Zaniah Neshmet
Los Invictos
Vive como si tu libertad dependiera de ello
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Post by Zaniah Neshmet on Jun 26, 2017 2:51:03 GMT
La Luna
Diosa
Madre
Protectora
Y lo único que estaba haciendo en ese momento era ser un farol en el cielo, rodeada de sus subyugados, brillando en el oscuro cielo de la noche. Tranquila, con el mínimo sentido de existencia con los que sus rayos pálidos acariciaban, no había nadie más, ni siquiera las nubes cubrían los cuerpos cálidos a los ojos de los humanos, y candentes a los ojos de los dioses. En el cielo. El paraíso o el infierno, dependiendo de quién eras y qué es lo que debías de hacer allí. Las escrituras decían que si eras puro y casto, tu alma se iba a un lugar donde el descanso eterno y los placeres más hermosos llegaban a tus pies, pero, por el contrario, si eras consumido por el pecado, tu alma se corrompería en el dolor eterno, en las brillantes lenguas del infierno, quemándote desde lo más profundo de tu ser.
Pero…
Estaba segura que estaba en la tierra…
Entonces, ¿Por qué? ¿Por qué duele tanto?
¿Qué es el dolor?
El sonido hueco del hierro hizo eco entre las paredes musgosas y sucias, haciendo que algunos pares de ojos se abrieran entre tanta oscuridad, marcando algunas líneas en el suelo, luz proveniente de los faroles exteriores y la Luna misma. Las cadenas se tensaron, y volvieron a volver a su sitio curvo, y tranquilo, hasta que estas volvieron a su sitio duro e inflexible. Los ojos brillantes de temor, en cada esquina, solo veían, más no hablaban en lo absoluto, por miedo a que la fina línea negra en la oscuridad los alcanzara a ellos también.
―Es suficiente ―Se escuchó una voz cercana, mientras la frente sudorosa aún se restregaba contra la pared. ―Vuélvele a preguntar…
Las gotas de sudor que se paseaban por la piel fría y pálida, cayeron en un frenesí de dolor hasta morir en el suelo, donde tan solo fueron pequeños charquitos, pedazos de agua donde se podía almacenar tantos sentimientos, que ahora se perdían con la bruma. Las voces se escucharon en la lejanía, provenientes de bocas desconocidas para su propio ser. La boca del hombre se movió, más el ser inerte en el suelo, no podía escuchar...
Hubo silencio.
Mucho silencio.
Uno estremecedor y lleno de intriga.
El hombre volteó hacia la persona parada en el umbral de la puerta de hierro, eran como sombras, pues el fuego de las antorchas les apuntaba desde atrás. La figura se quedó parada, en completo silencio, esperando con mucha paciencia mientras los hilos carmesíes adornaban la piel blanquecina, y temblorosa por el dolor.
―Vuelve a empezar ―Ordenó en un tono fuerte, y claro, perfecto para que el allegado pudiera escucharlo con claridad.
―Si, señor ―La barrera del sonido volvió a romperse, estorbando en el camino del cuero, el triste y desdeñoso manojo de sangre y carne suelta. La mandíbula se apretó, mientras el mismo cuerpo se movía hacia adelante y hacia atrás, indicando a los músculos que algo andaba mal.
El ritmo de la respiración aumentó mientras el corazón golpeaba con fuerza el pecho, implorando con su palpitar que se detuviera. Pero no lo haría. Los destellos blancos y amarillos del exterior tocaron la piel contra la roca, mientras la saliva se resbalaba por la superficie rígida. Un ojo dorado como el oro de cualquier armadura reluciente y otro azul como las aguas más tranquilas de cualquier lago se dejaron ver, algunos rizos anaranjados se resbalaron por su sien, otros rizos carmesíes por el suelo, ambos luceros bicolor voltearon hacia la Luna, asomándose por los barrotes de hierro.
¿Por qué?
La vista comenzó a nublarse, volviendo todo más arduo de diferenciar.
¿Cuándo había comenzado todo este dolor?
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Zaniah Neshmet
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Post by Zaniah Neshmet on Jun 26, 2017 3:48:21 GMT
Todo comenzó con un choque de mundos, uno que incluso los más cercanos ni siquiera pudieron escuchar, o los más lejanos sintieron su temblor. Estruendo, caos, guerra. Los potentes titanes colisionaban entre sí en una feroz batalla, blandían sus enormes espadas, y las alas de colores retozaban con orgullo mientras sus cuerpos se fundían en uno solo en un grito de dolor y batalla.
Y luego… paz
La más pura y preciada armonía
Los cuerpos de los titanes habían sucumbido, pero no dejaban sangre como los mortales, era algo más maravilloso que eso, pues en sus cuerpos destrozados por la guerra, crecía vida nueva, la cual servirían para proteger a los suyos, y servir a los que podían pertenecer. Cincuenta años habían pasado desde la última vez que había escuchado esa historia.
Aún podía recordar esa sonrisa tan brillante que sus pequeñísimos labios rosados mostraban cuando todo su mundo se centraba en esas palabras fascinantes, “peleas de titanes con colosales armaduras” “Dioses rezando por su bien” No había ninguna preocupación más que permanecer despierta para terminar de escucharlas, o de no llegar tarde a clases.
Todo era tan sencillo…
Pero nunca le gustó ese camino
Los rayos del Sol decidieron empujar lejos a los de la Luna, los cuales molestaron la cansada vista bicolor. Soltó un quejido mientras intentó moverse hacia un lado, su cuerpo estaba tieso por el dolor, por lo que no pudo hacer mucho, además de las cadenas atadas a sus muñecas, hacía mucho tiempo que ya no sentía sus manos, o sus piernas, las cuales siempre estaban recostadas en el suelo.
Todos miraban el cuerpo rojizo de la mujer en medio de ellos, con miedo, asco, y algunos con una pizca de lástima.
Una mujer desdeñosa, con cabello negro como el carbón, y tan sucia que ni siquiera se notaba el color verdadero de su piel, se acercó a la figura demacrada de en medio. Con suma lentitud, sus manos temblorosas rodeaban un cuenco de agua de piedra sucia. La frente seguía pegada a la pared, con la mirada hacia abajo.
La mujer se arrancó un pedazo de ropa, el más limpio que pudo encontrar, y lo ató de un lado a otro hasta que tomó una forma circular.
―¡No te le acerques! ―Gritó un anciano flacucho en una esquina, atado con cadenas tan oxidadas que se habían encarnado a su piel.
Los ojos pistache miraron al hombre con frialdad mientras hundía la tela en el agua, y lo acercaba al rostro de la mujer. Esta hizo un ademán de alejarse mientras todo su cuerpo volvía a temblar.
―Tranquila… ―La calmó con su voz, casi susurrando. ―Es de las goteras que la lluvia hizo hace tres días.-- El líquido dentro de su boca se sintió como un manantial, calmando su cuerpo. Tragó un par de veces, a pesar de que le costara trabajo, no iba a dejar pasar esa oportunidad.
―¡¿Qué haces?! ―Volvió a gritar el anciano ―¡Nos vas a condenar a todos! ¡Guardias! ¡Guardias!
Los alaridos del anciano hicieron que el guardia estando a cargo entrara de pronto, sin arma en mano, pues no había necesidad de utilizar la fuerza mayor cuando el miedo los tenía comiendo de su mano. La mujer pelinegra se hizo hacia atrás asustada cuando el guardia se dio cuenta de lo que estaba haciendo.
―¡No le des de beber! ―Pateó con furia el cuenco de sus manos, haciendo que chocara en una pared cercana, derramando toda el agua. La mujer lo miró desde abajo, y cuando menos se lo esperó, recibió una bofetada, haciéndola caer al suelo. ―Les prohíbo tratar con amabilidad a esta… peste ―Escupió el guardia con un gesto de asco en sus labios.
―Y en cuanto a ti ―Señaló al anciano ―Vuelves a gritar de ese modo y yo mismo te cortaré la lengua ―Vociferó antes de darse la media vuelta y cerrar la puerta tras de sí. El silencio se hizo sepulcral, y la mujer volvió a arrodillarse con ayuda de una que otra alma aún con una pizca de humanidad en su ser.
El anciano miró todo desde la esquina, rodeado de mujeres y hombres con el mismo miedo y repulsión hacia el inquilino en medio de ellos. Pasaron las horas, las miradas se movieron de lugar a otros puntos de la celda, hacia afuera, en la ventana a metros de distancia del suelo, dejando ver el único pedazo de esperanza, hacia el cielo. Donde todo parecía más fácil y tranquilo. Otros a sus propias cadenas y grilletes, algunos hacia ningún lado, pensando en qué parte podían estar mejor, como la muerte.
Cuando el silencio fue tan arduo que ni siquiera afuera de la puerta se escuchaba la nada, la mujer volvió a acercarse, arrastrándose lentamente, estuvo tan cerca que casi pudo percibir su aliento pesado, aunque su mirada estuviera oscurecida por su cabello.
―Mi nombre es Layla ―Susurró la mujer, con una sonrisa.
―¡Ya no le hables! ―Volvió a gritar el anciano.
―¡Oh, cállate maldito viejo decrépito! ¿Por qué no nos haces un favor y te mueres de una vez? ―Gruñó Layla. El viejo estuvo a punto de decir algo más, hasta que un escalofrío recorrió toda su espalda, sintiéndose terriblemente asustado, intentó buscar el resultado de su maleficio, hasta que se topó con un punto amarillo y otro azul, mirándolo. El anciano se quedó quieto, incapaz de articular palabra mientras sus manos temblaban, hasta que de su boca no salió nada más.
El rostro de la mujer volvió a su sitio, mirando el piso.
―No le hagas caso, era un viejo borracho que solo causa conflictos, tanto allí afuera como adentro.
No recibió ni un tipo de respuesta.
―¿Cómo te llamas?
El silencio fue feroz, como cuando un animal salvaje está encerrado en una jaula, listo para dar el primer golpe en cuanto se acercaran. La mirada ausente, estaba perdida en sus propios pensamientos. Layla se quedó un minuto esperando alguna reacción, pero al no ver nada, comenzó a alejarse poco a poco, desilusionada y molesta.
―Zaniah… ―Una voz ronca y quebrada salió entre las sombras, en un tono de voz en el que solo la mujer a su lado podía escuchar.
Layla la miró con una pequeña sonrisa mientras comenzaba a acercarse de nuevo, aunque tomando una debida distancia, se sentó correctamente, recargando su espalda contra la pared y miró la puerta de madera, dándole pequeños vistazos a la mujer a su lado.
―Zaniah… ―Susurró Layla, acomodando una mano en su cabeza ―¿No es el nombre de una estrella? Bueno, creo que varias…
Los ojos bicolor la miraron por un momento, para luego volver a desaparecer.
Layla estaba a punto de hacer otra pregunta, pero no quería tentar a la suerte, así que solo volvió a su lugar, entre las otras personas encaramadas a las esquinas, cerca de la paja seca. Para que, en el caso de que algún guardia entrara, nada malo pasara.
Al menos por ahora.
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Zaniah Neshmet
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Post by Zaniah Neshmet on Jun 29, 2017 0:03:36 GMT
El fuego de las velas alumbraba de una manera tranquila pero escalofriante la penumbra de los pasillos, mientras las sombras se movían al compás del fuego por las columnas de piedra, los ojos de los cientos de cuadros de pintura siguieron con su tenebrosa mirada los pasos de un hombre que caminaba por el pasillo, sobre la alfombra de terciopelo rojo, haciendo que sus pasos ni siquiera se escucharan. El castillo era un lugar tan enorme que uno podría perderse con tanta facilidad con tan solo dar una vuelta en falso, afortunadamente, él conocía todos los pasillos, al menos los que debía de recordar.
Su presencia fue removida por el de una puerta el doble de alta que su propio ser, tan imponente y poderosa como las mismas murallas del castillo. El hombre tragó saliva, acomodando su larga toga azul fuerte, apoyó sus manos enguantadas contra el frío material y empujó ambas partes de madera y oro puro, haciendo que se rechinara ante el tacto de sus dedos temblorosos.
La habitación estaba igual o más oscura que el resto del pasillo, a pesar de que el Sol brillara con intensidad por todo el reino, las cortinas estaban completamente cerradas, dejando ver con claridad una chimenea en el fondo de la habitación, y justamente en medio, a solo unos pasos del fuego, una silla, oscurecida por el reflejo amarillado.
―Mi señor ―Inquirió el hombre, acomodando una mano en el pecho, haciendo una reverencia.
En el filo del brazo de la silla, tres dedos llenos de joyas se movían lentamente por el fino y pulcro material, haciendo que las uñas contra la silla hicieran un pequeño sonido.
―Los hombres están listos, mañana partirán a la aldea del norte, para encontrar arcanos refugiados y traidores a la corona. ―El hombre no se movió de su lugar, lo único que había hecho era cerrar la puerta para no molestar en absoluto a su líder. ―Creemos que algunos humanos los esconden en los sótanos… los traeremos a juicio para que-
―No merecen si quiera ser emitidos a un juicio ―La ronca voz del hombre fue presente entre tanta oscuridad, fuerte, gruesa y con un tono tan vil que el simple roce de sus labios contra su lengua para pronunciar algún solo sonido, hacía que los miedos dentro de tu ser salieran a flote. ―En cuanto encuentren a un arcano en ese pueblo, no quiero escuchar noticias de que uno solo de los aldeanos quedó vivo, ¿Entendió?
―Si, su majestad ―Volvió a ponerse la mano contra el pecho, en señal de respeto.
―¿Y los prisioneros actuales?
―Todo en orden, mi señor, no ha habido problemas redundantes.
El hombre dirigió su mano llena de joyerías hacia una copa de oro puro, la tanteó con sus dedos acariciándola con suma delicadeza, sintiendo cada relieve de los detalles hechos a mano, se acercó la copa a la nariz, inhalando el precioso olor a uva fermentada.
―¿Y que hay de mi rosa?
