Post by Irma Woodhouse on May 5, 2017 1:54:44 GMT
Se limpió las manos en su delantal blanco, añadiendo todavía más suciedad a lo que estuvo acumulándose durante el día, sin pensar en el trabajo que sería lavarlo después...Tallar y tallar, las inconveniencias de la inmundicia, el trabajo y el sudor causaban ese tipo de quehaceres extras que no le gustaba hacer.
Irma Levantó los brazos para limpiarse el sudor de la frente y en cuanto creyó que había sudo suficiente, dejó las manos en su espalda baja, para calmar su cuerpo. Ya había terminado con los deberes del día de hoy. Por el rabillo del ojo, vio un par de polluelos que caminaban frente a ella. Marchaban hacia la figura de su madre que estaba comiendo del otro lado de la granja. Irma se detuvo a observarlos. Si bien no había pasado mucho tiempo en lo que ellos llegaban torpemente debajo del ala de su madre, escuchó el sonido característico y fuerte de alguien que estaba galopando detrás de ella. Giró su cabeza, se encontró con su padre cargando pedazos de leña que había cortado para que pasara una noche tibia dentro de casa. Era un hombre orgulloso de su herencia, en cuya sangre corría una fuerte necesidad de validar lo que era: alguien casado con la tierra y su querida esposa.
—¡Irma!—
Ella se enderezó. En dos pies era mucho más fácil ver porqué las personas de la Ciudadela se sentían intimidados por el cuerpo de su padre. —Ya terminé.— Le dijo desde donde estaba, él pareció sentirse complacido con su respuesta que era un recuerdo de lo bien que la habían criado. Siempre gentil ante sus padres, ante la vida y la tierra.
—¿Estás segura que quieres quedarte aquí?— Acomodó los leños debajo de sus hombros, Irma se preguntó cómo era que podía aguantar tantas astillas en un solo lugar de su cuerpo. —Escuché que en la Ciudadela tendrán un pequeño festival...—
Ella pudo escucharle la voz bordada encima de otras intenciones. Claro que buscaba molestarla y con esa sonrisa, era todavía más obvio. Imitó su sonrisa sin afán de burla y puso ambas manos en su cintura.—¡Cuidaré de esta granja como cuido de ustedes! ¡Ancianos!—
Le respondió con la barbilla levantada, igual que su padre cuando quería jugar con ella. Había tomado lo mejor de él. Orgulloso, soltó una risa enorme que infló todo su pecho. —No dirás eso cuando traigamos los peces que tanto te gustan...—
Irma se quedó en silencio, con las manos frente su regazo para indicar piedad e inocencia, como si estuviera agradeciéndoselo. Caminó hacia él entre risas y le abrió la puerta de su casa para que pudiera entrar. Lo hizo agachado, sin soltar los pedazos de leña. Necio, su padre no dejaría aquella forma a menos que fuera a dormir. Cerró la puerta detrás de ella, para que los animales de afuera no creyeran que era una invitación abierta.
Antes de que cayera la noche, los padres de Irma acomodaron todo en la casa. Le besaron la frente y se despidieron de ella con la promesa de que volverían en cinco días, si el negocio alrededor de la Ciudadela iba bien. Irma sabía, muy dentro de ella, que si no la llevaron con ellos era porque necesitaban a alguien que cuidara de la casa y si bien no era más importante que su bienestar, confiaban en ella para que hiciera las cosas como ella había prometido hacer.
Dejó la tetera al fuego que estaba desprendiéndose con elegancia de las brasas y esperó a que el agua hirviera. Iban a ser cinco días solitarios, pero valdría la pena. No había nada en la Ciudadela que importara más que complacer la voluntad de quienes la habían traído al mundo…¿o sí?
Sintió algo correr por su espalda pero no había nada. Solo el susto de haber escuchado el rumor lejano de los truenos acercarse, como si buscaran cabida en su hogar. Irma mandó sangre a su cabeza al golpearse ligeramente las mejillas para reaccionar y se dedicó, mejor, a recoger el resto de la casa. Siempre había algo que hacer.
Irma Levantó los brazos para limpiarse el sudor de la frente y en cuanto creyó que había sudo suficiente, dejó las manos en su espalda baja, para calmar su cuerpo. Ya había terminado con los deberes del día de hoy. Por el rabillo del ojo, vio un par de polluelos que caminaban frente a ella. Marchaban hacia la figura de su madre que estaba comiendo del otro lado de la granja. Irma se detuvo a observarlos. Si bien no había pasado mucho tiempo en lo que ellos llegaban torpemente debajo del ala de su madre, escuchó el sonido característico y fuerte de alguien que estaba galopando detrás de ella. Giró su cabeza, se encontró con su padre cargando pedazos de leña que había cortado para que pasara una noche tibia dentro de casa. Era un hombre orgulloso de su herencia, en cuya sangre corría una fuerte necesidad de validar lo que era: alguien casado con la tierra y su querida esposa.
—¡Irma!—
Ella se enderezó. En dos pies era mucho más fácil ver porqué las personas de la Ciudadela se sentían intimidados por el cuerpo de su padre. —Ya terminé.— Le dijo desde donde estaba, él pareció sentirse complacido con su respuesta que era un recuerdo de lo bien que la habían criado. Siempre gentil ante sus padres, ante la vida y la tierra.
—¿Estás segura que quieres quedarte aquí?— Acomodó los leños debajo de sus hombros, Irma se preguntó cómo era que podía aguantar tantas astillas en un solo lugar de su cuerpo. —Escuché que en la Ciudadela tendrán un pequeño festival...—
Ella pudo escucharle la voz bordada encima de otras intenciones. Claro que buscaba molestarla y con esa sonrisa, era todavía más obvio. Imitó su sonrisa sin afán de burla y puso ambas manos en su cintura.—¡Cuidaré de esta granja como cuido de ustedes! ¡Ancianos!—
Le respondió con la barbilla levantada, igual que su padre cuando quería jugar con ella. Había tomado lo mejor de él. Orgulloso, soltó una risa enorme que infló todo su pecho. —No dirás eso cuando traigamos los peces que tanto te gustan...—
Irma se quedó en silencio, con las manos frente su regazo para indicar piedad e inocencia, como si estuviera agradeciéndoselo. Caminó hacia él entre risas y le abrió la puerta de su casa para que pudiera entrar. Lo hizo agachado, sin soltar los pedazos de leña. Necio, su padre no dejaría aquella forma a menos que fuera a dormir. Cerró la puerta detrás de ella, para que los animales de afuera no creyeran que era una invitación abierta.
Antes de que cayera la noche, los padres de Irma acomodaron todo en la casa. Le besaron la frente y se despidieron de ella con la promesa de que volverían en cinco días, si el negocio alrededor de la Ciudadela iba bien. Irma sabía, muy dentro de ella, que si no la llevaron con ellos era porque necesitaban a alguien que cuidara de la casa y si bien no era más importante que su bienestar, confiaban en ella para que hiciera las cosas como ella había prometido hacer.
Dejó la tetera al fuego que estaba desprendiéndose con elegancia de las brasas y esperó a que el agua hirviera. Iban a ser cinco días solitarios, pero valdría la pena. No había nada en la Ciudadela que importara más que complacer la voluntad de quienes la habían traído al mundo…¿o sí?
Sintió algo correr por su espalda pero no había nada. Solo el susto de haber escuchado el rumor lejano de los truenos acercarse, como si buscaran cabida en su hogar. Irma mandó sangre a su cabeza al golpearse ligeramente las mejillas para reaccionar y se dedicó, mejor, a recoger el resto de la casa. Siempre había algo que hacer.