Aesther
Soberana de la Primavera
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Post by Aesther on Apr 23, 2017 3:37:06 GMT
Abrigo, listo. Canasta con flores, lista. Con todos los ánimos, Aesther salió de sus aposentos con una idea en la cabeza: visitar a su amigo, el Soberano del Otoño. No lo consultó con él pero de ser ella, estaría encantada de recibir visitas de sorpresa. Ah... cómo amaba las sorpresas. Aún había un poco de sol por lo que las flores seguían aún susurrantes. Podía escuchar sus ecos agrupándose en cada rincón del templo. La chica se movía con tal contento que dejaba a su paso un rastro de suspiros y sonrisas. Todos en la corte adoraban a su Soberana y ella los adoraba a ellos. Comenzó a correr por el empedrado del lugar, provocando que los sonidos de sus pies anunciaran su llegada a los cocheros que se encontraban esperándola a la entrada del Templo de la Primavera. -¡Buenas tardes!- exclamó sosteniendo con cuidado la canasta de flores que estuvo a punto de caerse. -El día es hermoso... me dieron muchísimas ganas de visitar el Templo del Otoño; ¿podrían llevarme?-. No había por supuesto una respuesta negativa ante tal petición, sin embargo, Aesther no asumía un rol autoritario con sus sirvientes y cortesanos... para ella eran como sus hermanos mayores, incluso a veces hasta les hablaba con tanto respeto y formalidad, olvidándose a veces de quién era ella para ellos.
El recorrido hacia la Corte del Otoño era largo, pero con un poco de magia esta distancia se acortaba enormemente. La Soberana de la Primavera jamás perdía el asombro al ver los plantíos de Mirovia o el gran volcán de Draconia que podía distinguirse a pesar de la lejanía. Vaya que era una tierra llena de bendiciones... no había mejor regalo que el de haber sido consagrada por los dioses. Cada planta, cada arbusto, cada ave surcando el firmamento, ahora tenía una mejor vida. Aesther se recargó sobre la ventana del carruaje, dejando escapar un suspiro. Se veía infantil, ingenua pero tales emociones aún las sentía a flor de piel.
Por fin iban entrando a los dominios del Otoño; un lugar tan lúgubre... seco, hasta podría decirse sin vida. Sin embargo, aún teniendo frente a ella tal paisaje, Aesther podía ver la belleza en él... Tanto potencial y tanta vida esperando por brotar. Simplemente una belleza que no se encontraba a simple vista. Al pasar por un árbol, se vio tentada a hacer florecer uno que se veía especialmente demacrado. Tenía la intención de hacer brotar sólo una ramita, sin embargo, el camino se tornó hostil, causando que el carruaje se moviera con cierta violencia lo cual alteró a Aesther y su Hermana Naturaleza reaccionó más de lo debido, haciendo florecer el árbol en abundancia. -Oh vaya...- dijo antes de devolver sus ojos dentro del carruaje, prometiéndose no interferir con nada más hasta llegar al Templo. Ya estaba llegando...
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Post by Ariel Ysk on Apr 23, 2017 4:29:26 GMT
Después de despegarse de los fantasmas acosaban su memoria, Ariel fue regresando a su realidad. La que tenía entre las manos, una hoja fresca de menta que estaba esperando ser usada para uno de sus brebajes. —¿Señor?— Escuchó de voz de uno de sus allegados, un hombre con los ojos blancos y la boca cubierta por una máscara ancha. Tenía la mirada hundida en tristeza, lo sabía.. Ariel bajó su cabeza y atento, dejó caer una de las hojas al líquido que estaba en paz, descansando en una olla que estaba en la mesa. No fue sorpresa ver cómo el líquido cambiaba de color a un tono . Ariel, lentamente, tomó un frasco vacío y vertió en él la mitad de la mezcla que había completado. Con eso, dio un paso atrás, acercándose a su cortesano.