Se llevó la bebida a los labios, con una pequeña sonrisa oscura, mientras saboreaba el calor del líquido hasta su garganta, tragando un pequeño sorbo. Los ojos azules del hombre brillaron con intensidad al voltear a ver al hombre en el umbral de la puerta, aquel solo sintió una terrible punzada ante la inquisitiva mirada de su señor.
―Se niega a hablar, señor ―Bajó la mirada, arrepentido de no poder decirle nada más que eso, evitando alguna reprenda de su rostro.
Una sonrisa de dientes blancos apareció de pronto, y el hombre se volteó, volviendo a beber de su vino, le echó una mirada rápida al color carmesí de su bebida, y luego observó el fuego, el cual se movía de una manera tan placentera a su vista, que no pudo quitarle la mirada de encima por algunos segundos, el anaranjado color se movía con tanta gracia, y dulzura…
―Es una lástima ―Soltó en un casi susurro placentero ―Al parecer tendré que hacerlo yo mismo ―Su cuerpo se irguió en cuanto dijo esas palabras, pero, se volvió a acomodar en la comodidad de su silla, estirando un poco sus piernas, cubiertas por miles de telas de colores opacos con bordados únicos en su especie, llevados desde los sastres más finos del mundo, fue una verdadera pena que algunos de ellos hubieran sido arcanos.
―Pero ―Interrumpió sus propias palabras ―Tengo asuntos que atender al este ―El hombre puso su azulada mirada en un mapa colgado en la pared, marcado con algunas cruces de tinta escurrida y uno que otro alfiler con una pequeña banderita azul en la punta.
Se puso de pie, dejando ver su enorme altura y composición gruesa bajo la capa negra que portaba ―No la toquen el tiempo que esté fuera, la quiero fresca a mi regreso ―Masculló con un tono lo bastante fuerte para que el sirviente escuchara con suma atención sus palabras. El hombre asintió con una pequeña reverencia. ―Puedes retirarte.
―Su majestad ―Se llevó la mano al pecho por tercera vez en obra de despedida, y salió tan pronto como pudo, cerrando la puerta tras de sí. Dejando el lugar en un sumo silencio.
Cuando estuvo consciente de que nadie lo molestaría de nuevo en un tiempo determinado, dirigió sus pasos lentos hasta portarse en frente del mapa, observando con la poca iluminación los lugares marcados, se dio la media vuelta, tomando una pluma de entre el tintero, se volteó hacia el pergamino tostado, quitó el mapa de la pared para postrarlo en el escritorio de caoba oscura, y comenzó a dibujar sobre él. Tomó una pequeña vela de color negro y dejó caer los restos derretidos por el fuego encima, con cuidado, acomodó su anillo sobre el material.
Al retirarse, un sello de un escudo con un lobo tomando entre sus fauces un corazón era presente, y abajo, una cruz de tinta, allá, por las tierras del este.
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Zaniah Neshmet
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Post by Zaniah Neshmet on Jul 6, 2017 0:19:56 GMT
―Mira un poco hacia arriba, ¿Ves algo? ―Una pequeña niña estaba colgada sobre unas piedras sueltas de la celda, intentando asomarse lo más que pudo hacia la enorme puerta de madera, los demás la observaban en silencio, incluso el anciano en la esquina permanecía inerte, tan solo mirando con la boca cerrada.
―No hay nadie ―Dijo al fin la pequeña en un susurro, los demás la bajaron, ignorando la tensión que las cadenas hacían sobre su piel, posando los pies delicados y sucios sobre el suelo. La niña se arrastró hacia la mujer de cabellos negros con una gran sonrisa en el rostro, de esas que ya no se veían en tan oscuro lugar. ―Layla, se fueron.
Layla soltó un suspiro de alivio mientras observaba a la mujer a su lado, sumida en sus propios pensamientos, su rostro seguía escondido entre sus pequeños brazos llenos de pequeñas machitas anaranjadas, Layla la miró por unos segundos, para luego disponerse a acariciar con delicadeza el cabello de la niña.
―¿Cómo es que alguien tan buena como tú, terminó en un lugar así? ―El susurro casi perceptible de Zaniah hicieron que Layla tuviera que acercarse para oír mejor.
La mujer de cabellos carbón se quedó un momento en silencio, pensando, y luego una pequeña sonrisa apagada se formó en su rostro. ―Yo era maestra en un pequeño orfanato de la ciudad ―La mujer se recargó en la roca, acomodando a la niña en su regazo, acariciando los dorados cabellos entre sus dedos. ―Me encargaba de enseñar a leer, a escribir… pero yo quería más, quería que los niños salieran con grandes expectativas de la escuela, a ver el mundo con otros ojos ―Zaniah levantó la mirad, despegándola de la pared para ponerle más atención ―Así que comencé a enseñarles ciencia, astronomía, en cuanto los padres se dieron cuenta, llamaron a las autoridades, y aquí me ves…
Zaniah frunció el ceño, sin entender qué había de malo en eso.
―¿Y ella?
Layla miró a la niña con una mirada tan calmada, que parecía que en algún momento iba a romper en llanto. La pequeña dormía plácidamente, ignorando el mundo a su alrededor.
―Era mi mejor alumna, se llama Mía, a diferencia de los otros niños, ella sí tenía padres, eran granjeros, pero siempre se las ingeniaba para entrar a mis clases ―Layla pasó sus dedos por el cabello hasta tomar un mechón y alzarlo lo más que pudo, hasta que dejó caerlo ―Cuando sus padres se dieron cuenta de que la niña hablaba de ciencia tan fácil como cualquier sacerdote, los granjeros la aborrecieron como si de un animal con rabia se tratase…
Layla agitó la cabeza, pasando la palma de su mano por sus ojos.
―Pero… ¿Por qué?
―Por la misma razón por la que tú estás aquí. ―Zaniah la miró a través de su cabello sucio ―Nos culpan de lo mismo, pero de maneras diferentes. Una mujer campesina no puede ser tan inteligente como un sacerdote o príncipe, o no puede tener un tono distinto de piel o cabello, porque ya somos algo diferente… ―Layla miró hacia la ventana ―Tan solo mírame, la raza humana pelea contra los arcanos por motivos de peligro, y yo, que soy humana estoy aquí, entonces, ¿Cuál es el sentido de todo esto?
Zaniah pegó su frente a la pared, intentando mover sus piernas en una posición en las que cubrieran su cuerpo, tan solo cubierto por una manta rota y sucia.
―Somos brujas, después de todo, ¿No es así? ―Layla sonrió de una manera en la que sus lágrimas fueran un poco menos perceptibles, aunque éstas dejaban una clara marca limpia entre tanta suciedad de su rostro.
Ambas se quedaron en silencio por unos largos minutos, mirando hacia ningún lado, hasta que después de tanto sosiego, la voz de Layla volvió a escucharse.
―Y tú, ¿Cómo es que llegaste aquí? Sabiendo los peligros que podías correr.
―No lo sabía.
―¿No lo sabías?
―Estaba tan encerrada en una burbuja tan lejos de todo, que no sabía nada. Dije cosas que no quería decir, vi cosas que no debí ver, y al final, aquí me tienes. ―La voz de Zaniah jamás se había escuchado tan fuerte desde el momento que había llegado ahí.
Layla se quedó en silencio, mirando a la pelirroja por un largo rato, sin atreverse a traspasar la línea invisible que ella misma había impuesto para no atacar su espacio personal.
―Al menos es mejor saber que estás en la oscuridad, a vivir toda tu vida en las sombras, sin saber que estás ahí. ―Layla acomodó una mano en el suelo, haciendo que la atención de Zaniah volviera a ponerse en ella ―Es una manera drástica de saber que esta es la realidad, pero, si alguna vez, llegas a sentir otras cosas más allá que el dolor y la crueldad, te aseguro que será la experiencia más maravillosa de todas.
La arcana la miró a los ojos, sabiendo que todo lo que decía, era con el corazón. Pero era difícil de creer, había salido de una prisión para entrar a otra, y no sabía en realidad, si había una salida.
Pasaron los días, las noches, atardeceres y amaneceres los cuales no podían ser apreciados a simple vista, pero con las palabras de Layla fueron suficientes para que Zaniah pudiera imaginárselo. Layla comenzó a explicarle a la arcana acerca de sus conocimientos que daba en la escuela, mientras Mía completaba algunas palabras que a la mujer de cabellos negros se le pasaban de largo. Zaniah escuchaba con toda la atención del mundo, alimentándose de esos pequeños dejos de alegría que alguna vez, todas estas personas llegaron a contemplar en algún momento de sus vidas.
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Zaniah Neshmet
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Post by Zaniah Neshmet on Jul 6, 2017 1:21:55 GMT
El humo negro saliendo de lo que eran las pobres casas de paja, la madera crujiendo bajo los pies de los que se pasaban, el olor a carne quemada. Era uno de los pocos placeres que la nariz de Mstislav podía decir de manera orgullosa, disfrutar. Aquellos días en las tierras del este habían sido todo un éxito, y como lo predijo, muchos de los campesinos habían tenido las agallas suficientes como para creer que alguien se podía ocultar de los ojos de su rey, nadie podía, nadie debía, nadie escapaba.
Pero su cuerpo al fin estaba en casa, disfrutando de una buena dosis de vino rojo, haciéndole recordar la sangre que su espada era capaz de aguantar. El rey estaba feliz, pues todo se había hecho a la medida.
―A este paso, no quedarán arcanos que se atrevan a esconderse ―Mstislav hablaba tras su escritorio, con ambas manos llenas de joyas sobre el mapa marcado de rojo, volviendo a la oscuridad de su habitación. Un muchacho, de toga tan larga que incluso llegaba al suelo, de color morado oscuro, lo miraba con las manos en la espalda, el brillo de sus lentes reflejó el fuego de la chimenea siempre encendida cuando su amo estaba . El muchacho lo miraba con seriedad y el rostro infalible, sin mostrar mueca alguna de desagrado o admiración por lo que su rey se atrevía a decir.
El hombre de cabellos café oscuro se levantó de su asiento, guardando con suma delicadeza el mapa de nuevo en su lugar.
―Su padre estaría muy orgulloso ―Comentó el otro sirviente, aquel de toga azul marino que siempre seguía a Mstislav a todas partes como perro faldero. Mstislav se giró sobre sus talones, encajando su vista azul claro en la suya, y con una fina línea sobre sus labios, tan solo, volvió a darle la espalda.
―Lo estaría ―Mstislav volteó hacia un lado, observando el frívolo cuadro de su padre; Un hombre de cabellos tan blancos por la edad, con los ojos azul mar, con las mismas ropas que su hijo, pero con una mirada mucho más melancólica, ¿Sería que demasiadas cosas pesaron en su corazón? ¿O simplemente era por la vejez? Eso era algo que el rey ignoraba por completo, incluso después de su muerte.
Mstislav acarició el terciopelo del sillón, y una pequeña sonrisa se hizo sobre sus labios. Nunca había estado más feliz de estar en casa, a pesar de haber tenido una guerra exitosa durante días. Hizo ademán al otro sirviente, aquel de anteojos que se marchara con un gesto rudo de su mano, el muchacho lo miró, poniendo una mano sobre su pecho, dio una reverencia y se retiró lo más rápido que pudo, dejando solo a su compañero.
―¿Has cuidado a mi rosa en mi ausencia como te dije? ―Se escuchó la voz ronca del rey, mientras le daba la espalda a su subyugado.
―Si, su majestad, como ordenó, nadie la ha tocado en su ausencia, está a su total disposición.
El hombre sonrió, desprendiendo su brillante corona de oro de su frente, y la dejó con sumo cuidado en un cojín de terciopelo rojo. Acomodó su capa, y se dispuso a caminar.
“Rápido hermana, rápido, quiero que veas algo” Una niña de cabellos color almendra y ojos dorados jaloneaba a una pequeña de cabellos rojizos y mirada azulada. Las dos niñas corrían por un pasillo del mismo color que los ojos de la mayor, de oro puro.
“Espérate, Kió, no puedo ir tan rápido como tú” Se quejó la pequeña, intentando aumentar la velocidad a pesar de sus pequeñas piernas.
Siguieron dando vueltas y vueltas por los largos pasillos brillantes, esquivando grandes hombres y mujeres con togas oscuras y miradas curiosas, y uno que otro regaño por parte de los maestros. Bajaron unas escaleras enormes para sus pequeños pies, cruzaron un precioso jardín de colores, hasta que llegaron a una calle hecha de adoquines de cristales de distintos colores, lo que daba la impresión de que estuvieras volando en el espacio.
La niña apuntó con su dedo al frente, “¡Ahí, Zaniah, ahí!” Gritó mientras pegaba pequeños brinquitos.
Pronto, los tambores comenzaron a retumbar, y las trompetas siguieron su encanto con melodías fuertes, pero hermosas, y frente a ambas pequeñas, un desfile se hizo presente. Banderas de diferentes colores se elevaron, y uniformes dorados con blanco se mostraron ante ellas.
“¿No es hermoso?” Kió la miró con una sonrisa expectante ante lo que dijera su hermana.
“¿A dónde van?” Se limitó a preguntar Zaniah.
“¿Qué a dónde van? ¡¿Pues dónde has estado hermanita?!” La muchachita dio unos coscorrones a la cabeza de su hermana, soltando una carcajada. “Son los mosqueteros de la corte real” Contestó al fin Kió, observando con ojos brillantes a los hombres con largas espadas, y uniformes preciosos, llenos de detalles únicos. “Protegen tanto a nosotros, como a las otras especies del mundo, y un día, voy a ser uno de ellos”
“¿Por qué querrías ser uno de ellos, Kió? Parecen aburridos, mírales las caras”
Kió soltó una risa tan fuerte que algunos de los que iban pasando las voltearon a ver.
