"Please, Forg(ive)et me" [Autoconclusivo]
May 13, 2018 6:08:22 GMT
Sven Velfast and Mio Kuro like this
Post by Aagron on May 13, 2018 6:08:22 GMT
Era el momento de quitarse esa espina del pecho. Debía ser alrededor de la media noche, un tanto entrada la madrugada. Aagron había estado entrenando, preparando su mente y su cuerpo para lo que haría luego; ya era horas de que intentara cortar ese lazo, de dejar atrás ese ancla que le retenía de seguir avanzando sin mirar atrás y dudar de realmente querer cumplir su cometido. Miró sus manos, manos en las que sostenía lirios y un pequeño pergamino cuya caligrafía podría ser comparada con la de un niño. Sin importar cuantas veces la había escrito, su mano temblaba al hacerlo, el pulso le fallaba y muchas veces arrojó el carboncillo al suelo como si no tuviera fuerzas para sostenerlo cuando las fuerzas realmente le hacían falta era para terminar su línea de pensamiento. Una vez más alzó el carboncillo; leyó la única línea que había logrado escribir sin arrepentirse hasta ese momento.
“Nunca se me han dado bien las despedidas, Amalthea. Creo que las odio a decir verdad.”
Suspiró, tragó grueso y llenando los pulmones con tanto aire como pudo continuó:
“Pero me temo que esta vez, es necesario que sea yo quien de ese paso. Ya me conoces, esto que hago, el escribirte esto es algo que si bien no va en contra de mi voluntad, desearía no tener que hacer nunca. Es algo de lo que tampoco me puedo arrepentir por más que quiera hacerlo”
De nuevo sintió su garganta cerrarse por enésima vez.
“Por favor, perdóname”
Tachó, bajó la cabeza y se pasó los dedos por el rojo cabello “Perdóname” era sin dudas la palabra que quería decir, que quería gritar. Tenía esa palabra atorada en la garganta a un punto en que apenas sentía ser capaz de respirar. Tenía un nudo terrible en pecho y un lío en la cabeza. Con esa sería tres noches sin pegar ojo. El dragón se mordió los labios y volvió a alzar la cabeza, observó fijamente el pequeño pergamino que se esforzaba tanto por escribir; debía continuar, ya no le quedaban más.
“Por favor,perdóname olvídate de mi”
Mucho mejor…
Debía proseguir.
“Por más aprecio que te tenga, por más que no quisiera decirlo, estoy seguro de que en esta situación, es lo mejor que puedo pedirte; lo mejor que puedes hacer.
Amalthea, entiende que de hoy en más soy un peligro para ti, para tu felicidad, para tu hijo. Nunca me lo perdonaría si por culpa de mis desiciones u orgullo algo le ocurriera a alguno; ya te hice llorar una vez, te hice recordar eventos tan atroces que al hacerlo, simplemente dudé de que mis propias intenciones fueran buenas. Te hice daño por mero orgullo.
Por favor, por tu bien y el de tu futuro: pretende que nunca existí en tu vida, que fue alguien más quien te recogió esa noche en la playa y atendió tus heridas”
Alzó la cabeza.
Empezaban a caer pequeñas gotas de agua ¿Llovería?
El dragón mordió sus labios nuevamente, miró la nota. Si la hacía mucho más larga terminaría diciendo más de lo que ella necesitaba saber. No era algo que podía permitirse, no era algo que debía demostrar; debía mantenerse cerrado y fuerte.
“Con tantas palabras para ti en la garganta, espero que cuanto menos, seas capaz de imaginar lo mucho que me está costando seguir escribiendo con la mano temblando en exceso y con el corazón casi impidiéndome el respirar.
A ti, quizá la mejor mujer que he conocido o que conoceré en toda mi vida, te dedico un adiós y los mejores deseos que yo, un simple amigo te puedo dar”
“Desde el corazón: Aagron”
Había terminado.
