Post by Aagron on Nov 4, 2017 23:59:21 GMT
Aagron disfrutaba enormemente del vuelo, sin dudas. Era cuando más cerca se sentía de las estrellas a las que creía que habían viajado todos aquellos seres que ya no caminaban en la tierra. Las corrientes de viento que llenaban sus alas y lo impulsaban hacia adelante ayudaban a que su esfuerzo propio fuera mínimo, y él podría simplemente disfrutar del viento, llenar sus sentidos a placer de la belleza a su alrededor y el viento fresco le agradaba tanto que simplemente muchas veces le hubiera gustado haber nacido como un Wyvern o quizá Lung. Su madre había sido una Lung de gran belleza, la recordaba todavía. Su padre, el dragón clásico gracias al que era lo que era, pues si mal no recordaba, él mismo era la copia viva de su padre.
La ciudadela ya se veía a lo lejos, un pequeño punto entre el verde césped que se extendía desde los plantíos y sin lugar a dudas el negro ladrillo de sus muros contrastaba a la perfección ante la naciente luz del sol del amanecer. El baño de luz alcanzó sus escamas y el calor que le llegaba poco a poco relajaba la poca tensión que el frío le había provocado. Fue entonces cuando el sol finalmente los había alcanzado, cuando la luz dorada del astro mayor había llegado casi hasta el último rincón de Mirovia que divisó con sus propios ojos aquel asteroide azul cruzar el cielo, casi huir de la luz del sol hasta aquel lugar que jamás se había atrevido a pisar en su estadía en Mirovia:
El punto bajo aquel tumulto de nubes siempre negras, aquel lugar que el sol nunca tocaba, no podía ser si no el mismísimo Reapergate. El hogar de tantos seres de sombras que simplemente nunca se fiaría de poner un solo pie en aquel lugar sabiendo que su cuello estaría en peligro.
No, no le llevaría ahí, no al menos sin la preparación adecuada.
Aagron volvió a batir sus alas, una hora más y estaban descendiendo en una de las plazas de la ciudadela. El descenso, debía admitir no era su fuerte. Había trastabillado un par de veces antes de detenerse completamente, su fuerte cuerpo finalmente logró erguirse y andar con naturalidad; las calles no estaban hechas para semejante tamaño, tendría que regresar a su forma sellada si quería moverse por los alrededores, pero... Desgraciadamente sus ropas habían sufrido las consecuencias de su cambio de forma ¡Había olvidado ese detalle! ¡Qué vergüenza! Se dejó reposar en el suelo, bajando su cabeza poco a poco para asegurarle a la dama un descenso seguro y poco agresivo, ya debería encargarse él de su pequeño problema.
La ciudadela ya se veía a lo lejos, un pequeño punto entre el verde césped que se extendía desde los plantíos y sin lugar a dudas el negro ladrillo de sus muros contrastaba a la perfección ante la naciente luz del sol del amanecer. El baño de luz alcanzó sus escamas y el calor que le llegaba poco a poco relajaba la poca tensión que el frío le había provocado. Fue entonces cuando el sol finalmente los había alcanzado, cuando la luz dorada del astro mayor había llegado casi hasta el último rincón de Mirovia que divisó con sus propios ojos aquel asteroide azul cruzar el cielo, casi huir de la luz del sol hasta aquel lugar que jamás se había atrevido a pisar en su estadía en Mirovia:
El punto bajo aquel tumulto de nubes siempre negras, aquel lugar que el sol nunca tocaba, no podía ser si no el mismísimo Reapergate. El hogar de tantos seres de sombras que simplemente nunca se fiaría de poner un solo pie en aquel lugar sabiendo que su cuello estaría en peligro.
No, no le llevaría ahí, no al menos sin la preparación adecuada.
Aagron volvió a batir sus alas, una hora más y estaban descendiendo en una de las plazas de la ciudadela. El descenso, debía admitir no era su fuerte. Había trastabillado un par de veces antes de detenerse completamente, su fuerte cuerpo finalmente logró erguirse y andar con naturalidad; las calles no estaban hechas para semejante tamaño, tendría que regresar a su forma sellada si quería moverse por los alrededores, pero... Desgraciadamente sus ropas habían sufrido las consecuencias de su cambio de forma ¡Había olvidado ese detalle! ¡Qué vergüenza! Se dejó reposar en el suelo, bajando su cabeza poco a poco para asegurarle a la dama un descenso seguro y poco agresivo, ya debería encargarse él de su pequeño problema.