“Porque quiero proteger, hermana, quiero saber que tengo las fuerzas suficientes para qué pelear, quiero saber que puedo tomar la mano de alguien que me necesite” Kió volteó a ver a su hermana, “¿Tu ya has pensado lo que quieres ser? Recuerda que dentro de poco, tendrás que escoger tú también”
“No lo sé, no soy buena para muchas cosas”
“No digas eso, solo tienes que encontrar eso que encienda la llama en ti” Kió tomó la mano moteada de su hermana y la miró con una gran sonrisa. “Ahora vamos a ver más de cerca, creo que al final de todo el recorrido hacen una pequeña feria para celebrar”
Los ojos de Zaniah se abrieron de par en par, y frunció el ceño, con un gesto de dolor al saber que había dormido demasiado tiempo en la misma posición, aunque no es como que le quedara de otra. Soltó un quejido, moviendo su cuello de un lado a otro, al voltear, observó a Layla, durmiendo plácidamente a su lado, con Mía en su regazo, cubriéndose del frío con sus propias ropas. Los ojos bicolor observaron a la niña, y su cabello dorado le recordó a los ojos de Kió.
“¿Tu ya has pensado lo que quieres ser?”
Resonó en su cabeza.
¿Acaso había algo que escoger ahora?
El crujir del metal de las bisagras deterioraron el delicioso silencio de la noche, Layla abrió los ojos al instante, y Zaniah se guió por sus expresiones para saber qué es lo que estaba pasando, ya que, en la posición en la que estaba, le era imposible ver hacia la puerta.
Layla escondió a la niña tras de sí, dirigiendo una mirada atemorizante.
Varios pasos se acercaron detrás de la arconte, mientras sentía el frío hierro de sus cadenas desprenderse, los brazos de la mujer cayeron a cada lado de su cuerpo, siendo presas de tanto entumecimiento por las ataduras. La mujer respiró de manera agitada, pues no sabía si aquello era una buena o mala señal. Posiblemente era lo segundo.
Unas poderosas manos enguantadas la tomaron de los brazos, comenzándola a arrastrar hacia atrás.
Layla miró a Zaniah con un aspecto terrorífico, con el corazón apretado y las lágrimas en sus ojos, no se atrevió a decir nada, por miedo a que pudieran herir a Mía en caso de que abriera la boca. La arcana le regresó la mirada, con el mismo aspecto de miedo en su cara, pero tampoco se atrevió a soltar una sola palabra, tan solo sintió sus pies chocar contra las rocas, y su mirada cegada por las velas del pasillo de las mazmorras.
Pronto, la puerta se cerró, dejando un espacio vacío entre todos prisioneros.
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Zaniah Neshmet
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Post by Zaniah Neshmet on Jul 16, 2017 2:13:37 GMT
Cuando Zaniah volvió a estar dentro de sus cinco sentidos, la penumbra fue parte de su campo de visión, tan solo pudo diferenciar algunos peldaños y un poco de luz proveniente del pasillo por debajo de la puerta de madera, no había ventanas, ni siquiera algún agujero donde entrara luz natural. Intentó moverse, solo para darse cuenta de que unas cadenas la ataban contra la pared de sus muñecas, exactamente la misma posición que en la otra celda. La única diferencia es que ahora no había ninguna Layla o Mía alrededor, tan solo una fría y oscura soledad.
El cuerpo de la arcana no pudo evitar ponerse a temblar, aunque no sabía exactamente el porqué, tenía miedo, aunque no hubiera nadie alrededor, ¿Qué significaba todo esto? ¿Qué estaba pasando? Ni siquiera podía ver con exactitud la celda, pues el campo de visión se le cortaba por estar tan cerca de la pared, Zaniah decidió recargar su frente en la piedra, sintiendo un poco el frío cuerpo áspero para calmarse un poco, cerró los ojos, esperando a que sus piernas dejaran de sacudirse debido al miedo.
La puerta se abrió, y la arconte giró su cabeza bruscamente a la entrada, a pesar de lo molesta que llegaba a ser la luz para sus ojos, una figura de casi del tamaño de la gran puerta de madera se hizo presente, Zaniah se quedó quieta, como una presa que intenta parecer muerta para que la criatura no se alimente con sus entrañas frescas. Pero eso no servía de nada si el cazador estaba realmente hambriento.
Pronto, la habitación fue acariciada por la luz de una antorcha, la cual acomodaron en una esquina de ésta antes de cerrar la puerta, dejando a las dos sombras completamente a solas. La luz de la antorcha dejó ver un rostro que Zaniah reconocía de algún lado, y que llenaba su corazón de un miedo inigualable.
Mstislav tenía la piel tan pálida como un vástago encerrado en los rincones más oscuros de un ataúd, su cabello castaño cubría algunas partes de su rostro sin la corona, los cuales, al final se ataban en una pequeña coleta, llegándole a los hombros, sus labios pálidos estaban adornados por una pequeña barba en su mentón, tenía el rostro afilado, fuerte, y varonil, terminando con unos fríos e implacables ojos azul pálido, casi blancos. Era alto, de hombros anchos y pecho ensanchado, llevaba una toga color azul pálido, la cual le llegaba hasta los muslos, atados a su cintura con un cinturón de cuero café, debajo, llevaba una camisa apretada color verde con rayados oscuros, mallas color azul oscuro y zapatos negros, todo aquello, cubierto por una capa negra, la cual colgaba de su hombro y sostenía con su brazo derecho, ambas manos enguantadas con cuero negro.
Zaniah lo miró desde abajo, mientras el hombre se iba acercando poco a poco, su mirada, a pesar de la oscuridad que los rodeaba, brillaba con intensidad. Mstislav caminó con paso lento, pasando su mano enguantada por el rojizo cabello de la mujer. Ésta tuvo un terrible escalofrío.
―Los sacerdotes dicen que las brujas tomaron el fuego del infierno para teñir sus cabellos, y así poner en custodia todo lo que pensamos, para atraernos, para jugar con nuestras mentes ―Zaniah no lo miraba, siguió con su vista al suelo. El hombre dio algunos pasos a su alrededor hasta que se situó a su lado, y, poniéndose en cuclillas, tomó su rostro, obligándola a mirarlo. ―Pero ambos sabemos que esas no son más que mentiras.
Los ojos de la arconte brillaban bajo la luz de la lámpara, de un color amarillo pálido, casi apagado y un azul oscuro, plagado de sentimientos tan deliciosos; Miedo, ira, confusión… Mstislav sonrió, pasando el pulgar contra su ceja pelirroja izquierda, encima del ojo opaco. La mujer quitó su rostro de entre las manos del hombre, con un gesto de terror y asco al mismo tiempo. Mstislav soltó una pequeña sonrisa.
―¿Sabes por qué estás aquí? ―Mstislav se puso de pie, observando la puerta de madera. Zaniah miró hacia un lado, sin contestar.―Por el miedo ―Contestó a su propia pregunta caminando por toda la celda, era un espacio grande ―El miedo del ser humano a lo desconocido es tan insoportable que prefieren lanzar su ira en lo primero que tengan en frente, ven algo que no logran comprender con sus pequeños cerebros y lo primero que hacen es querer destruirlo ―Mstislav se acercó a una silla de fierro al lado de una mesa llena de artefactos escondidos bajo el manto de la oscuridad, tomó su capa con cuidado y se sentó con sumo cuidado, intentando no ensuciarse de más.
―Es un desperdicio ―Dijo con la voz apagada mientras se recargaba en la silla ―Pues las mentes brillantes pueden servir para tantas cosas a nuestro favor ―”Y una mente brillante, posee un alma débil, las cuales se pueden controlar” Pensó mientras acariciaba con sus dedos tras sus guantes de cuero algunas piezas de metal en la bandeja. Zaniah apretó los puños llena de ira, pensando en las personas a solo unos metros de su celda, siendo retiradas de la luz del sol, solo por mero capricho de las masas, ¿Y el rey, el gobernante se atrevía a decir tales palabras?
―¿Entonces por qué su gente es esclavizada? ―La voz de la mujer tembló ante las paredes de piedra, y se mordió la lengua al instante de haber hecho esa pregunta.
La blanca sonrisa del Rey se hizo presente entre la oscuridad ―Vaya, por un momento pensé que eras muda, ¿He tocado alguna herida? ―Mstislav comenzó a quitarse la capa, para más comodidad, y se puso de pie, satisfecho, con algo entre las manos. Zaniah cerró los ojos y apretó los labios, otra vez la lengua le ganaba a la razón, pero se mantuvo en el silencio de nuevo, para evitar complacencia alguna hacia él.
―¿Te has quedado muda de nuevo? ―Mstislav acomodó su mano en su barbilla, acariciando su barba ―Déjame entonces responder a tu pregunta ―De sus manos se resbaló una soga envuelta en cuero de color marrón, como una serpiente venenosa y hambrienta de sangre. A pesar de que el chasquido de la punta fue nulo, en una celda tan encerrada, hasta el desprendimiento de una piedra pequeña podría escucharse con claridad. ―Verás, mi Rosa, mi poder como Rey me permite hacer muchas cosas, cargada de responsabilidades, y una de ellas es alimentar los deseos de las masas, y si su deseo de tortura me trae su control, entonces lo haré con mucho gusto.
Zaniah no pudo saber lo que estaba pasando hasta que el dolor se expandió por toda su espalda al primer contacto con el cuero, soltó un grito mientras sus manos se movieron por si solas, queriendo separar los grilletes de la pared. Una línea diagonal de color carmesí se hizo presente, abriendo las paredes de la carne de par en par.
―Además, no eres cualquier cosa, ¿O sí? ―La voz de Mstistav solo fue cortada por el sonido del látigo contra la piel pálida, Zaniah soltó otro grito mientras apretaba los puños con fuerza, pero el hombre no se detuvo, y golpe tras golpe, escuchaba los gemidos de dolor de la arconte, como si éstos lo alimentaran para seguir con su deber, uno más fuerte que el otro. Pronto las palabras del rey solo fueron susurros entre tanto dolor que la arcana estaba sintiendo.
Pasaron algunos minutos hasta que Mstislav se detuvo, minutos interminables, agobiantes, y horribles; el cuerpo de Zaniah temblaba, y solo las cadenas atadas a sus muñecas la sostenían para que ésta no cayera al suelo por completo. Y pronto, la espalda a penas regenerada de la mujer, fue presa del color rojizo de la sangre y las paredes de carne desprendiéndose de su cuerpo, el ardor se extendió hasta la punta de sus pies, los sollozos adornaron la habitación, y las lágrimas fueron el punto de quiebre que el cuerpo de la arconte fue capaz de soportar. Aguantó la respiración, intentando esconder su rostro entre las rocas, para que Mstislav no pudiera verla sufrir, pero era imposible, pues ella misma pegaba pequeños saltos debido al temblor, por el dolor y el miedo.
Mstislav peinó su cabello hacia atrás, mientras limpiaba algunas gotitas de sudor de su frente, y soltando un fuerte resoplido debido al cansancio, dejó el látigo ensangrentado en su lugar, al lado de otros instrumentos de tortura, que por supuesto no pensaba dejar sin usar. Tomó un instrumento más, el cual se asemejaba a unas garras de algún animal salvaje, solo que aquellas estaban hechas de hierro puro, se acercó unos pasos hasta la mujer, quien aún mantenía su rostro escondido entre la pared y sus brazos, el hombre se puso en cuclillas, con el rostro serio.
―¿Ya he respondido a tu pregunta? ―El hombre pasó las garras de metal bajo el mentón de la mujer, obligándola a levantar el rostro, para que lo mirara, esperando a ver los ojos hinchados por las lágrimas y la boca tambaleante. ―Déjame darte un consejo, tú no puedes hablar por ellos, pequeña, no puedes intentar defender a esas personas detrás de las otras celdas, cuando se enteren de lo que eres en realidad, dejarán de lado toda lástima que hayan sentido por ti, no importa cuánto sufrimiento hayas pasado ―Mstislav se acercó a su rostro, clavando sus ojos azul pálido a los de ella. ―¿Crees que no sé lo que eres? ¿Crees que no puedo distinguir a un arcano de un humano cuando lo veo?
Mstislav pasó el artefacto por el pecho de la arcana, dejando unas finas líneas de color rojizo ―Cuando aprendas eso, mi Rosa, entonces podré hacer tu estadía menos miserable… ―El hombre se acercó a ella cada vez más, mientras la mujer se quedaba completamente congelada, sin saber qué hacer. Fue entonces, cuando por obra de algún milagro, la puerta se abrió de pronto, haciendo que Mstislav se alejara del rostro de Zaniah, quien, al fin pudo respirar.
―¡Mi Señor! ―El guardia lo miró sin importarle lo que hiciera con la prisionera ―Nos acaba de llegar un mensaje de las tierras del este.
Mstislav frunció el ceño, y poniéndose de pie, se acercó a su capa negra, dejando el artefacto al lado del látigo, se acomodó la prenda con cautela, mientras pensaba, ¿Qué podría pasar? Hace tan solo algunas horas había vuelto de una victoria justamente por allá.
―Es Iggnar, su majestad ―El guardia se quedó parado en su lugar, esperando a que su rey se apurara con palabras adornadas de preocupación ―Uno de nuestros mensajeros volvió hace unos minutos, trae quemaduras por todo el cuerpo, arriba lo están atendiendo para que nos de detalles de lo sucedido.
Mstislav se dio la media vuelta, ondeando la capa negra con el rostro impasible, aunque con los pensamientos revueltos, con paso rápido, avanzó a la entrada, sin dedicarle una sola mirada hacia la mujer.
―Su majestad, ¿Regresamos a la prisionera a su celda? ―Dijo el cuidador de las mazmorras, quien se levantó de su silla en cuanto vio a su señor pasar.
―No ―Contestó Mstislav mientras acomodaba algunos mechones fuera de su peinado ―Déjenla allí hasta nueva orden, y nada de agua o comida, ¿Entendido? ―Dicho esto, el rey se dio la media vuelta, caminando por el pasillo estrecho, siendo seguido por el guardia.
Mientras caminaban, el hombre de ojos azul claro acomodaba el cuello de la camisa, menudo calor infernal que hacía allí abajo.
―Ahora me va a decir, qué es lo que está sucediendo, capitán.
―Lo último que pude escuchar de sus balbuceos fue que una bola de fuego entró a los dominios del Rey Iggnar, y que estaba asesinando a todos en su camino. Su majestad, ¿Cree que se trate de algún arcano?
