Post by Giselle Vladgun on May 30, 2017 3:27:42 GMT
Tacones altos que sonaban al compás pétreo del suelo. Un largo vestido rojo envinado ondeaba por sus pantorrillas. Bajo su brazo llevaba un gran libro forrado de escamas viejas y percudidas, casi parecidas a la piel de alguna bestia inmunda. Al pasar todos desviaban la vista o se le quedaban observando entre susurros temerosos. Pues cada vez que ella pasaba por el mercado, aunque fuese solo de casualidad, algo de él se llevaba, algo valioso de verdad para los arcanos, a veces tanto como sus vidas.
Con los años llegaron a olvidarla, por su bien era mejor que así fuera, porque a su paso solo la calamidad la acompañaba. En su sonrisa miles de secretos estaban tatuados bajo la llave de su mortífero labial a blanco y negro.
El mercado estaba más congestionado de lo que recordaba, pues casi siempre ella se aparecía por las noches donde la luna no podía hacer brillar su cabellera de colores, su colorida y detestable maldición la cual había intentado deshacer más veces de las que recordaba, todas sin resultado.
Antes de marcharse con las manos vacías, la suerte le echo una última carcajada cuando escuchó que alguien clamaba su nombre entre la multitud. Intrigada giró para encontrarse con alguien que le recordaba mucho al barón samedi, el cual se mencionaba en el libro que cargaba consigo.
-Veo que has escuchado algunas cosas de mi -Se paseo el indice desde su cuello hasta su barbilla, en su ladina y perniciosa sonrisa al mirarlo de reojo tres veces, moviéndose en círculos alrededor del arcano que transpiraba un aroma que le recordaba mucho a un caldero herviente. Mientras hablaba movía sus brazos como si actuase para él. Disfrutando de jugar con quienes se atrevían a buscarla, y no al revés.
-Si, tengo lo que estas buscando -Caminó como si fuera a irse y otra vez se volteo, con su mano en la cadera, sujetando el libro y mostrando con su otra mano el fruto tan codiciado por muchos- La fruta de Mikan por si sola solo te puede hacer flotar como un coco, pero si lo encanto, te permitirá respirar bajo el agua -Al pronunciarlo la malicia se asomó en su expresión- Pero ¿que tienes tu para ofrecerme a cambio de este tan escaso y valioso tesoro? -Solo había una cosa que podría convencerla de entregar aquel fruto, después de todo, sus trueques siempre implicaban alguna tarea equivalente al trato en si.
Con los años llegaron a olvidarla, por su bien era mejor que así fuera, porque a su paso solo la calamidad la acompañaba. En su sonrisa miles de secretos estaban tatuados bajo la llave de su mortífero labial a blanco y negro.
El mercado estaba más congestionado de lo que recordaba, pues casi siempre ella se aparecía por las noches donde la luna no podía hacer brillar su cabellera de colores, su colorida y detestable maldición la cual había intentado deshacer más veces de las que recordaba, todas sin resultado.
Antes de marcharse con las manos vacías, la suerte le echo una última carcajada cuando escuchó que alguien clamaba su nombre entre la multitud. Intrigada giró para encontrarse con alguien que le recordaba mucho al barón samedi, el cual se mencionaba en el libro que cargaba consigo.
-Veo que has escuchado algunas cosas de mi -Se paseo el indice desde su cuello hasta su barbilla, en su ladina y perniciosa sonrisa al mirarlo de reojo tres veces, moviéndose en círculos alrededor del arcano que transpiraba un aroma que le recordaba mucho a un caldero herviente. Mientras hablaba movía sus brazos como si actuase para él. Disfrutando de jugar con quienes se atrevían a buscarla, y no al revés.
-Si, tengo lo que estas buscando -Caminó como si fuera a irse y otra vez se volteo, con su mano en la cadera, sujetando el libro y mostrando con su otra mano el fruto tan codiciado por muchos- La fruta de Mikan por si sola solo te puede hacer flotar como un coco, pero si lo encanto, te permitirá respirar bajo el agua -Al pronunciarlo la malicia se asomó en su expresión- Pero ¿que tienes tu para ofrecerme a cambio de este tan escaso y valioso tesoro? -Solo había una cosa que podría convencerla de entregar aquel fruto, después de todo, sus trueques siempre implicaban alguna tarea equivalente al trato en si.