—Llévaselo a tu esposa.— Le dijo. Haberlo visto en la mañana con las manos en el suelo, rogándole por ayuda había sido más que suficiente como para ceder. Sabía el dolor por lo que ese hombre pasaba y también podía olerle el miedo. —Que lo beba una vez en la mañana y uno en la noche por cuatro días, con agua de manantial. Hazlo y se mejorará.— Su voz, solemne y severa, pareció haber marcado el punto final. No era un boticario, pero un cortesano que dejaba el destino de lo que más quería en sus manos hablaba de una profunda confianza que premiaría eventualmente.
Levantó su mano para que el hombre se fuera y, cuando lo hizo, empezó a caminar por su salón. Fue acomodando su cabello en lo que daba pasos lentos y cuidadosos entre las piedras. En la pared, había pilas eternas de hojas, libros y cajones en donde guardaba brebajes, recetas, plantas, semillas...todo lo necesario para crear un líquido nacido de la magia o, en las manos de un excelente cocinero, un buen caldo. Levantó su mirada, el brillo de sus ojos azules pareció haber reaccionado al cantar del viento seco y muerto de afuera que parecía estar cobrando humedad. Entreabrió los labios, confundido. Pero fue comprendiendo la naturaleza de estas reacciones en lo que dejaba pasar el tiempo. No había duda. —Hmmm— Dejó una mano en su barbilla para acariciarla, pensativo. Si esto era lo que pensaba, entonces necesitaba encaminarse hacia el salón para darle la bienvenida. Aquella sombra larga y esbelta se arrastró por el corredor. Colocó su cabello alrededor de los hombros y con la mirada dirigida al fondo del pasillo, el Soberano bautizó el corredor una vez más al pasar la yema de los dedos encima de la piedra fría.
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Aesther
Soberana de la Primavera
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Post by Aesther on Apr 23, 2017 4:49:13 GMT
No tardó en ser recibida por los sirvientes del templo... Eran muchísimo más serios que los del Templo de Primavera pero eso no le extrañaba. Descendió del carruaje, ignorando un poco la ayuda que estaba recibiendo por parte de los cortesanos del Otoño. Había una premura en ella, deseaba encontrarse con Ariel cuanto antes. Preguntarle tantas cosas, conversar. Estaba segura que a su amigo ya le hacían falta las visitas. -¡Ah, gracias!- exclamó apenas recordando hacer notar la gentileza de los sirvientes. Miró por encima de su hombro para sonreirles antes de desaparecer detrás de las puertas tan grandes del Templo.
Como siempre, podía percibir las diferencias tan enormes entre las dos cortes... tanta solemnidad, elegancia... y el silencio. Extrañaba el cuchicheo de las flores... Casi podía escuchar el eco de sus propios pensamientos. De uno de los pasillos salió otro de los sirvientes, dirigiéndola hacia donde se encontraba el soberano, eso suponía. Lo siguió silenciosa, pegando la canasta contra su vientre, aún con aquellos ojos distraídos enfocándose en cada rincón del templo.
Perdió el decoro al ver la figura tan solemne del Soberano del Otoño; corrió hasta él pasándole de largo al sirviente quien sólo reverenció. -¡Ariel! ¡Ariel! ¡Ariel!- exclamó rompiendo con aquél profundo silencio. Se prendió de su brazo, mirándolo con alegría. Debía alzar un poco la cabeza para verle a la cara... era demasiado alto. Estando lado a lado contrastaban tanto, pero la figura pequeña de Aesther se hacía notar por su personalidad tan efervescente. -La tarde está muy bonita y pensé: ¿por qué no visitar a Ari hoy? Te traje unas flores también para que las pongas en tu habitación; es un poco de lavanda, jazmín y algunos tulipanes- comentó indicando con el dedo índice cada flor que llevaba en aquél canasto.