―Eso es lo que vamos a averiguar ―Dijo Mstislav, para no prender la llama del miedo en el capitán, pero incluso a miles de kilómetros, las palabras del capitán apestaban a arcano en todos lados, Mstislav apretó los dientes, y dio la media vuelta, directo hacia las escaleras, listo para subir hacia el castillo.
La enfermería era un lugar tan deprimente como las mazmorras, y los utensilios de curar no eran muy diferentes a los de tortura, Mstislav llegó hasta una cama hecha de madera y sábanas, las cuales se tiñeron de color rojo por la sangre de las heridas del soldado. En cuanto el hombre de cabellos castaños y corona reluciente se acercó, todos los médicos se hicieron a un lado, con una reverencia, dejando ver al mensajero. El muchacho de no más de veinte años de edad, soltaba pequeños quejidos por cada palabra que decía.
―Dile a tu Rey que ha sucedido, muchacho ―El capitán habló.
El muchacho, con la mitad del rostro desfigurado por el fuego, abrió la boca, moviendo su mano hacia arriba ―Fuego, fuego por todos lados, y un hombre en medio de todos, cubierto por una gran luz azulada, nunca había visto un fuego igual, ¿Es acaso un castigo de los dioses?
―¿Qué más pasó? ―Vociferó el capitán, mientras Mstislav escuchaba todo en silencio.
―Todos murieron a su toque, nadie a mi alrededor sobrevivió, alcancé a salir por una ventana, y escalé hasta que pude tomar mi caballo y regresar.
―¿Viste el rostro del culpable? ¿Traía algo en las manos?
―Solo pude ver sus ojos… ―Susurró el muchacho ―Ojos llenos de ira y dolor en iguales proporciones, pero no portaba nada en sus manos, pues su cuerpo era el arma perfecta… ―Al decir esto, el muchacho cayó en la inconciencia, y los médicos se acercaron para tratarlo, pues ya había dado demasiado de sí.
Mstislav giró sobre sus talones, y saliendo de la enfermería, caminó por los pasillos de su palacio, con la mirada hacia el frente, tras de él, salió el guardia, intentando seguirle el paso.
―Capitán
―¿Si, su majestad?
―Preparen los caballos, y la infantería ―Mstislav se giró hasta llegar a una puerta ―Nos vamos ahora mismo.
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Zaniah Neshmet
Los Invictos
Vive como si tu libertad dependiera de ello
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Post by Zaniah Neshmet on Jul 27, 2017 19:44:47 GMT
Este dolor…
¿Por qué era tan familiar?
Las blancas botas caminaban con desdén por el suelo finamente pulido y dorado, las miradas se centraban sobre la mujer en medio de la oscura habitación, donde a penas y la luz de el candil alcanzaba a alumbrar todos los rostros de los hombres sentados en la extensa mesa de madera.
―¡Inaudito! ―Vociferó un hombre en una esquina de la mesa mientras golpeaba con desdén la mesa en la que se encontraba ―¡Completamente inaudito!
Los otros hombres de largas togas lo miraban en un silencio estremecedor, fue entonces cuando otro de los hombres se puso de pie, con un gesto un poco más calmado.
―Este tipo de situaciones requieren medidas severas… ―Prosiguió un hombre de aspecto viejo, con una gran barba larga y bigote perfectamente cuidados y limpios.
Los hombres a su alrededor comenzaron a discutir entre ellos, haciendo que el eco de sus palabras llenara la habitación, demasiados susurros, demasiados castigos, demasiada… tensión.
Un hombre en medio de toda la mesa se puso de pie, en completo silencio, haciendo que los de su alrededor se callaran de una buena vez, y lo miraron.
―Sabemos lo difíciles que pueden llegar a ser este tipo de situaciones, pero no por eso nos vamos a tener que pelear entre todos, caballeros. Así que, por favor, tomen asiento y esperen el veredicto. ―Los maestros hicieron una pequeña reverencia y absolutamente todos guardaron silencio. La mujer en medio de ellos se frotaba las manos, nerviosa, aunque no intentara decir nada, al menos por ahora.
―Zaniah… ―La voz gruesa hizo que la mujer levantara la mirada de pronto, sus ojos azules reflejaban miedo, y su boca temblaba, aunque intentara por todos los medios pararla de una buena vez. El hombre de en medio, portaba una túnica de color morado con pequeñas facciones doradas y plateadas, un símbolo de una Luna y un Sol tan solo divididos por una estrella reposaba en su pecho con orgullo. ―No es la primera vez que estas cosas suceden en nuestra corte, pero intentamos por todos los medios que no sucedan a menudo… ¿Sabes acaso para que sirve la corte a la que pertenecemos?
Zaniah se quedó en silencio por algunos segundos, esperando a que el hombre contestara a su propia pregunta, pero cuando no sucedió nada, supuso que la pregunta era directamente para ella.
―Para… proteger y guiar…
―Para proteger y guiar, exactamente, ese es nuestro trabajo después de todo, ¿No es así? Las personas necesitan nuestra protección, sin importar qué tan difícil sea o qué tanto nos lleve.
―Dime una cosa Zaniah, ¿Qué debiste estar haciendo en la misión que se te encomendó? ―Un hombre del lado izquierdo del de en medio decidió tomar palabra.
―Vigilar… ―Contestó la mujer en un tono bajo mientras miraba hacia abajo.
―Exactamente ―El hombre acomodó sus manos en la mesa, entrelazando los dedos ―Debiste estar en tu puesto, esperando a que ningún enemigo cruzara esa frontera sin que se avisara del peligro.
―¡Pero…!
―¿Pero? ―El hombre levantó la voz, golpeando con furia la mesa, haciendo que algunos adornos que se encontraban cerca, se cayeran. ―¡Tu impertinencia nos costó daños a cinco estructuras de vigilancia, tres heridos, e incluso uno de los maestros está herido de gravedad por salvarte el pellejo! ―El hombre apuntó con su dedo índice la silla vacía que faltaba en el consejo, todos los hombres dirigieron su mirada a la silla.
―¡Sabíamos que no debíamos de confiar en ti! ―Zaniah agachaba la mirada con los párpados caídos y la boca apretada, sus pequeñas orejas de pluma blanca se bajaron de tal manera que incluso podían rozar sus hombros delgados cubiertos por una tela blanca hasta el cuello, terminando en unas mangas apretadas hasta el dorso de la mano, cubriendo los tatuajes que se le habían impuesto hace algunos años. La arconte sufría de una impotencia atascada en el pecho y en su lengua. ―Sabía que debíamos mandar a cualquiera de sus cinco hermanos, pero Bías siempre te tiene demasiada fe, ¿Y eso como lo ha dejado? ¡En una cama con una enorme herida en la cabeza! ¡Error tras error!
―¿Y eso es todo?
El hombre se calló al instante, con ojos inmersos en ira hacia la mujer que había pronunciado esas palabras, Zaniah levantó el rostro, dejando que sus ojos azules fueran los que brillaran con fiereza en la oscuridad.
―¿Qué dijiste? ―La voz del hombre se tornó ronca, y molesta, esperando a que la mujercita simplemente se retractara de sus palabras y tomara el regaño como es debido.
―¿Eso es todo? ―Se atrevió a repetir Zaniah ―¿Unas cuantas estructuras valen la vida de sus propios hombres? ―La mujer dio un paso adelante, levantando sus orejas de una manera agresiva ―¿Eso es lo que valen nuestros guerreros para ustedes? ¡Nuestra gente es mucho más importante que su estúpido consejo y sus tesoros, y eso Bías lo sabía! ―El hombre le dirigía una mirada tan cortante, que si sus ojos fueran espadas, de seguro ya la habrían atacado, todos los hombres guardaban silencio.
―Eran reliquias de la orden desde hace años.
―¡Y ellos soldados desde hace años! ―Gritó la mujer. ―¡Hombres y mujeres que hacen más cosas que ustedes, aquí sentados, esperando a que todos nos ensuciemos las manos para mantener sus pisos y ropas limpias! ¡¿Qué tipo de líderes son, los que envían a su muerte a…
―¡Ya basta! ―El hombre de en medio se levantó de su asiento, su grito ronco hizo que el porte tan fuerte que la mujer tenía hace solo algunos segundos, decayera de pronto, volviendo a ser una pequeña mujer sumisa y temerosa. Arrastró la silla hacia atrás, caminando con lentitud, rodeando la mesa donde sus compañeros se encontraban ―Hacemos lo que tenemos que hacer, por el bien de nuestra corte ―El anciano comenzó a avanzar hacia Zaniah, envolviéndola con su sombra, la mujer se encogió de hombros y palideció ante el encuentro y la imponencia que el hombre portaba.
―No podemos pasar por alto este tipo de descaros ante nuestra corte ―El anciano levantó la mano hasta posarla sobre la mujer, cubriendo la mitad de su rostro con su mano. Zaniah se quedó quieta, sumamente quieta, con los ojos muy abiertos y el cuerpo dormido. ―Damos la aniquilación merecida a los enemigos y los castigos justos a nuestra gente. Espero que, con esto, sepas cuál es tu lugar aquí, Neshmet.
El hombre comenzó a aplastar con cuidado el rostro de la mujer, a pesar del trance en el que se encontraba, lo único que se podía reflejar en su rostro era terror y dolor. Pequeños hilillos de sangre comenzaron a resbalar por su mejilla, manchando ligeramente los dedos del hombre. La mujer apretó los dientes, mientras del otro lado, las gotas de lágrimas se derramaban por su piel, cuando el hombre apretó con fuerza, la mujer comenzó a gritar, soltando alaridos agudos, haciendo retumbar todo su cuerpo, intentando sacar el dolor por sus labios.
Los gritos quedaron en la distancia cuando Zaniah abrió los ojos de par en par, mientras algunas gotas de sudor pasaron por su frente. Cuando observó el frío piso de piedra y paja, se dio cuenta de que aquello solo había sido un sueño, un recuerdo en forma de sueño. La arcana frunció el ceño al sentir un terrible dolor en su ojo derecho, soltó un sollozo mientras juntaba su frente a la piedra, esperando a que pasara, respiró profundo.
Cuando intentó incorporase un poco, pellizco de la sangre seca y las heridas abiertas detuvieron su paso, Zaniah apretó la mandíbula, haciendo temblar sus piernas, intentó despegarse de la pared para poder acostarse, pero las cadenas cortas impedían cualquier movimiento. Soltó un suspiro, ¿En verdad se merecía ese dolor? ¿Tanto sufrimiento por algunos minutos de libertad? ¿Acaso algún día, podría llegar a vivir de verdad?
No lo sabía…
La puerta de pronto se abrió, haciendo que Zaniah se encogiera de hombros, escondiendo su rostro. No, por favor, no otra vez.
Se escucharon unos pasos rápidos, y el sonido del metal contra sus muñecas asustaron de sobremanera a la arconte, hasta que estas cayeron al suelo, Zaniah observó con detenimiento sus manos, postradas en la piedra, ¿Qué estaba pasando? Levantó la mirada, donde un hombre la miraba desde arriba, este tan solo dejó un plato con un pedazo de pan y un vaso de agua.
―Por órdenes del sacerdote ―Zaniah no podía comprender del todo qué es lo que estaba sucediendo, ¿Acaso estaba soñando? ―Te recomiendo que mantengas la boca cerrada, si el rey se entera nos matará a los dos, ¿Entendiste?
Zaniah asintió con la cabeza, tomando con manos temblorosas el pan algo duro.
―Vendré en un rato a atarte de nuevo, come rápido. ―Dicho esto, el hombre se dio la media vuelta, ignorando todo lo que la mujer podría o no decir, y cerró la puerta, dejándola en un sumo silencio.
La mujer estiró sus brazos hacia adelante y hacia atrás, sintiendo una deliciosa tensión en sus músculos, ignorando por completo la carne abierta, comenzó a comer, dando mordiscos rápidos, uno tras otro hasta que se terminó el pan lo más rápido que pudo, tomó con dedos débiles pero ansiosos el vaso de agua y la frescura rozó sus labios agrietados. Cuando se terminó hasta la última gota, soltó un suspiro de alivio, observando la puerta. ¿El sacerdote? Zaniah agachó la mirada, estirando las piernas para desentumirlas, por al menos algunos minutos.
¿Quién era? ¿Por qué haría eso?
Zaniah optó por no pensar demasiado en eso, y simplemente se acostó de lado, cerrando los ojos, disfrutando la oscuridad y soledad en la que se encontraba. Con el corazón vacío, y los pensamientos lejanos.
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Zaniah Neshmet
Los Invictos
Vive como si tu libertad dependiera de ello
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Post by Zaniah Neshmet on Aug 10, 2017 1:49:43 GMT
Pasaron las semanas, aquellas en las que Zaniah recibía una porción mucho más grande de comida mientras Mstislav se encontraba fuera, la soledad era en cierto modo reconfortante, aún si estaba atada contra la pared, se sentía mucho mejor mientras no recibiera los azotes. A pesar de aquello... Zaniah tuvo una punzada en el pecho, pensó en los humanos a su lado, aquellos que habían sido amables con ella, Layla, Mía… ¿Estarían bien? ¿Se preocuparían por ella? Pensó en lo que Mstislav le había dicho, si Layla se enteraba de lo que era… ¿Seguiría siendo amable con ella? Zaniah recargó la frente en la pared, como todos los días, sumiéndose en sus pensamientos, los únicos que no podían llegar a ser atados por cadenas.
Lo único libre de ella…
La puerta se abrió, haciendo que Zaniah nunca supiera lo que cruzaría de ella, levantó la mirada, escondiendo la mitad del rostro tras su brazo. Una toga de color morado oscuro fue presente, bajo las luces de las antorchas.
―Solo será un momento ―Una voz joven resonó entre las paredes, después de algunos murmullos del guardia detrás. ―No pienso tardarme lo suficiente para darte problemas, todo estará bien ―Zaniah no alcanzaba a ver bien de quien se trataba, pues al estar acostumbrada a tanta oscuridad, entorpecían la vista de la arconte.
