by Giselle Vladgun on Apr 14, 2018 1:27:28 GMT
La noche pasó lentamente en la habitación donde dormía Giselle. A pesar de que su reciente despertar había sido glorificante y deseaba en ese momento llevar a cabo sus planes, ahora la asolaban las dudas.
Se levantó de la cama, sin sueño y con una apatica expresión que se mantuvo unos instantes mientras paseaba por el cuarto de un lado a otro, acariciando las larguisimas y rojas cortinas del alto ventanal de su cuarto, como los que tenían todos los cuartos de la enorme mansión Velfast.
Su cabeza daba vueltas al experimentar cada vez más nuevas y extrañas sensaciones que nunca había sentido antes... En el reflejo de la ventana, veía a Vermont, sus ojos verdes la contemplaban con la impacibilidad silenciosa que siempre tuvo, y que de ahora en adelante permanecería grabada en su mente para siempre.
Sus pensamientos se comenzaron a ofuscar desde esa noche, desde que la chica humana había entrado en el castillo, despertando en Giselle emociones del ayer que llevaban siglos sepultadas bajo los cimientos de su memoria, preguntandose porque no había acabado con el sufrimiento de esa pobre criatura al instante en el que se descubrió su identidad. ¿Que la había movido a no hacerlo?
Se comenzó a pelear consigo misma una vez más. Era un dragón, tenía el orgullo de un dragón, un dragón de la majestuosa tierra de Kathuria, donde los draconicos reinaban sobre el cielo y sobre el mar. Solo recordar lo que los mismos humanos como esa chica habían hecho a su glorioso reino, a sus habitantes, a su rey...
Y aún así ¿Que le impedía a Giselle llenar de gas la habitación de la humana y hacerla estallar en un solo instante? ¿Que evitaba que inculpara a otra de las serpientes del asesinato? y más que nada ¿Que evitaba que redujera el castillo en cenizas esa misma noche?, desde que se rompió su maldición, tenía suficiente poder para sumir a Mirovia en el caos y la devastación, con 250 años de hechizos, pócimas y brujería en las páginas de su grimorio, era tan simple como caminar hasta el jardín y pronunciar unas palabras, y todo habría terminado..
-No...Me he estado mintiendo todo este tiempo... -Confesó despacio, la seguridad de que no sería escuchada la hacía adentrarse más y más en sus pensamientos, lejos de la guarida que forjó con su deseo de venganza que poco a poco se iba. Desde su despertar pudo ver y sentir emociones que no experimentó en 200 años.
Inhaló profundamente la frescura que solo se respiraba en el castillo y se desplomó sobre la cama observando fijamente el decorado del techo. Solo pensando que es lo que tenía que hacer, preguntándose a donde se habían ido todos sus anhelos y deseos que hace apenas unos días cargaba con ella. El resentimiento tenía un sabor parecido a la calma, el rencor comenzaba a contrastar con una transparente capa de gratitud y su odio perdía color ante las motas de cariño que se desteñían tenuemente como la claridad en el alba. Pero muy despacio. Habían aparecido, y estuvieron ahí todo el tiempo, esperando dormidas como una enfermedad lista para que se descuidara.
Pocos recuerdos buenos había conservado de la antigua Kathuria desde que llegó a Mirovia. Solo vislumbraba entre sueños la masacre entre humanos y dragones cada día, haciendo crecer la semilla de la maldad en ella, la que le robaba fuerza a sus sentimientos de aprecio por la vida que tenía cuando aún habitaba en aquella hermosa utopía.
Se giró hasta alcanzar la perilla del cajón de la comoda, el cual abrió mostrando dentro su pesado grimorio junto al sitio donde había escondido toda esa polvora. El detonador estaba ahí mismo también, el que con solo presionar un botón dejaría a la ciudadela como un boquete. Se le quedó mirando un rato, hasta que finalmente fue incapaz de mantener la mirada en él, cerrando el cajón tras haber sacado de ahí su grimorio y sellandolo con la llave.
-Quizás...Después -Se dijo con inseguridad, guardando la llave debajo de su cama.
Giselle dejó el grimorio junto a su cama, acariciando la tapa desgastada y dura con los dedos tan suavemente como si tocase un recién nacido. Poco a poco comenzó a cerrar los ojos. Con todo lo que tuvo que pensar, se sentía cansada, y hasta la mañana siguiente, no volvió a tener un solo pensamiento.
