Post by Denard Fantôme on Jun 3, 2017 3:08:05 GMT
La vida puede ser tan misteriosa en tantos aspectos, que a veces se nos hace difícil pensar en todas las posibilidades que nos pueden poner en frente.
Denard miraba por la ventana, con ojos tan grises como los pasillos a su lado, observando el frío y rústico exterior de Reapergate, el clima era tan frío por las noches que te daba la impresión de que las criaturas de la noche soltaban una parte de su verdadero ser para que la ciudad se mantuviera en aquel estado. Feroz. Muerto. El patio de juegos a esa hora del día estaba lleno de niños de todas las especies; vampiros, dragones, baphomets, e incluso uno que otro unicornio.
Todos con apariencia tan humana, que nadie notaba lo que eran en realidad. Denard observó su reflejo en el vidrio de la ventana por unos segundos, tenía la piel pálida, lo cual no era algo inusual allí, el cabello tan negro como el carbón con algunas marcas blancas, como si de canas se trataran, y una muy inocente cara de un niño de seis años, con ojos grises opacos, y cuerpo pequeño. Observó a cada uno de los niños que jugaban, los conocía a la perfección a cada uno de ellos, a pesar de que jamás le dirigieran la palabra, o le miraran, él siempre lo hacía, y se aseguraba de saber cada detalle de su físico, para intentar poner a la suerte lo que eran por dentro, muy en su mente.
El niño se bajó de la silla en la que estaba arrodillado para poder ver mejor, y caminó por los oscuros pasillos de la casona. El orfanato no era un lugar tan malo si solo te quedabas quieto donde estabas y no molestabas demasiado, obedecías todo lo que te decían, y simplemente te hacías pasar por una persona invisible, muchos niños lo hacían los primeros meses cuando entraban. Desafortunadamente, a Denard nunca le gustó que le dijeran qué hacer.
El patio de juegos no era más que un simple cubículo de algunos metros cuadrados de puro concreto, con algunas jardineras de tierra y pasto seco, y pelotas hechas de piel de cerdo. Pero a los niños no les importaban nada de esas cosas mientras pudieran jugar. El niño de cabellos negros salió por la puerta trasera del orfanato, inhalando el poco aire fresco del exterior, no le gustaba el patio de juegos, pero al menos era mucho mejor afuera que adentro cuando las cocineras empezaban su labor diaria de cocinar. Eran olores desagradables para la fina nariz del pequeño. Caminó por las jardineras, intentando de que sus botas desgastadas no tocaran demasiado la tierra para que no se mancharan más de lo que estaban.
―Miren quien llegó ―Denard soltó un suspiro pesado al escuchar una voz conocida a sus espaldas, al darse la media vuelta, un niño mucho más grande que él, de cabellos rubios con las puntas calcinadas, se acercó a él con una gran sonrisa, rodeado de niños igual o más pequeños que Denard. ―Es el niño rata.
―Una rata podría ser más inteligente que tú, Pitterson ―Masculló Denard con tanta tranquilidad, que incluso detonaba algunas chispas de molestia.
―Ten cuidado, pequeña rata, no vaya a ser que en una de estas te vayamos a aplastar ―Los niños a su alrededor comenzaron a reír, Denard los miró con frialdad, sin mostrar una pizca de admiración o miedo. Los niños se dieron la media vuelta.
―Ah, se me olvidaba darte esto ―Sintió algo golpearle el pecho de una manera feroz, aunque bastante suave, no supo si era por mero instinto o porque estaba acostumbrado a levantar las manos al recibir un golpe, Denard cerró los ojos mientras recibía el pequeño impacto, y los niños se iban de allí, con la misma velocidad con la que se habían ido. Cuando abrió los ojos, lo que le habían lanzado a sus brazos comenzó a moverse con brusquedad, una rata del tamaño de su brazo se movía de un lado a otro, con sus cuatro patas amarradas entre sí. El animalito miraba a Denard con aquellos ojos de canica negros, suplicantes. El niño, a pesar de sentir cierto repudio, guardó la calma para que nadie viera nada, tan solo una estatua parada en el patio de juegos, era mejor así.
Las habitaciones del orfanato eran grandes, donde cabían aproximadamente diez camas con una perfecta separación relativamente cómoda para cada uno de los niños, con un pequeño buró al lado de cada una, con tres cajones, donde guardaban un cambio, una pertenencia (si es que tenían alguna), o lo que sea que cupiera dentro. El niño sacó una pequeña llave, que colgaba de su cuello, le gustaba mantener sus cosas a la raya, pues sabía de la maldad de los niños a su alrededor, además de que no le gustaba que se metieran en sus asuntos.
Al asegurarse de que no había nadie alrededor, dejó a la rata, la cual se seguía moviendo como desesperada en el suelo, debajo de su cama, metió la llave al picaporte de su buró y esculcó un poco, hasta que halló un pequeño pedazo de vidrio lo bastante afilado para cortar la carne arcana, el niño tomó meticulosamente el vidrio, tomó a la rata, y con tranquilidad desató al animal de su condena, aquel solamente se fue corriendo en cuanto sintió el aroma de la libertad sobre sus bigotes.
Y entonces, Denard volvió a estar completamente solo.
Sintió un cosquilleo en todo su cuerpo, advirtiéndole sobre lo que acababa de pasar allí afuera. Era imposible como a penas salía del orfanato y había problemas, a pesar de no hablar nada con nadie, solo observar. ¿Acaso era mejor si solo se quedaba tras la ventana? Pero por alguna razón, lo intentaba, poco a poco, sin éxito, pues nunca pasaba demasiado del umbral de la puerta, ¿De qué tenía miedo? El pequeño se arrastró hasta quedar debajo de su cama, con la mejilla pegada al suelo.
Y entonces, Denard volvió a estar completamente solo.
Sintió un cosquilleo en todo su cuerpo, advirtiéndole sobre lo que acababa de pasar allí afuera. Era imposible como a penas salía del orfanato y había problemas, a pesar de no hablar nada con nadie, solo observar. ¿Acaso era mejor si solo se quedaba tras la ventana? Pero por alguna razón, lo intentaba, poco a poco, sin éxito, pues nunca pasaba demasiado del umbral de la puerta, ¿De qué tenía miedo? El pequeño se arrastró hasta quedar debajo de su cama, con la mejilla pegada al suelo.
A veces, se sentía afortunado, afortunado de haber nacido sin conocer a sus padres, a pesar de no saber quien era, pues aquello solo eran una carga en un lugar tan peligroso como Reapergate, pues no era ninguna novedad que niños llegaran regularmente al orfanato, con lágrimas en los ojos, ojos hinchados y mejillas ardientes, con la misma frase sobre los labios. “Mis padres fueron asesinados, secuestrados, vendidos” Había cientos de cosas que podrían suceder. Pero, para Denard no había sido así, el solo había abierto los ojos, y los rostros de las trabajadoras del orfanato se hicieron presente en sus memorias.
No había nada más.
Y muy dentro de su corazón.
Se lo agradecía, pues la idea de que el calor de un hogar se le fuera arrebatado era aterradora, mucho más que estar en la frialdad todo el tiempo.
Denard rascó la madera, para luego fijarse en sus dedos llenos de polvo. No buscaba amor, cariño o comprensión, solo tranquilidad.
Una voz a lo lejos en conjunto con una campanilla hizo que el niño levantara la mejilla del suelo.
Era hora de cenar.