Las pisadas se acercaron hasta que Zaniah pudo sentir el calor emanar del cuerpo ajeno, el extraño se puso en cuclillas, acomodando sus manos en sus rodillas y bajó la mirada, para observar la de la arconte.
―¿Pero en qué lío te has metido?
Al estar más cerca, Zaniah pudo escuchar claramente la voz del joven que se encontraba a su lado, frunció el ceño, y lentamente, como si le costara creer lo que estaba escuchando, levantó la mirada, hasta observar los ojos amarillos del muchacho tras los cristales de los anteojos. La mujer no era consciente de lo que veía, su rostro se palideció, y algunas lágrimas estuvieron por salir de sus ojos.
―¿Lu Lim? ―Soltó al fin en un dejo de voz, mientras las lágrimas caían por sus mejillas, lágrimas de felicidad, y una manera de soltar todo lo que había guardado.
―Así es, hermana ―La sonrisa de Lu Lim pareció alumbrar toda la habitación, mientras acomodaba una de sus manos en la mejilla de la pequeña.
―¿Pero que haces aquí? ―Zaniah tartamudeaba, sin saber muy bien qué decir, estaba tan feliz de por fin verlo, Lu Lim era uno de los más pequeños, en conjunto con ella, y las gemelas. ―Pensé que…
―Shhh… ―Lu Lim apoyó su dedo pulgar en los labios de ella, haciéndola callar ―No tan fuerte, hermana, no querrás que nos escuchen. ―¿Tu eres el sacerdote?
―Si, aquí en la tierra de los humanos hay que tener mucho cuidado, por lo menos en algunos lugares ―Lu Lim agitó su cabello castaño hasta que se volvió de un color entre rojizo y anaranjado, quitándose los lentes, los guardó en la toga, y unas orejas de pluma algo irregulares se dejaron ver en vez de sus orejas ―Desde hace un tiempo que me mandaron aquí para observar los movimientos de los humanos…
―Pensé que la corte había prohibido verlos, estoy tan feliz de ver tu rostro… ―Zaniah iba a empezar a llorar por segunda vez, pero Lu Lim secó sus lágrimas con sus dedos.
―Tranquila, todo estará bien.
―Ayúdame a salir de aquí, por favor, quiero volver, quiero volver a la corte… prometo, prometo ya no causar más problemas... lo prometo... ―La desesperación podía notarse en su rostro.
Lu Lim le tomó las mejillas, acercándola a ella con sumo cuidado de no lastimarla.
―Sabes que es lo que más me gustaría, pero… este lugar está regido por humanos seguidores del Rey, no puedo simplemente sacarte por la puerta de en frente. ―Entonces encuentra alguna manera, eres el sacerdote, es alguien importante, ¿No? Lu Lim frotó sus dedos contra su mentón, pensando.
―Lo soy, pero aquí en el castillo no mucho ―Lu Lim abrió mucho los ojos mientras se acercaba a Zaniah con una sonrisa ―Pero en la corte en la que rijo, sí, cuando llegué aquí, me mostré como arconte hacia ellos, para los humanos, los arcontes son tomados como divinidades, somos mandados de Dios.
―¿Qué? Pero… los arcanos…
―Los arcanos son de distintas razas, ellos buscan pelear, y algunos sus formas son tan… diferentes, que los humanos los toman como demonios, pero nosotros… ―Lu Lim se puso sus lentes ―Para la iglesia nosotros somos seres de esperanza, Zaniah, estoy seguro de que ellos te aceptarán.
―Pero… ¿Cómo vas a llevarme allí? Tú mismo lo dijiste, no puedes sacarme simplemente por la puerta de en frente.
Lu Lim se hizo hacia atrás, sentándose en el suelo, moviendo sus lentes un poco mientras las plumas en sus orejas desaparecían, y sus ojos amarillos se volvían café oscuro.
―Es cierto… ―No hasta algunos momentos, el muchacho se acercó a ella, con la mirada seria ―Ya pensaré en algo, te lo prometo, querida hermana, que te sacaré de aquí y volverás a la corte…
La puerta comenzó a abrirse, dando a entender que el tiempo se había acabado. El muchacho se puso sobre una rodilla, listo para retirarse.
―Lu Lim ―Zaniah lo miró desde abajo con la mirada llena de lágrimas por la tristeza y la felicidad, arremetiéndose contra ella ―¿Vas a volver, verdad?
―Claro que sí, el rey no llegará hasta dentro de algunas semanas más, hasta entonces, vendré a verte cada vez que pueda. ―Susurró el muchacho mientras acomodaba su mano en su cabeza.
Zaniah le regresó una sonrisa, aún ente tanta tempestad, ¿Hace cuánto tiempo que no sonreía? Tenía tantas preguntas que hacerle, sobre la corte, sus otros hermanos, los maestros, sobre Bías, pero ya habría tiempo para hacerlas. Lu Lim se dio la media vuelta, no sin antes mirar atrás antes de salir y le sopesó una sonrisa, la puerta se cerró, haciendo que la arconte quedara completamente sola, pero con un peso diferente en el corazón, apretó los puños con una sonrisa mientras aguantaba las pocas lágrimas que salían. Y por un instante, Zaniah se sintió completamente feliz.
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Zaniah Neshmet
Los Invictos
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Post by Zaniah Neshmet on Aug 10, 2017 5:44:44 GMT
Los días se hicieron mucho más cortos ahora que Lu Lim se sentaba al lado de Zaniah entre la oscuridad, con alguna que otra antorcha para decorar las paredes, incluso el guardia había accedido a dejar más tiempo al sacerdote dentro de la prisión, y soltar las cadenas de la arconte, para que pudiera sentarse. Lu Lim había curado las heridas en la espalda para evitar alguna infección, y le llevaba pan y agua fresca. El hermano le había dicho a Zaniah que primero necesitaba fuerzas para presentarse a los sacerdotes en el parlamento de la Iglesia en lo que elaboraba un plan para sacarla de allí.
Zaniah tomó un pedazo de pan y se lo metió a la boca con dedos temblorosos.
―¿Cómo está Bías? ―Se atrevió a preguntar la arconte mientras masticaba el pan. ―Bías… ―Lu Lim descansó la cabeza contra la pared, observando los cimientos que adornaban la celda ―Ha estado bien, nunca deja de hablar de ti, después de todo, fuiste la mejor estudiante espadachín que tuvo… ―Una pequeña sonrisa se entornó en sus labios mientras la miraba.
―¿Crees que los ancianos me acepten de vuelta, después de lo que hice? ―Esa pregunta se le atoró en la garganta, Lu Lim la miró arqueando una ceja, y, apoyando una mano sobre la de ella, la miró muy serio.
―Se que este tipo de situaciones no son fáciles de asimilar, pero, estoy seguro de que, en cuanto vean por todo lo que has pasado… ―¿Crees que Kió me aceptará?
En el rostro de Lu Lim se mostró una frágil línea sobre sus labios, pensando muy bien sus palabras, se recargó contra la pared, mirando a ningún lado.
―No lo sé, no la he visto, hace mucho que se fue con la hermandad del tiempo… ―Lu Lim se encogió de hombros, soltando un suspiro. Zaniah sintió un nudo en el estómago, ¿Habría sido por su culpa? Instintivamente, llevó una mano a su ojo derecho, donde el color amarillo era presente.
Zaniah apretó los labios, mientras terminaba de comerse todo el pan, pues no le gustaba desperdiciar el alimento que tan difícil le era a su hermano pasar desapercibido, a pesar de que aquello le causara un revoltijo en el estómago, debido a los pensamientos tan turbios en su mente, miró de reojo a su hermano, de rostro alargado, ojos medio rasgados y boca pequeña, sus orejas de pluma se movían de arriba debajo de vez en cuando, mientras apoyaba sus manos alargadas sobre sus rodillas, fueron unos largos minutos de silencio, aquellos en los que las palabras no eran necesarias cuando alguien se sentía realmente bien en compañía de otro. Zaniah se detuvo a pensar, ¿En serio había sido necesario lo que había hecho? ¿Estar aquí… era el mundo que tanto había querido ver? Quizás lo mejor era tan solo volver, y ser… alguien… Pero nada sería igual, de eso estaba segura, no podía simplemente parchar sus errores, miró a Lu Lim, quien aún seguía perdido en sus propios pensamientos, el hecho de que él estuviera allí para apoyarla, era lo mejor que podía pasarle, se sentía segura, y lista para lo que pudiera venir, si tan solo él estaba a su lado. Jamás habían sido tan cercanos como ahora.
Zaniah estuvo a punto de decir algo, cuando fue interrumpida por el movimiento brusco de su hermano al sentarse y la exhalación que soltó de su boca.
―Mañana ―Zaniah frunció el ceño. ―Mañana está previsto que el Rey llegue al castillo.
Zaniah sintió una punzada en su pecho, llenándola del embriagante sentimiento de terror, ¿Los días habían pasado tan rápido? ―Lo escuché de uno de los mensajeros, llegará hasta el atardecer, por lo que nuestro movimiento debe ser rápido, y en la mañana.
―¿Qué vamos a hacer?
―Hoy en la noche, vendré por ti, lo estuve pensando bien, meteré algo de droga en la botella de ron que siempre carga el guardia de afuera ―Lu Lim bajó la voz hasta casi susurrar ―Estuve investigando por el castillo, hay una salida en el fondo de las mazmorras, dan a un canal, el agua a penas y llega a los tobillos, de allí, nos escabulliremos por la ciudad, y estaremos justo a tiempo para las juntas semanales que tiene el parlamento.
El plan sonaba demasiado sencillo, pero si Lu Lim decía que funcionaría, para Zaniah era más que suficiente. Zaniah asintió con la cabeza, apretando los puños contra su cuerpo, sus manos temblaban del miedo y de la emoción, su estómago bailaba y su corazón palpitaba con desmesura.
Lu Lim deslizó un alfiler del tamaño de su dedo índice hasta las manos de Zaniah.
―Utiliza esto, para las ataduras, no deben ser tan difíciles de quitar, así para cuando llegue, estes lista.
Zaniah tomó el alfiler con ojos brillantes y una media sonrisa. ―S-si, lo entiendo.
―Bien, será mejor que me vaya ―Lu Lim se puso de pie, mirando hacia atrás de vez en cuando ―No te preocupes, hermana, mañana, las cosas van a cambiar.
Zaniah apretó los puños, rodeando con delicadeza lo que su hermano le había entregado y asintió de nuevo con la cabeza, mirando de vez en cuando hacia abajo.
―Gracias, hermano ―Aquellas palabras la tranquilizaron, y de un momento a otro, ya no se sentía asustada, pues estaría con él.
Cuando Lu Lim se hubo ido, y las ataduras fueron puestas en su lugar, Zaniah comenzó su trabajo, intentando mover lo más que podía la mano a la muñeca, donde se encontraba el grillete, la muchacha fruncía el ceño, concentrada, tan solo guiándose de su sentido del tacto, pues con la oscuridad, y la mala vista que tenía en ese momento, los otros sentidos no eran muy factibles. Siguió practicando, metiendo y sacando la aguja de la cerradura, escuchando diminutos chasquidos, los cuales volvían a lo mismo cuando se equivocaba, fueron tantas horas de práctica, que cuando menos lo esperó, el primero ya había dado de sí.
Solo faltaba el segundo.
A pesar de que no sabía si era de día o de noche, podía sentir que su hermano estaba cerca.
“Mañana, las cosas van a cambiar”
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Zaniah Neshmet
Los Invictos
Vive como si tu libertad dependiera de ello
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Post by Zaniah Neshmet on Aug 11, 2017 6:18:53 GMT
Los pasos sobre el agua resonaron en la oscuridad de la noche, las pisadas de Zaniah eran débiles, por permanecer demasiado tiempo sin utilizar las piernas, por lo que se sujetaba con fuerza de su hermano, mientras Lu Lim la sostenía del hombro, apretándola contra él para que no llegara a caer.
El plan había funcionado. Cuando Lu Lim llegó a su celda, Zaniah había logrado desatar ambos grilletes, el guardia estaba completamente dormido, y al fondo de las mazmorras, tal como lo había dicho Lu Lim, había una abertura, donde generalmente tiraban los restos y la basura que podían salir de aquel lugar. La vista había sido horrible, pues algunos cuerpos no se habían alcanzado a deshacer, o ser llevados por la corriente, Zaniah decidió olvidar ese vistazo que tuvo. Ahora era libre, volteó hacia atrás, pensando en Layla, Mía, y los otros humanos dentro de las celdas.
“Cuando vuelva a la corte, y sea alguien, entonces, vendré por ustedes” Pensó mientras en ese momento, disfrutaba del olor de la libertad, una sensación deliciosa, a pesar de que era solo el principio, nunca se sintió tan jubilosa como ahora.
La ciudad era mucho más pequeña de lo que Zaniah pudo imaginar, a esa hora, tan solo un limitado número de personas se paseaba por las calles, y eso era solo para recoger algún pedido en la herrería, o irse a beber a una cantina cercana, incluso, unos pocos, decoraban los techos de las casas para darle la bienvenida a su rey, el cual, no tardaría en llegar, pues el mensaje se había extendido por el pueblo, estarían preparados para otra victoria, de esas que los alejaban de la oscuridad y los demonios que acechaban su pueblo.
Lu Lim se escondía tras las casas, y cuando estaba seguro de que no había ojos curiosos, tomaba a la pequeña de la mano, para guiarla tras sus pasos, afortunadamente, la oscuridad los mantenía ocultos. En poco tiempo, llegaron a una catedral tan grande como cuatro casas de los aldeanos, las paredes estaban hechas de mármol blanco, donde la rodeaban diversas figuras de santos y ángeles, mirando hacia el cielo. Cuando Zaniah vio aquello, se sintió completamente segura, después de todo, lo que su hermano decía era cierto. Lu Lim rodeó el edificio hasta llegar a una puerta trasera algo pequeña, donde metió a Zaniah y luego entró él, el cuarto donde habían llegado era simple, de madera y con algunas mesas, sillas, una caldera y una chimenea.