Se levantó de la cama, sin sueño y con una apatica expresión que se mantuvo unos instantes mientras paseaba por el cuarto de un lado a otro, acariciando las larguisimas y rojas cortinas del alto ventanal de su cuarto, como los que tenían todos los cuartos de la enorme mansión Velfast.
Su cabeza daba vueltas al experimentar cada vez más nuevas y extrañas sensaciones que nunca había sentido antes... En el reflejo de la ventana, veía a Vermont, sus ojos verdes la contemplaban con la impacibilidad silenciosa que siempre tuvo, y que de ahora en adelante permanecería grabada en su mente para siempre.
Sus pensamientos se comenzaron a ofuscar desde esa noche, desde que la chica humana había entrado en el castillo, despertando en Giselle emociones del ayer que llevaban siglos sepultadas bajo los cimientos de su memoria, preguntandose porque no había acabado con el sufrimiento de esa pobre criatura al instante en el que se descubrió su identidad. ¿Que la había movido a no hacerlo?
Se comenzó a pelear consigo misma una vez más. Era un dragón, tenía el orgullo de un dragón, un dragón de la majestuosa tierra de Kathuria, donde los draconicos reinaban sobre el cielo y sobre el mar. Solo recordar lo que los mismos humanos como esa chica habían hecho a su glorioso reino, a sus habitantes, a su rey...
Y aún así ¿Que le impedía a Giselle llenar de gas la habitación de la humana y hacerla estallar en un solo instante? ¿Que evitaba que inculpara a otra de las serpientes del asesinato? y más que nada ¿Que evitaba que redujera el castillo en cenizas esa misma noche?, desde que se rompió su maldición, tenía suficiente poder para sumir a Mirovia en el caos y la devastación, con 250 años de hechizos, pócimas y brujería en las páginas de su grimorio, era tan simple como caminar hasta el jardín y pronunciar unas palabras, y todo habría terminado..
-No...Me he estado mintiendo todo este tiempo... -Confesó despacio, la seguridad de que no sería escuchada la hacía adentrarse más y más en sus pensamientos, lejos de la guarida que forjó con su deseo de venganza que poco a poco se iba. Desde su despertar pudo ver y sentir emociones que no experimentó en 200 años.
Inhaló profundamente la frescura que solo se respiraba en el castillo y se desplomó sobre la cama observando fijamente el decorado del techo. Solo pensando que es lo que tenía que hacer, preguntándose a donde se habían ido todos sus anhelos y deseos que hace apenas unos días cargaba con ella. El resentimiento tenía un sabor parecido a la calma, el rencor comenzaba a contrastar con una transparente capa de gratitud y su odio perdía color ante las motas de cariño que se desteñían tenuemente como la claridad en el alba. Pero muy despacio. Habían aparecido, y estuvieron ahí todo el tiempo, esperando dormidas como una enfermedad lista para que se descuidara.
Pocos recuerdos buenos había conservado de la antigua Kathuria desde que llegó a Mirovia. Solo vislumbraba entre sueños la masacre entre humanos y dragones cada día, haciendo crecer la semilla de la maldad en ella, la que le robaba fuerza a sus sentimientos de aprecio por la vida que tenía cuando aún habitaba en aquella hermosa utopía.
Se giró hasta alcanzar la perilla del cajón de la comoda, el cual abrió mostrando dentro su pesado grimorio junto al sitio donde había escondido toda esa polvora. El detonador estaba ahí mismo también, el que con solo presionar un botón dejaría a la ciudadela como un boquete. Se le quedó mirando un rato, hasta que finalmente fue incapaz de mantener la mirada en él, cerrando el cajón tras haber sacado de ahí su grimorio y sellandolo con la llave.
-Quizás...Después -Se dijo con inseguridad, guardando la llave debajo de su cama.
Giselle dejó el grimorio junto a su cama, acariciando la tapa desgastada y dura con los dedos tan suavemente como si tocase un recién nacido. Poco a poco comenzó a cerrar los ojos. Con todo lo que tuvo que pensar, se sentía cansada, y hasta la mañana siguiente, no volvió a tener un solo pensamiento.