Al terminar, no arrojó el carboncillo, el pequeño instrumento simplemente escapó de sus dedos y rodó hasta el suelo. Aagron no se había dado cuenta hasta ese momento de que en efecto había estado conteniendo la respiración como un método para evitar detenerse. Su propio respirar le tomó desprevenido. El dragón entonces observó de nuevo el ramo de lirios que había preparado más temprano, luego dirigió los ojos a la Quan Dao… Su mirar se reflejó en la hoja, los ojos que vía no eran los mismos que recordaba tener.
Se veía cansado, desgastado ¿Dónde estaba la determinación y el fuego que había visto tantas veces? ¿Por qué se había apagado en ese momento? Gruñó, enojo creció en su pecho y de pronto ahí estaba de nuevo: por un segundo pudo verse realmente, pudo ver el hombre que creía debía ser en ese instante. Aagron entonces se levantó, y atando el arma a su espalda echó a andar… al lugar que de ahí en más evitaría pisar a toda costa: la pequeña cabaña del bosque en la que Amalthea vivía… con Zobek
Su entrada fue silenciosa, opacada por el repicar de la lluvia que en poco tiempo se había desencadenado y se encargaría de borrar su rastro en poco tiempo. Fue por la ventana de la cocina por donde se coló, y sus pasos fueron lentos hacia el salón principal. Sus ojos se dirigieron a las escaleras ¿estaría ella arriba durmiendo?
No, no lo estaba.
Fue al acercarse a la mesa central que se dio cuenta de ello. La mujer se había dormido en uno de los muebles de la sala parecía no tener intención alguna de despertar, gracias al cielo. Aagron sonrió, por breves instantes sintió que de verdad lo que estaba haciendo era bueno de verdad. Dejó los lirios en la mesa, y se acercó a ella lentamente. No podía quedarse toda la noche por más que quisiera, y si le movía seguramente le despertaría, arruinaría el propósito de lo que había ido a hacer: despedirse. Se daría a si mismo ilusiones y se mentiría en lugar de enfrentar la realidad. Ya no existía ni la más mínima posibilidad de que su futuro estuviera atado al de esa mujer.
Se arrodilló entonces junto al mueble, su mano izquierda se alzó un momento y acarició los cabellos plateados de la mujer un momento. Le echaría de menos sin lugar a dudas. Suspirando, fue cuidadoso al dejar el pergamino en su mano con una delicadez que casi no parecía suya. El hombre entonces besó con suavidad la frente de la fémina y por último, del mismo modo que entró, se retiró.
Había un camino sumamente largo por delante
Un camino en el que para bien o para mal, habrían menos personas que le acompañaran o detuvieran.
“Nunca se me han dado bien las despedidas, Amalthea. Creo que las odio a decir verdad.”
Suspiró, tragó grueso y llenando los pulmones con tanto aire como pudo continuó:
“Pero me temo que esta vez, es necesario que sea yo quien de ese paso. Ya me conoces, esto que hago, el escribirte esto es algo que si bien no va en contra de mi voluntad, desearía no tener que hacer nunca. Es algo de lo que tampoco me puedo arrepentir por más que quiera hacerlo”
De nuevo sintió su garganta cerrarse por enésima vez.
“Por favor, perdóname”
Tachó, bajó la cabeza y se pasó los dedos por el rojo cabello “Perdóname” era sin dudas la palabra que quería decir, que quería gritar. Tenía esa palabra atorada en la garganta a un punto en que apenas sentía ser capaz de respirar. Tenía un nudo terrible en pecho y un lío en la cabeza. Con esa sería tres noches sin pegar ojo. El dragón se mordió los labios y volvió a alzar la cabeza, observó fijamente el pequeño pergamino que se esforzaba tanto por escribir; debía continuar, ya no le quedaban más.
“Por favor,
Mucho mejor…
Debía proseguir.
“Por más aprecio que te tenga, por más que no quisiera decirlo, estoy seguro de que en esta situación, es lo mejor que puedo pedirte; lo mejor que puedes hacer.
