Post by Giselle Vladgun on May 5, 2017 6:03:36 GMT
La arena se metía entre sus dedos, cuando Giselle caminaba por la orilla de la playa de Aqualia con un andar despacio y un cofre de oro sellado tan grande como un lechón en su espalda. Lo cargaba como si nada, pesaba mucho más el cofre que el contenido en si. Los colores de su cabellera brillaban con la luz del sol que resplandecía esa mañana en la playa de Aqualia, a lo lejos los delfines bailoteaban entre saltos y piruetas, las gaviotas entonaban su agudo canto en las alturas del firmamento y los cocos caían de las curveadas palmeras. Todo era tal como podría imaginarse un paraíso.
-Le hacen falta algunas nubes -Dijo con una cínica sonrisa cuando se detuvo, situándose en la frontera entre la playa y una selva de cocoteros que marcaba la frontera con Shangri Lax. El aire salado provocó que se relamiera los labios, antojandose algo más dulce como un mango o una sandía. -Veamos que nos depara el día de hoy.
Aplaudió dos veces y de la arena emergió un pequeño puesto de madera, con el
techo forrado de hojas secas de palma y las tablas sujetadas con redes de pescar dandole una apariencia muy acorde con el sabor del océano. Giselle abrió la puerta y esperó a que los clientes aparecieran.
Sus manos deshicieron el candado del cofre que llevaba consigo y puso el contenido en el mostrador: 3 bellas frutas de extraña apariencia con un aroma potente muy parecido al de los cítricos, pero tan suave y dulce como el durazno.
-Me pregunto si podré encantar alguna de estas -Llevó un dedo a su barbilla en un movimiento casi seductor pero sin poder responder esa interrogante- Ya lo sabré, cuando llegue el momento.
Observó a lo lejos las cálidas aguas que se extendían por kilometros hasta desaparecer en el horizonte, imaginando ahí mismo, en las tierras lejanas, una ciudad de las mil maravillas.
-Le hacen falta algunas nubes -Dijo con una cínica sonrisa cuando se detuvo, situándose en la frontera entre la playa y una selva de cocoteros que marcaba la frontera con Shangri Lax. El aire salado provocó que se relamiera los labios, antojandose algo más dulce como un mango o una sandía. -Veamos que nos depara el día de hoy.
Aplaudió dos veces y de la arena emergió un pequeño puesto de madera, con el
techo forrado de hojas secas de palma y las tablas sujetadas con redes de pescar dandole una apariencia muy acorde con el sabor del océano. Giselle abrió la puerta y esperó a que los clientes aparecieran.
Sus manos deshicieron el candado del cofre que llevaba consigo y puso el contenido en el mostrador: 3 bellas frutas de extraña apariencia con un aroma potente muy parecido al de los cítricos, pero tan suave y dulce como el durazno.
-Me pregunto si podré encantar alguna de estas -Llevó un dedo a su barbilla en un movimiento casi seductor pero sin poder responder esa interrogante- Ya lo sabré, cuando llegue el momento.
Observó a lo lejos las cálidas aguas que se extendían por kilometros hasta desaparecer en el horizonte, imaginando ahí mismo, en las tierras lejanas, una ciudad de las mil maravillas.