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Post by Ariel Ysk on Apr 23, 2017 5:11:52 GMT
Escuchó su voz desde la entrada. Suspiró. Todos los sirvientes de la Corte la conocían y, por más burbujeante que fuera, tratarían de ella como lo tratarían a él. Ariel carraspeó. Sabía perfectamente lo que buscaba y por eso, levantó la cabeza. Eventualmente, los pasos de Aesther sonaron más cercanos, el eco de su voz retumbó adentro de su cabeza y terminó prendiéndose a su brazo como una enredadera. Ariel tembló. Hacía tiempo que no recibía ese tipo de tacto de nadie y que ella rompiera con esa distancia con esa rapidez lo hizo sentir vulnerable. La verdad era que no le tenía miedo, pero jamás lograba acostumbrarse a esa energía abrumadora. Bajó su mirada y le sonrió por un instante para saludarla. Después de eso, mantuvo su expresión plana, así como su tono de voz. Los hábitos no podían morir para Ariel, después de todo, había sido lo que lo había mantenido con vida.
—Los árboles y las plantas tiemblan de gozo por tu presencia, Aesther.— Le dijo, mientras movía su brazo para que pudiera sostenerse de él con más comodidad. Pronto, notó la canasta que llevaba en las manos. Levantó una vez más la cabeza para ver los colores de aquellas flores. El color y el aroma contrastaba con todo lo que estaba a su alrededor, hasta las visitas más efímeras lograban causar un tremendo impacto. Alzó una de sus manos para tocarlas apenas, pasando los dedos entre sus pétalos. —Gracias, por tu regalo.— Extendió la palma para recibir la canasta. Por más muerta que sonara su voz, los gestos que usaba estaban llenos de agradecimiento.
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Post by Aesther on Apr 23, 2017 5:23:27 GMT
La sonrisa de Aesther se tornó amplia y aún más cálida con las palabras de Ariel. -¡¿En serio lo crees?!- preguntó incrédula. La Soberana la Primavera bien podría preguntarle a las plantas pero había algo en creer en las palabras de su amigo que encontraba aún más reconfortante. En un movimiento natural se prendió más de su brazo mientras el Soberano tomaba la canasta con cuidado. -¡No es problema! ¡Es retribución por los vegetales tan nutritivos que siempre nos dejas tomar con tanta amabilidad, Ari!-. Aesther sentía una gran admiración y respeto por Ariel; no echaba en saco roto el trabajo arduo que realizaban con tanta dedicación. No se creía capaz de algo así... -Dime, dime... ¿qué novedades hay? ¿Haz hecho alguna pócima nueva? ¡Cuéntame!-. Ya era costumbre mirar a los ojos de Ariel y notar aquella tristeza tan callada; había aprendido a no preguntar más, con los años, claro...
Sus ojos se movieron hacia una de las grandes ventanas que daba luz al corredor. Los árboles se mecían con demasiada fragilidad pero se mantenían aún firmes sobre la tierra. La niebla era espesa, ocultando lo que había más allá en el horizonte. ¿Era por eso que Ariel siempre se encontraba tan solemne? Volvió para mirarle y sonreírle, esta vez de una manera más suave. A veces olvidaba que los recuerdos acechaban de maneras diferentes... ella había decidido dejar atrás aquello pero tal vez para el Soberano del Otoño era un caso distinto.
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Post by Ariel Ysk on Apr 23, 2017 6:11:09 GMT
Ella era lo equiparable a un manojo de hierbas frescas. Ariel no había vuelto a sonreír pero a pesar de la falta de su euforia, había marcas en su comportamiento que no tenía con muchos. Era como si no le hubiera importado que se refirieran a él de esa forma tan casual (¿interés político o genuino? Sus sirvientes se lo preguntaron en cuanto lo vieron tomar la canasta llena de flores que contrastaba en su mano.) —Vegetales que sólo crezco, Aesther. Si quieres llevarte algunos a tu Templo, toma los que quieras.— Habló con la honestidad en la punta de la lengua y, en lugar de quedarse estacionados enmedio de la sala, empezó a caminar hacia los adentros del Templo. Andaba con mucha lentitud y atrás de ellos, un par de sirvientes los seguían a una distancia respetable. Quería dejar la canasta a manos de algún sirviente que pudiera llevarla a su habitación y/o llevar a pasear a Aesther por su casa. Era lo más recomendable para una visitante tan cercana.