Amalthea, entiende que de hoy en más soy un peligro para ti, para tu felicidad, para tu hijo. Nunca me lo perdonaría si por culpa de mis desiciones u orgullo algo le ocurriera a alguno; ya te hice llorar una vez, te hice recordar eventos tan atroces que al hacerlo, simplemente dudé de que mis propias intenciones fueran buenas. Te hice daño por mero orgullo.
Por favor, por tu bien y el de tu futuro: pretende que nunca existí en tu vida, que fue alguien más quien te recogió esa noche en la playa y atendió tus heridas”
Alzó la cabeza.
Empezaban a caer pequeñas gotas de agua ¿Llovería?
El dragón mordió sus labios nuevamente, miró la nota. Si la hacía mucho más larga terminaría diciendo más de lo que ella necesitaba saber. No era algo que podía permitirse, no era algo que debía demostrar; debía mantenerse cerrado y fuerte.
“Con tantas palabras para ti en la garganta, espero que cuanto menos, seas capaz de imaginar lo mucho que me está costando seguir escribiendo con la mano temblando en exceso y con el corazón casi impidiéndome el respirar.
A ti, quizá la mejor mujer que he conocido o que conoceré en toda mi vida, te dedico un adiós y los mejores deseos que yo, un simple amigo te puedo dar”
“Desde el corazón: Aagron”
Había terminado.
Al terminar, no arrojó el carboncillo, el pequeño instrumento simplemente escapó de sus dedos y rodó hasta el suelo. Aagron no se había dado cuenta hasta ese momento de que en efecto había estado conteniendo la respiración como un método para evitar detenerse. Su propio respirar le tomó desprevenido. El dragón entonces observó de nuevo el ramo de lirios que había preparado más temprano, luego dirigió los ojos a la Quan Dao… Su mirar se reflejó en la hoja, los ojos que vía no eran los mismos que recordaba tener.
Se veía cansado, desgastado ¿Dónde estaba la determinación y el fuego que había visto tantas veces? ¿Por qué se había apagado en ese momento? Gruñó, enojo creció en su pecho y de pronto ahí estaba de nuevo: por un segundo pudo verse realmente, pudo ver el hombre que creía debía ser en ese instante. Aagron entonces se levantó, y atando el arma a su espalda echó a andar… al lugar que de ahí en más evitaría pisar a toda costa: la pequeña cabaña del bosque en la que Amalthea vivía… con Zobek
Su entrada fue silenciosa, opacada por el repicar de la lluvia que en poco tiempo se había desencadenado y se encargaría de borrar su rastro en poco tiempo. Fue por la ventana de la cocina por donde se coló, y sus pasos fueron lentos hacia el salón principal. Sus ojos se dirigieron a las escaleras ¿estaría ella arriba durmiendo?
No, no lo estaba.
Fue al acercarse a la mesa central que se dio cuenta de ello. La mujer se había dormido en uno de los muebles de la sala parecía no tener intención alguna de despertar, gracias al cielo. Aagron sonrió, por breves instantes sintió que de verdad lo que estaba haciendo era bueno de verdad. Dejó los lirios en la mesa, y se acercó a ella lentamente. No podía quedarse toda la noche por más que quisiera, y si le movía seguramente le despertaría, arruinaría el propósito de lo que había ido a hacer: despedirse. Se daría a si mismo ilusiones y se mentiría en lugar de enfrentar la realidad. Ya no existía ni la más mínima posibilidad de que su futuro estuviera atado al de esa mujer.
Se arrodilló entonces junto al mueble, su mano izquierda se alzó un momento y acarició los cabellos plateados de la mujer un momento. Le echaría de menos sin lugar a dudas. Suspirando, fue cuidadoso al dejar el pergamino en su mano con una delicadez que casi no parecía suya. El hombre entonces besó con suavidad la frente de la fémina y por último, del mismo modo que entró, se retiró.
Había un camino sumamente largo por delante
Un camino en el que para bien o para mal, habrían menos personas que le acompañaran o detuvieran.