―He convocado una reunión con los sacerdotes, debes seguir esa puerta de allá, para salir al presbiterio, justo en frente, el parlamento estará esperándote, te harán muchas preguntas, pero tu tan solo tienes que responder con mostrar lo que en realidad eres… una arconte.
La muchacha de ojos bicolor y mirada asustadiza tomó con las pocas fuerzas que tenía consigo el brazo de su hermano.
―¿Tu no vendrás conmigo?
―Claro que estaré contigo ―Lu Lim acomodó una mano sobre la de ella, retirando los temblorosos dedos de sus ropas ―Estaré sentado en un lugar cercano a ti, debo estar con los demás sacerdotes.
Zaniah se hizo algunos pasos hacia atrás, acomodando la capa que su hermano le había brindado para cubrir su desnudez, al final, asintió con la cabeza en silencio. Lu Lim se retiró de aquel lugar, dejando a la arconte completamente sola, preparada para lo que venía.
La muchacha se dio la media vuelta, observando la puerta con pesadez. “Así que, detrás de esa puerta está mi libertad” Dio algunos pasos hacia adelante, acariciando sus dedos sobre la madera, respiró hondo, observando la puerta por algunos segundos.
Estaba lista.
Estaba lista para volver a ser alguien.
Abrió la puerta con un suave empujón, dejando deslizar con delicadeza el material hasta que pudo ver con claridad el interior de la catedral. La mujer no pudo evitar mirar hacia arriba, pues varias pinturas preciosas estaban plasmadas en todos lados, todas con colores tan suaves que te hacían sentir más seguro, y tranquilo. La mujer siguió su camino, sintiendo el reconfortante frío del mármol bajo sus pies desnudos, pero tan sucios que a Zaniah le dio pena caminar por allí.
Una luz proveniente del presbiterio le hizo a entender a Zaniah que allí es donde tenía que ir, detrás de un enorme altar cubierto por una suave tela blanca. Encaminó sus pasos, un poco más rápido cada vez, subió las escaleras y miró hacia atrás. La luz de los faroles por un momento la cegó, haciendo que entrecerrara los ojos.
―¿A esto se debe, la llamada tan urgente? ―Se escuchó una voz anciana proveniente de una de las sillas de madera oscura, acomodadas alrededor de ella. Zaniah tuvo recuerdos entonces de la corte, cerró los ojos, bajando la mirada, intentando ahuyentar dichos recuerdos. Intentó buscar con la mirada a Lu Lim, pero a luz era demasiado intensa para ella. ―¿Quién eres, qué es lo que buscas? ―Una segunda voz se escuchó, igual de anciana pero más ronca que la anterior.
Zaniah apretó sus manos contra la capa, temblando. No podía moverse, sus pies estaban pegados al suelo y su garganta atorada, sin poder soltar palabra alguna, ¿Era ahora el momento? Al levantar la mirada, acostumbrándose ya un poco a la luz, observó a su hermano, sentado a un costado de un hombre con una barba larga de color blanco como la nieve, entonces su valor regresó, dándole las fuerzas necesarias para continuar con su labor.
No dijo nada, tan solo desprendió el broche de la capa, dejando caer la tela al suelo, antes de que los ancianos soltaran algo, el cuerpo de la arconte comenzó a brillar tanto como la lámpara se lo permitía, y de su espalda, salieron un par de alas tan blancas, que incluso se podía buscar la pureza en cada una de las plumas, sus orejas cambiaron hasta alargarse, soltándose en plumas tan níveas como las alas, la arconte cerró sus ojos, tan solo escuchando el asombro de algunos y los murmullos de otros.
―Yo vengo a… ―Fue lo único que dijo la arconte antes de ser interrumpida por un fuerte golpe de un bastón contra la madera, la mujer se encogió de hombros, dejando de lado la valentía que había sentido hasta ese momento, Lu Lim volteó hacia el hombre que había hecho tal estruendo, el anciano de en medio, sostenía su bastón en alto, de pie, con la mirada severa y la mandíbula apretada.
―¡¿A qué has venido?! ¡¿A provocarnos, a advertirnos, a maldecirnos?!
Zaniah no lograba entender.
El anciano apuntó hacia ella con su bastón.
―Quizás aquellas alas y el cuerpo que portas puedan esconder la verdad, pero nada de lo que hagas, podrá esconder el porte del mal que llevas contigo, bruja insolente.
―¿B-bruja? No, se…
―¡Cierra la boca! ―El hombre volvió a dar otro estruendo contra la madera ―¡¿Crees que entre tanta falsa belleza no nos daríamos cuenta?! Aquello que solo los demonios portan, el precio de la maldad, y del demonio que habita en ti, los cabellos rojizos jamás se habían notado tan claro…
―¡Es cierto! ―Otro hombre se pudo de pie ―¡El sello de la maldad también lo tiene implantado en todo su cuerpo! ―Dijo esto, apuntando a las manchitas que adornaban su piel.
―Miren sus ojos, los ojos de una bruja ―Procedió otro, observando los ojos bicolor de la mujer.
Zaniah comenzó a hacerse para atrás, bajando por completo las pequeñas orejas de pluma, incapaz de volver a su forma humana, de tanto terror que sentía en el corazón. Miró a Lu Lim, quien permanecía inerte ante la situación, sentado, con las manos apoyando en los descansos de la silla.
―Atreviéndose a envenenar las almas puras ¡Tu descaro te costará caro, bruja! ¡Guardias! ¡Guardias! ¡Ayuda!
En un abrir y cerrar de ojos, dos hombres vestidos de armadura brillante tomaron a la mujer del cabello, como si así pudieran apresar toda la maldad entre sus dedos. La mujer tomó los brazos, apretando los dedos contra su brazo, intentando liberarse, pero en eso, la tomaron de las alas, obligándola a que dejara de moverse.
―¡No! ¡No entienden! ¡Lu Lim! ¡Lu Lim! ―Gritó Zaniah con lágrimas en los ojos y la cara pálida ―¡Diles, Lu Lim! ¡Diles!
Lu Lim permaneció con la boca sellada por algunos segundos, hasta que se puso de pie.
―Esta mujer… ―Dijo al fin, haciendo que sus palabras tuvieran todo el centro de atención ―A intentando engañarme para escapar, pero logré traerla ante la justicia, por eso los he llamado, para purificarme.
Zaniah escuchó cada una de sus palabras, y cada una de ellas, fueron un puñal el cual se encajó en el corazón de la arconte con tanta furia, que incluso pudo sentir el dolor físico en su pecho, su mirada se perdió en el rostro serio de su hermano, mientras, con cada lágrima que brotaba de sus ojos, todo se volvía más borroso, hasta que su vista dio al suelo.
―No podemos seguir permitiendo que demonios como tú sean libres… ―El guardia apoyó una mano en su espada, siguiendo las órdenes del sacerdote, pero éste levantó la mano, en señal de que no pensaba matarla. No aún.
―Tu condena será vista por el consejo antes de proceder, pero primero… ―El soldado dio una patada tras las rodillas de la mujer, haciendo que cayera al suelo, el otro hombre le sostuvo las manos contra el suelo, para que así no pudiera moverse ―Nos desharemos de todo lo impuro que fuiste tan capaz de mostrar ante nosotros. Espero que así, escarmientes ante tus decisiones, bruja.
El dolor tan agudo que la mujer sintió en ese momento, hizo que de su boca saliera un grito tan fuerte, que algunas de las paredes se quedaron con su eco de dolor y desesperación, las lágrimas brotaron con mayor rapidez, y los gritos desgarradores de la arconte fueron acompañados por las plumas blancas manchadas de sangre, las cuales caían muertas delante de ella. Los hombres siguieron arrancando las plumas de sus alas y sus orejas, golpeándola cada vez que oponía resistencia. Zaniah dirigió su mirada por unos segundos hacia arriba, donde su hermano se encontraba, observando todo con una lúgubre mirada.
―Es suficiente ―Ordenó Lu Lim. Los hombres se detuvieron, dejando el cuerpo tembloroso, sangrante y adolorido de la mujer tumbado en el suelo, los demás ancianos, al ver el trabajo hecho, y confiados de que el sacerdote de anteojos terminaría con su labor, se retiraron uno a uno, hasta dejar a Lu Lim y a Zaniah completamente solos.
Zaniah no podía escuchar nada, pues lo único que podía sentir era un profundo dolor, y las palpitaciones de su propio corazón sobre sus destrozados oídos. El tacón de los zapatos del sacerdote se dejó escuchar hasta que estuvo lo suficientemente cerca de la arconte para ponerse en cuclillas, le hizo su rostro hacia un lado, dejando ver sus ojos hinchados por las lágrimas y su rostro retorcido por el dolor. Pero la mujer no pudo más.
Y cayó bajo las sombras de la inconsciencia.
Cuando abrió los ojos, el dolor seguía allí, atormentándola, estaba en la misma posición de siempre, con las muñecas atadas hacia arriba, el rostro contra la pared y con el cuerpo tan pegado a la superficie que sus piernas estaba obligadas a permanecer en una posición incómoda y dolorosa. Al levantar la mirada, observó el rostro de su hermano, de una forma oscura, tenía las cejas caídas y la boca apretada, con las manos en la espalda.
―Lu Lim… ―Zaniah lo miró a los ojos ―¿Por… qué? ―Fue lo único que pudo soltar, entre dejos de voz débiles.
Una risa ronca brotó de los labios pálidos de Lu Lim, seguido por una sonrisa.
―Mi querida hermana, tan inocente, pura ―Tomó el rostro de ella entre sus manos, y apretó sus mejillas ligeramente ―Por no decir estúpida… ¿En serio creíste que podías volver a la corte así sin más, y nosotros te recibiríamos con los brazos abiertos?
Zaniah quitó su rostro de entre las manos de él con brusquedad, volviendo a juntar su frente a la pared. Lu Lim se acercó a su oreja. ―Para la corte, tú estás muerta, yo solo vine a asegurarme de que no te atrevieras a volver a aparecer…
―Pero… tu… ustedes… son mis hermanos
Lu Lim comenzó a reír, cerca de la oreja de la muchacha, susurrando palabras que lentamente, carcomían y destrozaban el corazón de la arconte.
―¿Acaso has visto a algunos de nuestros hermanos venir por ti, Zaniah? ―Se separó un poco, para ver su reacción ―No, claro que no… y es porque no nos importas, no te necesitan.
Lu Lim se puso de pie, y con la mirada oscurecida, la miró desde arriba.
―Tu estupidez traspasó todo el amor que sentimos por ti, si es que alguna vez lo hicimos.
Aquello fue otro golpe peor que los que había recibido en la catedral, se encogió de hombros, sin siquiera ser capaz de encararlo, el sacerdote se dio la media vuelta, abriendo la puerta con total normalidad, sin mirar atrás, con la frente en alto.
Lu Lim se detuvo, dejando la puerta entreabierta ―Esta es y siempre será la libertad por la que tanto añorabas, espero que la disfrutes ―Fue lo último que dijo, el muchacho cerró la puerta, hasta que la vida de Zaniah volvió a volverse en penumbras.
Caminando por los pasillos, el Sol ya se asomaba en alto, traspasando los montes y las nubes blancas, Lu Lim caminaba sobre la alfombra roja, hasta que se topó con una figura tan grande como las estatuas de la catedral. Mstislav lo miraba. Pues desde hace algunas horas había vuelto de su viaje. El muchacho le regresó la mirada sombría, aunque con algo de temor, el rey levantó el brazo, arrojando un gran saco de lana, el cual, al caer sobre las manos del arconte, las jugosas monedas resonaron dentro.
―Me has dado el precio de tu hermana, con eso te alcanzará para no volverte a ver jamás ―Mstislav lo miraba directamente a los ojos, mientras Lu Lim dirigía su mirada hacia otro lado, pues no estaba permitido ver directamente al rostro a su señor. ―Aunque, creo que ya has encontrado tu satisfacción, ahora vete.
En los labios de Lu Lim, se mostró una pequeña sonrisa.
―Gracias, su majestad
Y sin decir nada más, el hombrecillo desapareció por los pasillos, para jamás ser visto de nuevo…
Mstislav miró hacia adelante, pensando en los acontecimientos de las tierras del este, con una seriedad implacable. Sabía que todavía tenía asuntos por atender, pero por ahora, se dedicaría a descansar, después de todo, había sido un largo viaje, y necesitaba la mejor energía para sus responsabilidades.
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Zaniah Neshmet
Los Invictos
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Post by Zaniah Neshmet on Oct 14, 2017 20:15:52 GMT
Dicen que, cuando la muerte se siente tan cerca de ti, visiones de tu vida pasan delante de tus ojos tan rápido que solo alcanzas las sensaciones de aquellos recuerdos lejanos, que tan solo quedan las migajas de lo que alguna vez fuiste. Zaniah observó hacia abajo, donde los pedazos de madera calaban sus talones, y la soga contra el tronco y su cuerpo se sentía tan apretada, que por un momento creyó que moriría primero por falta de oxígeno, miró hacia arriba, escuchando a lo lejos palabras atronadoras de uno de los sacerdotes hacia la gente, agitando su bastón con furia, del otro lado, un par de jaulas con las siguientes víctimas, y al fondo, la gente del pueblo haciendo un barullo que los oídos prácticamente sordos de la arconte no pudieron escuchar.
Zaniah frunció el ceño, intentando tener aquella visión que tanto se nombraba antes de la muerte, pero lo único que pudo recordar fueron los acontecimientos recientes. Aproximadamente algunos días antes de aquel momento.
…
La celda se había vuelto tan fría como una noche de invierno después de lo que había ocurrido con su hermano, Lu Lim y los sacerdotes, inclusive su cuerpo recordaba lo que había ocurrido la noche anterior, pues las plumas aún no terminaban de desprenderse, cayendo al suelo como hojas secas. El rechinido de la puerta oxidada pronto se hizo presente, y la luz del exterior molestó el rostro de la arconte, nunca le gustaba la luz del pasillo, pues aquello nunca significaban cosas buenas.
