Post by Ast Nefertari on Jun 19, 2018 19:25:22 GMT
Los días eran oscuros, fríos y ciertamente un aura de tristeza se propagaba por Mirovia, bajo el agua esas cosas casi no eran perceptibles, pues Aqualia era como un mundo totalmente diferente, escondido a los ojos de los arcanos que no podían admirar su belleza submarina. Pero algo no estaba bien, Ast Nefertari se había enterado de la situación, de la traición de Aesther, de la maldición de Blackstag, el poco o nulo movimiento del guardián del mar, el desaparecimiento de varios líderes que alguna vez tenían Mirovia en un apogeo importante, los monstruos de ceniza y sin olvidar las nubes que cubrían el sol. Siempre le habían enseñado que los problemas de la superficie se debían quedar en la superficie, que debía importarle más la vida submarina que, después de todo, estaba bajo su cuidado, pero desde aquella reunión con la alcaldesa Vorgel, y después de haberle prometido que trabajarían juntas para un bienestar en toda la Isla, no se podía quedar simplemente con los brazos cruzados esperando a que alguien más hiciera algo.
Movió a los ciudadanos de Aqualia, y algunos contactos que tenía fuera de la superficie entre ellos sus guardias personales de la orden, y después de largos días y noches de arduo trabajo por parte de todo su reino, salió a la superficie con una idea, esperando a que ésta funcionara y mantuviera a la gente con vida y prosperando.
Grandes carretas llegaron a la Ciudadela, cubiertas por mantas para que los productos no se maltrataran, la reina iba en uno de los caballos, guiando la mercancía hasta que llegaron al centro de la gran ciudad, los arcanos que iban caminando por las calles miraron la extraña caravana con curiosidad y cierto miedo debido a los acontecimientos que habían sucedido no hace mucho. Pronto, algunos aqualianos comenzaron a montar algunas largas mesas, mientras la reina se subía algunos escalones de una fuente, llamando la atención de los arcanos a su alrededor, siempre ayudada por su bastón, pues aún no estaba acostumbrada a caminar en dos piernas.
—Gran Ciudadela —Empezó con un tono fuerte, manteniéndose completamente erguida —Soy Ast Nefertari, reina de Aqualia, muchos nos conocen por nuestra tecnología, misterio y gran avance que ha tenido para Mirovia —Se mantuvo en silencio unos segundos, esperando a que más arcanos le pusieran atención —He estado enterada de los sucesos recientes, sé que la oscuridad ha inundado la isla, haciendo casi imposible que los cultivos crezcan sanos y fuertes, que la esperanza ha decaído conforme pasan los días, que las malas noticias han estado en la punta de la lengua de todos.
Los arcanos comenzaron a acercarse, listos para lo que sea que pudiera ocurrir.
—Por años, Aqualia ha estado alejada de los problemas que pudieran suceder en la superficie, pero ya no más, las fuerzas oscuras han intentado separarnos, han intentado debilitar nuestras almas, nuestros cuerpos y nuestros corazones, ¡Hay que enseñarles que no pueden con nosotros! Juntos, los arcanos somos más fuertes, y debemos apoyarnos unos a los otros para que Mirovia no caiga ante sus manos.
Ast apuntó con su mano a varias mesas donde mas de dos Aqualianos por fila acomodaban sacos llenos de trigo, algas comestibles secas, harina, arroz, algunas especies pequeñas de peces, ropa de distintos tamaños y colores, y al último, una mesa llena de una especie de cristales resistentes, donde dentro, luces aguamarinas y verdes brillaban con intensidad, pero producían una calma especial.
—Todo el reino ha trabajado muy duro para traerles esto hasta aquí, acepten nuestros obsequios no como una limosna, si no, como un mensaje, un mensaje que dicta que no bajemos la cabeza ante la adversidad y sigamos adelante, Mirovia ha salido de muchos problemas por el paso de los años, y lo volverá a hacer, pero para eso, necesitamos estar fuertes. —Algunos guardias se mantuvieron en una fila para guiar a la gente para que tomara lo que necesitara, todos en partes iguales y en orden, para que alcanzara para cada arcano que pasara.
—Cuando tomen lo que hayan necesitado, tomen uno de los cristales de la última mesa —Dijo como última orden —Cuélguenlas afuera de sus casas, de sus puertas, en las calles, allá donde la oscuridad esté escondida, no necesitan nada más que unas cuantas pizcas de sal cuando vean que la luz este por extinguirse, mantengamos la Ciudadela encendida, con vida, no le demos oportunidad a la oscuridad de manifestarse.
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