Post by Mio Kuro on Jun 19, 2018 4:36:51 GMT
Recordaba los largos viajes con su padre, las interminables caminatas acompañadas de conversaciones amistosas, discusiones, cuentos y leyendas relatadas por la grave voz del anciano nekomata. El kitsune ahora las añoraba con su vida, este viaje era aún más agotador que aquellas travesías, era destructivo, llevaba un bolso sencillo en su costado, el cabello suelto, corto, descuidado, ni siquiera sentía ánimos de peinarlo buscando aquel exótico flequillo que usaba antes; Se estaba marchitando lentamente… Suspiro, deteniéndose nuevamente en el camino con la intención de mirar hacia atrás, apretó su mano en buen estado, ya se había detenido demasiadas veces con la necesidad de volver… Pero no podía, no…no así… No dejaba de sorprenderse de todo lo que había hecho en tan poco tiempo…como había caído en aquel profundo abismo…error tras error
Una punzada de dolor del brazo vendado le hizo reaccionar para seguir su camino, volvió a caminar, buscando entre sus pertenencias aquella cantimplora, sentía bastante sed, recordaba las palabras de su madre “Los enfermos que comen siempre mejoran” Le había dicho mucho antes de que su enfermedad se volviera grave, cuando apenas era una sencilla tos y un enrojecimiento en sus redondas y gordas mejillas… Pero ella no lo había logrado; Tampoco sabía si él lo haría. Recordaba lo que había aprendido en la cruz de plata, lo que había logrado aprender al menos, no había escuchado nada como eso, pero comenzaba a creer cada vez más que era un castigo por lo que había intentado hacerle a aquella mujer, cegado en la ira, en el dolor, en los recuerdos, sus miedos… Había estado a punto de hacerle daño a un ser inocente, a la soberana… No podía perdonárselo, sencillamente no podía…pero Quería disculparse con ella, se lamentaba de todo lo que le habían hecho, la voz de su madre en ese momento lo despertó de aquella burbuja de rabia ensimismada, para ver un mundo lleno de tinieblas, cruel, horroroso, peor que cualquier pesadilla que pudiese tener, él había logrado detenerse gracias a la bondad de su amada progenitora, pero los que se divertían con aquello, los que exigían ver la sangre correr, la muerte lenta y dolorosa… ¿Ellos también habrían sido castigados? No lo sabía, había huido cobardemente antes de poder saberlo, había sido un espectador, alguien cobarde que por el miedo de sus propios actos se había negado a ayudar al que lo necesitaba
-No soy más que un cobarde…- murmuro con tristeza, ni siquiera había tenido el valor de despedirse correctamente, había huido solo dejando una carta detrás de sí, y su amado instrumento en las manos de la persona más importante en su vida en esos momentos… Se preguntaba si Frits se enojaría, si lo odiaría, si le perdonaría el haberle ocultado algo como eso… Si correspondería sus sentimientos en algún momento… No, no lo creía, la dulzura y amabilidad del kirin no eran señal de una correspondencia amorosa y Mio lo sabía… Y ahora esperaba nunca serlo…Si su destino era morir, no quería que aquel puro e inocente corazón se viera marchito por la tristeza
Agito la cantimplora en su mano, nada quedaba, pero al menos había llegado por fin al famoso lago, lejos ya de la ciudadela ¡Se molestarían si se atrevía a beber un poco de esa agua? Miro a su alrededor, viendo que nadie le viera, no quería problemas, ni siquiera sabía luchar, hundió suavemente la cantimplora en el agua cristalina, disfrutando de la sensación en su adolorida piel que comenzaba a volverse grisácea
Una punzada de dolor del brazo vendado le hizo reaccionar para seguir su camino, volvió a caminar, buscando entre sus pertenencias aquella cantimplora, sentía bastante sed, recordaba las palabras de su madre “Los enfermos que comen siempre mejoran” Le había dicho mucho antes de que su enfermedad se volviera grave, cuando apenas era una sencilla tos y un enrojecimiento en sus redondas y gordas mejillas… Pero ella no lo había logrado; Tampoco sabía si él lo haría. Recordaba lo que había aprendido en la cruz de plata, lo que había logrado aprender al menos, no había escuchado nada como eso, pero comenzaba a creer cada vez más que era un castigo por lo que había intentado hacerle a aquella mujer, cegado en la ira, en el dolor, en los recuerdos, sus miedos… Había estado a punto de hacerle daño a un ser inocente, a la soberana… No podía perdonárselo, sencillamente no podía…pero Quería disculparse con ella, se lamentaba de todo lo que le habían hecho, la voz de su madre en ese momento lo despertó de aquella burbuja de rabia ensimismada, para ver un mundo lleno de tinieblas, cruel, horroroso, peor que cualquier pesadilla que pudiese tener, él había logrado detenerse gracias a la bondad de su amada progenitora, pero los que se divertían con aquello, los que exigían ver la sangre correr, la muerte lenta y dolorosa… ¿Ellos también habrían sido castigados? No lo sabía, había huido cobardemente antes de poder saberlo, había sido un espectador, alguien cobarde que por el miedo de sus propios actos se había negado a ayudar al que lo necesitaba
-No soy más que un cobarde…- murmuro con tristeza, ni siquiera había tenido el valor de despedirse correctamente, había huido solo dejando una carta detrás de sí, y su amado instrumento en las manos de la persona más importante en su vida en esos momentos… Se preguntaba si Frits se enojaría, si lo odiaría, si le perdonaría el haberle ocultado algo como eso… Si correspondería sus sentimientos en algún momento… No, no lo creía, la dulzura y amabilidad del kirin no eran señal de una correspondencia amorosa y Mio lo sabía… Y ahora esperaba nunca serlo…Si su destino era morir, no quería que aquel puro e inocente corazón se viera marchito por la tristeza
Agito la cantimplora en su mano, nada quedaba, pero al menos había llegado por fin al famoso lago, lejos ya de la ciudadela ¡Se molestarían si se atrevía a beber un poco de esa agua? Miro a su alrededor, viendo que nadie le viera, no quería problemas, ni siquiera sabía luchar, hundió suavemente la cantimplora en el agua cristalina, disfrutando de la sensación en su adolorida piel que comenzaba a volverse grisácea