―¿Acaso alguna vez vas a dejar de pensar en los demás antes de ti misma?
La voz de Mstislav era uno de los sonidos que siempre reconocería.
―Aunque debo decir, que intentar escapar por medio de los sacerdotes no fue la mejor idea del mundo ―El hombre pasó su mano por su mejilla, y Zaniah separó su rostro de los dedos del rey, su tacto le repugnaba ―Son humanos, los humanos como ellos jamás entenderán lo que sucede a su alrededor, pues siempre están escondidos tras los muros de mármol y las cruces de madera, ¿Acaso creíste que entenderían algo, de la boca de alguien, la cual su especie es perseguida?
―Algunos humanos… ―Masculló Zaniah con la cabeza baja ―No son como tú, o como ellos.
Mstislav soltó una carcajada mientras se ponía de pie.
―Pareces estar muy segura de lo que dices ―El rey de cabello castaño acarició las plumas heridas de su espalda y sus orejas, y de un momento a otro, soltó las cadenas que apresaban las muñecas de Zaniah, dejando caer sus brazos. ―¿Por qué no les preguntamos directamente? Tomó a la pequeña mujer del brazo, caminando con seguridad fuera de la celda, Zaniah apenas si podía seguirle el paso, por lo que Mstislav tuvo que jalarla de vez en cuando, tan solo pasaron dos puertas, y en la tercera, se detuvo, ordenando al guardia que la abriera. Zaniah pudo reconocer el interior, donde los humanos con los que estaba encerrada aún permanecían allí.
―Les he traído de vuelta a su acompañante ―Habló Mstislav ―Y ahora les doy la opción de hacer con ella lo que les plazca, ha escondido su verdadero ser, pero ya no más. ―La lanzó hacia dentro, en medio de todos los humanos, y cerró la puerta con un gran portazo.
Todo se sumió en silencio, el anciano de la esquina se pegó contra la pared, mientras los de a su alrededor le miraron con repudio y odio. ―Lo sabía… ―Habló el anciano ―Sabía que el demonio estaba entre nosotros… Zaniah levantó la mirada, buscando a Layla y Mia entre los humanos que se encontraban a su alrededor. Cuando se encontró con el rostro desdeñoso de Layla, tan solo pudo encontrar terror en su mirada.
―Layla… ―Masculló Zaniah mientras intentaba levantarse, la pequeña de cabellos dorados salió entre toda la multitud y se acercó a la arconte. ―¡Zaniah! ―Pero antes de que pudiera tocarla, Layla la tomó de los brazos, alejándola lo más que pudo. El rostro de la arconte entonces se sumió en la confusión y la tristeza.
―Eres uno de ellos… ―Balbuceó Layla, con los cabellos negros pegados al rostro, y los ojos muy abiertos, escondidos tras las ojeras negras.―¿Por qué nunca lo dijiste?
―Porque tú misma me hablaste de que esto no tenía sentido, fuéramos lo que fuéramos, tú misma me lo dijiste, Layla.
―¡Ustedes destruyeron mi hogar! ―Gritó la mujer, abrazando con fuerza a Mía, la cual, solo se limitaba a mirar a la arconte con los labios apretados ―¡Pensé que habíamos sido condenadas por causas injustas, por cosas que no tenían por qué ser de aquella manera! ―Layla se alejó hasta que su cuerpo topó con la pared ―Pero tu juicio no tiene perdón… ―Zaniah la miró a los ojos, sin comprender ―Fui amable contigo, y tú me mentiste… pude haber muerto por mostrar mi piedad a un arcano a un demonio.
―¡No!
―¡Calla! ―Lloriqueó Layla ―¡Calla y aléjate de nosotros! ¡Por favor, solo déjanos morir aquí en lo poco que nos queda de paz! Y da gracias que no tenemos las fuerzas suficientes para hacer justicia por nuestra cuenta…
Zaniah ni siquiera pudo mirarla después de eso, como si las dagas en su interior no fueran suficientes, la mujer se perdió en un mundo de pensamientos incomprendidos, hundiéndose un poco más en la desesperación, la confusión y el dolor. La puerta se abrió después de varios gritos de los humanos, expulsando a la arconte de su celda con gritos de desesperación y maldiciones, el guardia tomó a Zaniah por los brazos, arrastrándola lejos de aquellos seres sucios, demacrados, para moverla a su celda, sumida en la soledad. La mujer se quedó con la mirada perdida, incapaz de dormir, beber o comer, preguntándose el por qué el dolor siempre estaba forzado a seguirla, a carcomerla. Mstislav no tardó en aparecer.
―¿Has encontrado tu respuesta?
―¿Por qué has hecho esto? ―Soltó la mujer en un hilo de voz débil. ―Para que aprendas que solo yo puedo entenderte ―Mstislav se acercó a ella, tomando su rostro entre sus manos ―Que, en este mundo, no existe nadie más que te quiera y entienda además de mí, nadie nunca va a encontrarte aquí abajo, nadie va a recordarte, tan solo serás un arcano más bajo las paredes… ―Mstislav acercó sus pálidos labios a los de la arconte ―Pero si te entregas a mí, entonces en realidad podrás ser lo que siempre quisiste, ser alguien.
El escupitajo que le propició hizo que el rey apartara su rostro del de la arconte, parpadeando un par de veces, Mstislav limpió la saliva de Zaniah de entre sus labios, y observó el rostro tembloroso de la pelirroja, lleno de ira, dolor y profundo terror.
Sonrió, soltando una pequeña risa.
―Creo que antes de eso, tendré que enseñarte a que te comportes frente a tu rey.
Dicho esto, se puso de pie, quitándose la capa negra que lo cubría, colgándola en un perchero cercano, y acercándose a la mesa del fondo, Zaniah supo perfectamente lo que venía, por lo que su corazón se aceleró, buscando escapar a como diera lugar, el sudor frío fue parte de su cuerpo y la saliva caliente entre sus labios, de esas cuando el estómago quiere sacar todo lo que pueda, se hizo presente.
―No…
Mstislav se detuvo, girando sobre sus talones.
―Es bueno notar que la altanería desaparece… ―El hombre tomó el látigo de cuero entre sus manos y lo observó de un lado a otro, para acto seguido, tomar un pequeño gancho de metal, el cual lo ató al extremo del artilugio, sus movimientos eran lentos, precisos y seguros. ―Pero eso no significa que no voy a lastimarte ―Sonrió ―Tómalo como una advertencia, y una sugerencia para la próxima vez que te atrevas a negarte un obsequio…
Mstoslav se acercó, arrastrando el gancho por el suelo atado al látigo, y antes de que Zaniah pudiera darse cuenta, ya estaba sumida de nuevo en el dolor, y la agonía del mundo real.
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Zaniah Neshmet
Los Invictos
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Post by Zaniah Neshmet on Oct 21, 2017 21:13:46 GMT
Las puertas del castillo se abrieron de par en par de manera tan abrupta, que algunos de los sirvientes dejaron de hacer sus deberes para observar el suceso cerca de ellos, cuatro guardias caminaban por el pasillo principal, empujando y golpeando con sus espadas y lanzas a quien se encontraba atado con cadenas de hierro puro en medio de ellos.
Mstislav dejó de mirar el pergamino que portaba en sus manos, pasó su firma por la hoja de papel y, entregándosela al pupilo, hizo ademán de que se fuera. Los guardias arrojaron al suelo a una mujer vestida con una larga gabardina negra de cuero, pantalones negros y camisa grisácea, tenía el cabello corto, del mismo color oscuro de sus prendas, y lo único que resaltaba de sus atributos, eran unas extrañas marcas blancas en su cabello y la palidez de su piel. Mantenía la cabeza gacha.
―Su majestad, logramos capturar a esta arcana ―El guardia sostenía las cadenas atadas a sus muñecas, por detrás de su espalda. ―Estaba quemando unas estatuas sagradas y tumbando las gárgolas de la catedral.
Mstislav no dijo nada, tan solo se puso de pie, y haciendo su capa negra a un lado, bajó el primer escalón, mirando hacia abajo con el rostro tan inerte como los muros del castillo.
Cuando la mujer levantó la mirada, una sonrisa de una fila de dientes blancos con un par de salvajes colmillos se hizo presente, tenía los ojos tan grises que parecían blancos y las marcas de su cabello se extendían hasta sus mejillas.
―Pero a quien se me ha presentado ―Habló la mujer ―Si hubiera sabido que se me presentaría al mismismo rey de este ganado, me hubiese arreglado un poco más.
Antes de que pudiera soltar alguna otra bufonada, recibió una estocada en el rostro por parte de la bota de Mstislav, la mujer escupió un poco de líquido carmesí antes de volver a levantar la mirada, con los ojos brillantes, manteniendo una brillante sonrisa a pesar de las manchas rojizas en sus dientes.
―Me aseguraré de que te pudras en prisión antes de tu ejecución, o si sucede antes, estarás segura de que tus cenizas serán parte del estiércol que se usen para los cerdos ―Mstislav se regresó a su trono ―Llévensela a las mazmorras.
Obedeciendo, los soldados se pusieron de pie, arrastrando a la mujer consigo, pero aquella, con la mirada en alto, no desvió sus ojos de Mstislav hasta que desapareció por los largos y perdidos pasillos.
…
El cuidador de las puertas de las mazmorras salió de la puerta de hierro, arreglando un poco su cinturón, agradecido que no todo lo que Mstislav tocara le pertenecía, allí abajo, él mismo podía ser el rey, podía hacer lo que quisiera, y nadie se daría cuenta jamás de lo que sucedía, pues atravesar las paredes putrefactas era como intentar asesinar a un muerto. No había nada más satisfactorio que aprovechar la carne blanda, antes de que sucumba a las enfermedades o la desintegración. Antes de cerrar la puerta, escuchó a sus compañeros gritar en forma de bufonería y se fijó hacia un lado, observando como los guardias traían una nueva víctima a lo más parecido al infierno de los mortales.
―¡Nuevo inquilino! ―Gritaron los guardias, empujando a la arcana de cabellos negros mientras jalaban de las cadenas, la mujer mantenía la mirada hacia el suelo. El guardia se quedó mirando con la mano en la perilla.
―Traemos una arcana ―El hombre se detuvo en frente de la puerta abierta ―¿En dónde vamos a meterla?
En cuando la mujer observó la puerta abierta frente a sí, levantó la mirada tan solo algunos centímetros, observó piel temblorosa, pálida con jirones de carne desprendidos y en condiciones tan deplorables que pensó que no podía mirar por mucho tiempo. Los humanos podían ser tan crueles. Pero al notar una pluma blanca en el suelo, levantó la mirada por completo, notando cabello anaranjado entre tanta oscuridad, las plumas que brotaban a cada lado de su cabeza eran notables a pesar de las pocas que le quedaban. La mujer aguantó la respiración, y recordó su imagen antes de que el hombre cerrara la puerta por completo.
―Tenemos una sin usar en la celda de al lado. ―Dijo el hombre, tomando las llaves, insertando una de ellas en el cerrojo, corriendo la puerta hasta que la segunda penumbra se hizo presente, sin ventanas, sin paja, sin aire puro. Arrojando a la arcana dentro de la celda aún con las manos atadas a la espalda, cerraron la puerta con seguro y se alejaron, hasta que las voces desaparecieron.
La mujer se quedó completamente inmóvil por algunos momentos, y cuando estuvo segura de que no había nadie que la escuchara, comenzó a arrastrarse hasta topar con la pared, se detuvo, y formando un gran pico de color negro puro en vez de labios, picó la pared mohosa con sumo cuidado para que nada se viniera abajo, al lograr hacer un hoyo lo suficientemente ajustado para ver al otro lado, sus labios volvieron a ser rosados y se asomó. No había suficiente luz para poder ver con exactitud, pero, debido al silencio del lugar, pudo notar una respiración frágil y entrecortada.
Zaniah mantenía la mirada como todos los días, apagando su mente cuando la puerta se abría, y volviendo a la realidad cuando la penumbra volvía a acompañarla. Ya no esperaba nada. Simplemente, viajaba en sus pensamientos cuando se acercaban, cuando sentía que su cuerpo no le pertenecía nunca más. Escuchó de pronto que alguien susurraba, pero creyéndose que ya estaba desvariando, se quedó completamente quieta, intentando apagarse de nuevo.
―Oye.
Volvieron a susurrar. Zaniah levantó la mirada, volteando hacia todos lados, hasta que algo proveniente de la pared le llamó la atención, la punta de un pico se asomaba con cuidado por un agujero en la pared.
―Oye, ¿Sigues con vida?
Zaniah frunció el ceño, observando como el pico desaparecía para pasar a ser un ojo asomado a penas distinguible.
―¿Qué eres? ―Respondió Zaniah después de algunos segundos.
―Aparentemente lo mismo que tú ―La mujer se acercó más a la esquina, contenta de que le hubieran respondido. ―¿Cómo te llamas?
―Eso no importa…
―Yo soy Nida ―Respondió la mujer ―Nida Assandir
Zaniah tardó mucho en responder.
―Zaniah Neshmet.
―Ah, sabía que tenías nombre.
―¿Qué es lo que quieres?
―Te vi ―Nida recostó su cuerpo en el suelo, dejando su cuello descansando contra la pared ―Cuando pasé, observé algunas plumas blancas en el suelo, ¿Son tuyas?
―Si. ―Me alegro, pensé que eran de una anterior víctima, es bueno saber que hay un arcano aquí, ¿Hay más?
―No lo sé… ―Zaniah no confiaba en ella ―¿Por qué es bueno?
―Para saber que no vine en vano…
―¿Por qué?
―Porque…
La puerta de Nida tembló debido a los golpes del cuidador, y la arcana, de manera veloz, tomó una piedra pequeña con su pico, cubriendo el agujero y alejándose de la esquina antes de que abrieran la puerta.
―¿Qué tanto susurras, arpía?
―¿Arpía? ―Nida se recargó en la pared ―Los humanos son tan estúpidos que no saben diferenciar una especie de otra, ni siquiera de ustedes mismos ―Escupió al suelo, pisando el escupitajo con la suela de su bota.
―Ten mucho cuidado ―El hombre le apuntó con el dedo índice ―Si sabemos que estas conjurando algún hechizo, te quemaré en este instante.
―Si te convierto en sapo creo que no habría mucha diferencia.
El hombre se acercó a la mujer, levantándola del suelo, tomándola del cuello de su camisa. ―Voy a disfrutar mantener esa boca cerrada antes de que te ejecuten.
La mujer sonrió.
―Dudo mucho que puedas cerrarla con un tamaño tan pequeño de tu silenciador. El hombre la soltó de pronto, haciendo que la piedra removiera algunos huesos de su cuerpo, Nida, sin embargo, no soltó ni un solo quejido. El hombre se acercó a ella, arreglando el cinturón de sus pantalones tal como siempre lo hacía.
―Hey, gordo ―El hombre se volteó de pronto, asustado. Un guardia esperaba en la puerta ―Sabes las reglas, su majestad tiene que interrogarle primero, lárgate de aquí y ponte a hacer tu maldito trabajo. ―El cuidador salió a regañadientes de la puerta, mientras el guardia acomodaba su casco, esperando a que se retirara, antes de cerrar la puerta, un par de ojos grises provenientes de la oscuridad del casco observaron a Nida antes de que la puerta fuera bloqueada, y sumiera de nuevo a la mujer en un silencio apaciguante.
Y sin perder el tiempo, Nida volvió a arrastrarse, quitando la piedra de su lugar para volver a acercarse.
―Hey, yo otra vez.
―¿Qué quieres? ―Zaniah miraba a otro lado, evitando escucharla.
―Supongo que tendré que ir al grano contigo ―Nida se acercó ―Llegó a mis oídos que un arcano había sido visto en la catedral, dijeron las malas lenguas que había logrado escapar, aunque no logró su cometido, pues vieron salir a algunos guardias de la catedral.
―No es así. ―La mujer continuaba con su mirada fija en una esquina distinta a la que salía la voz.
―¿Cómo?
―Nunca se planeó que escapara, todo fue una farsa… ―Zaniah cerró los ojos, evitando que las llagas del dolor golpearan su cuerpo ―Una tortura para que jamás volviera a pasar.
Nida se separó del agujero, y dirigiendo su rostro a otro lado, cerró los ojos, frunciendo el ceño, recordando la carne viva expuesta, sintiendo sobre ella el peso de la impotencia. No había necesidad de preguntar más cosas, y tampoco quería atormentarla.
―Entiendo…
Nida decidió tratar otros temas, alejados de los muros, y siempre susurrando, le contó a Zaniah a cerca de las praderas del norte, y la manera en la que había tirado esas gárgolas y quemado aquellas estatuas, susurró por horas. Cuando escuchaba un sonido proveniente del pasillo, acomodaba la piedra en su lugar y se daba la vuelta, simulando dormir, pero cuando todo se sumía en silencios, o los gemidos de los otros prisioneros daban un eco al lugar, entonces Nida volvía a hablar con la arconte, a veces Zaniah respondía, a veces no, y otras, solo se quedaba profundamente en silencio, evitando dirigirle la palabra, pues no pensaba caer de nuevo en el dolor del abandono. Pero, muy a pesar de todo, por primera vez en mucho tiempo, Zaniah se alegró en tener a alguien con quien hablar, sin hacer preguntas, tan solo charlar, alejándola de las mazmorras, haciéndole sentir un poco más de libertad. Ignorando el mundo exterior, en el castillo, donde la condena estaba a punto de ser profesada.
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Zaniah Neshmet
Los Invictos
Vive como si tu libertad dependiera de ello
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Post by Zaniah Neshmet on Dec 5, 2017 5:24:58 GMT
La muerte era tan extraña. Acariciaba con tanta dulzura el cuerpo que todo lo que parecía ser lejano y desconocido se postraba frente a tus ojos, aún le sorprendía que tantas cosas podían pasar en tan poco tiempo… cosas que en su magullado cuerpo tan solo eran pequeños fragmentos que la amenazaban, si no fuera por las cuerdas que la obligaban a estar de pie, con simplemente desfallecer en el suelo y morir, sumirse en el descanso eterno, la oscuridad absoluta… el temor acabado… pero sabía que eso no iba a ser todo…
Zaniah levantó la mirada cansada mientras observaba las jaulas a tan solo unos metros lejos de ella, donde Nida se encontraba atada de las muñecas y los pies, con la mirada hacia la hoguera, sus ojos grises daban a entender miles de sentimientos; furia, miedo, impotencia, tristeza… ninguno de ellos era capaz de seguir observando.
¿Cuánto había pasado?
¿Cuántos años?
Había perdido la cuenta…
Y allí afuera, a punto de morir, ni siquiera pudo presenciar la dulce luz del sol.
La noche le regresó la lúgubre mirada, acariciando con su manto azul oscuro sus mejillas frías, heridas y sucias.
―¡Después de tanto tiempo al fin podemos dar el veredicto de la acusada! ―El sacerdote se dio la media vuelta ―Esperemos que las llamas de nuestro señor la curen de todo mal que pueda portar en su cuerpo y alma.
Zaniah lo observó con la mirada borrosa, mientras sentía que su cuerpo estaba temblando por el frío, y el miedo, un profundo y agonizante miedo. Cerró los ojos, mientras esperaba que tan solo todo empezara tan rápido para que acabara de la misma manera.
El eco de los tacones sobre la madera hizo que Zaniah abriera los ojos, la sombra de Mstislav se ensanchaba en frente de ella, mientras los ojos azul pálido brillaban de una manera inusual bajo la luna.
―Aún hay lugar para arrepentimientos ―Masculló el hombre con voz gruesa mientras se limitaba a bajar la barbilla para mirarla. ―Puedes librarte de todo el sufrimiento hasta la hora en la que tus huesos sean solo polvo, tan solo tienes que pertenecer a mí, vivirás en mi palacio, saciarás mis deseos, y te tratarán como a una reina, nunca tendrás que mendigar el cariño que jamás se te ha dado.
Zaniah lo miró por unos largos minutos en total silencio, frunció el ceño, y sus ojos apagados detrás de las ojeras negras como la noche escondieron todo el odio que podía sentir hacia ese hombre. Sin embargo, el miedo resultaba ser mucho más grande, su debilidad le gritaba al oído que aceptara, pero sus labios estaban sellados, no podía… no… no después de tanto… la pequeña bajó la cabeza con los ojos apretados a punto del llanto.
―Muy bien ―Mstislav se regresó algunos pasos lentamente, como lo había hecho por tanto tiempo de la mesa de tortura hasta la pared, y con delicadeza, tomó una antorcha que sostenía uno de los guardias, el rey se acercó con suma lentitud, y sin pensarlo dos veces, arrojó la antorcha a los pies de la mujer, comenzando a chispear cuando hizo contacto con los palos secos y la hojarasca. Zaniah abrió los ojos de par en par cuando el palo golpeó sus pies pálidos, produciendo un extraño dolor debido al entumecimiento, observó el fuego, el cual se extendía con voracidad por todo el lugar, el humo negro entró a sus pulmones, nariz, y ojos, provocando una tos sofocante, y un inicio de ahogamiento, levantó la mirada, hacia donde Mstislav estaba parado a tan solo algunos pasos de ella, observándola fijamente con el rostro pétreo, pero ojos que atravesaban el alma.
No fue hasta que las lenguas de la muerte lamieron su piel, que empezó a sentir el verdadero temor. Zaniah tosió con ferocidad, intentando agitar su cabeza para alejar el humo de su rostro mientras que las ramas secas prendían como si pidieran a gritos ser devorados por el fuego, el calor golpeó el rostro de la mujer con tal estruendo que por mera resistencia hizo su cabeza hacia un lado.
Tan solo era cuestión de tiempo…
Nida intentó ponerse de pie en la celda de hierro, y con fuerza comenzó a golpear los barrotes.
―¡No! ¡No! ―Gritó la grifo con tanta furia como sus pulmones se lo permitieron antes de recibir una estocada con la parte sin filo de la lanza de uno de los guardias, la mujer se tiró en la jaula, intentando recobrar el aliento en una posición fetal, observando con ojos cristalinos a la pelirroja.
El fuego devoró la carne, sumergiéndose en un éxtasis sin igual al probar la sangre de la arconte la cual parecía avivarlo más, se enroscó contra los pies de la mujer, arrancando, doblando y estrujando la piel, la cual se separaba de su lugar en pequeños trozos negros, y mientras tanto, la piel expuesta hervía con tanta fuerza que algunas burbujas del mismo líquido que protegía a las membranas explotaron. Los gritos de la mujer rodearon a todos los de su alrededor, gritos tan fuertes que Nida no tuvo el valor de seguir escuchando, y se sumió en los sollozos de su propia impotencia, el fuego comenzó a subir por el cuerpo desnudo de la arconte, tomando trozos de sus piernas, de su cintura, sus brazos, y carcomiendo sin piedad alguna su rostro, su cuello y las palmas de las manos. Zaniah sintió que tan solo las lágrimas saladas curaban por escasos segundos el incesante dolor, para luego volver a sumergirse en la cruda realidad.
La mujer gritó hasta que sintió que se iba a quedar muda o el fuego la dejaría sin palabras, el dolor era electrizante, y tan insoportable que la mujer rogó por ayuda, por misericordia, e incluso aceptaba entre bramidos de dolor la propuesta de Mstislav, pero no recibió ayuda alguna, pues los habitantes estaban sumidos en la felicidad y el regocijo de haber acabado con un parásito más que amenazaba a su sociedad. Zaniah volvió a pedir ayuda cuando sintió que la carne que aún no se desprendía de sus huesos comenzaba a convertirse en carbón y la sangre burbujeaba dentro de ella.
Mstislav sonrió.
―Recuerda mi rostro, mi rosa, recuerda el rostro de aquel al que negaste y pereciste en sus manos.
Las llamas fueron parte de su visión, y poco a poco, todo comenzó a volverse oscuro… sus propios gritos comenzaron a apagarse y su cabeza retumbó tan fuerte que no escuchó el aleteo y el chillido que provenía del cielo.
Mstislav volteó hacia arriba con los ojos tan abiertos que por un momento el semblante tan frío desapareció por escasos segundos, un segundo aleteo se hizo presente, formando una ráfaga de aire tan grande que parte del fuego de la hoguera comenzó a quemar el techo de paja seca de una casa cercana, los aldeanos comenzaron a gritar cuando un animal tan grande como las estatuas de la iglesia se postró ante ellos, era de color negro puro con algunas plumas de color blanco, el pico relucía igual que sus ojos grises llenos de odio hacia el hombre que se encontraba frente a él.
Mstislav pasó su mano por sus alforjas donde su espada reposaba, pero antes de que pudiera hacer algo, las garras de aquel ser lo tiraron del tablado, el hombre cayó de espaldas contra la tierra fría, sintiendo el dolor sofocante, sin embargo, se dio la media vuelta y se arrastró algunos metros.
―¡Guardias! ―Gritó el hombre mientras se ponía de pie lo más rápido que su cuerpo podía hacer. Pero, tal fue su sorpresa encontrarse con la jaula abierta donde la grifo estaba encerrada hace tan solo un momento, que Mstislav volteó hacia todos lados para buscarla, uno de sus guardias se acercó a él, tumbándolo de su lugar para volver a tragar la tierra del suelo.
―Salve oh, mi rey ―Dijo el guardia de ojos grises con una gran sonrisa mientras se quitaba el casco, dejando mostrar un cabello café oscuro con marcas blancas igual que las de Nida ―Que es tan ciego que no puede ver un arcano en frente de sus narices ―Mstislav apretó los dientes, pero antes de que se levantara, el muchacho le propició una patada en el rostro, obligándolo a bajar la mirada mientras gritaba palabras que el muchacho no alcanzó a entender.
―¡Beur! ―Gritó Nida mientras subía las escaleras de madera hacia la hoguera ―¡No hay tiempo, vámonos! ―La mujer corrió con todas sus fuerzas, quitando de su camino a cualquier guardia, humano o sacerdote que se le atravesaba, el muchacho la siguió con la espada en mano, cortando, acuchillando y venciendo a los soldados de la corona, mientras que el grifo de color negro rugía con ferocidad, evitando que cualquier individuo se acercara.
La arcana no lo pensó dos veces, y metiendo sus manos al fuego, apretó los dientes con fuerza mientras el grito de dolor y furia se extendió por su garganta, cortando las sogas con las garras que poseía, las lenguas de fuego abrazaron sus manos, como si quisieran meterla a ella también a la agonía eterna.
―Vete a la mierda―Susurró Nida mientras pateaba con suma fuerza el palo de donde estaba anteriormente atada Zaniah, aquel tronco cayó sobre la tierra, asustando a ciertos humanos, los cuales huyeron despavoridos del lugar. La grifo abrazó a la pequeña arconte contra su pecho, ignorando por completo los hilos de carne y sangre que chocaban contra sus brazos, acariciando su cabello anaranjado con cierto temor.
―Ya, ya, ya estas a salvo, por favor no te vayas, por favor ―Susurraba la mujer mientras cargaba a la mujer con las fuerzas que la adrenalina podía ofrecerle en ese momento. ―¡La tengo!
Beur, el muchacho con las vestimentas del guardia y la criatura voltearon a verla, el grifo más grande soltó un bramido antes de tomar vuelo, seguido por Beur, el cual tomó la misma forma, aunque de colores avellana con blanco. La mujer tan solo sacó dos grandes alas negras con ligeros retoques morados y voló tan veloz que el viento fresco sacudió las cenizas que mancharon sus mejillas. Nida miró hacia abajo una última vez, viendo al rey tan vulnerable…
No.
Aún no.
La mujer extendió las alas, como si éstas respiraran el frío de la noche, y en conjunto con ambos compañeros, desaparecieron entre las nubes de humo de la hoguera tan rápido como habían llegado, dejando al pueblo a merced de su propio castigo.
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