—La temporada siempre sopla nuevos vientos. No me sorprende. En la época de tu reinado, todo sigue renovándose.— Giró su cabeza hacia donde ella estaba. Era como si estuviera paseando del brazo una estela de luz. Podía ver las sombras huir aterrorizadas ante su belleza y portento. A pesar de haberlas amaestrado, era difícil decir a quién obedecían. —No es nada nuevo, pero el día de hoy elaboré una.— Dijo, sin tratar de apantallar a Aesther, aunque eso no fuera difícil. —Es un brebaje para el dolor.— Comentó sin más. Soltaría los detalles si ella se mostraba interesada, no era su intención aburrirla.
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Aesther
Soberana de la Primavera
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Post by Aesther on Apr 23, 2017 6:34:41 GMT
Caminó a su lado, sonriendo mientras éste respondía con tanta modestia. Sabía que no debía de abusar de su hospitalidad pero se encontraba tan tentada por tomarle la palabra... Los vegetales de la Corte del Otoño simplemente eran los mejores. -Ah, lo haré en cuanto regrese a casa-. No sabía por qué rumbo la llevaría esta vez; no era su primera vez recorriendo los pasillos del Templo del Otoño, sin embargo, con cada visita había algo nuevo que no había notado en la anterior. -La naturaleza sigue su curso natural- contestó un poco más seria, sonriéndole mientras era observada por aquellos ojos profundos y tristes. -Es nuevo aún pero seguramente que en algún momento se repetirá- agregó retomando el paso junto a él. Por un momento hubo un poco de silencio mientras tomaban su camino por los rumbos tan sombríos del lugar.
Inmediatamente al escuchar sobre su nueva pócima, pensó en dos personas en particular a las que le podrían ser de lo más útiles. -¡Ah! Seguramente que les servirán bastante a Ajani y a Asthur... aunque por razones distintas supongo- al decir esto se llevó un dedo a la boca, dándose cuenta de que bien podría estar siendo imprudente, tomando con ligereza las palabras de Ariel. -Pero... ¿por qué la hiciste? ¡No me digas que te duele algo!- terminó por cubrir toda su boca sintiendo algo de susto. ¿Su amigo estaba bien? Esperaba que sí, aunque... de no ser él, ¿entonces para quién era?
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Post by Ariel Ysk on Apr 23, 2017 17:59:02 GMT
Ariel bajó su cabeza para darle a entender que había aceptado su respuesta. Los vegetales iban a seguir creciendo y las bocas de las demás cortes necesitaban ser alimentadas. De nuevo, la lisonja de aquellos cortesanos de la primavera era algo que habían abrazado, no tenía nada que hacer o decir al respecto. Siguió escuchándola. Acordó con ella con pequeños movimientos de su cabeza, como si estuviera moviéndolo el viento. —Así es, todo es nuevo aún. Pasan los años y es como si fuera la primera vez que comprendimos esta Isla...— Todavía lo recordaba. No había llorado desde la vez que escapó de los humanos y el día en que comprendió la naturaleza y representación de esta isla, sintió algo parecido a las lágrimas correr por sus mejillas. ¿Había sido felicidad, acaso?
—Ah.— Le pareció divertido que Aesther mencionara con tanta facilidad a sus otros dos compañeros. ¿Creía que podía ayudarle? ¡Era admirable que ella tuviera la humildad y compasión como para pedir las cosas que ellos necesitaban! Era posible, de su hermano Asthur acercarse a pedir algo, pero no del terco de Ajani. —Mis puertas están abiertas para mis hermanos. Aunque quizás, prefieren las manos de sus boticarios.— Habló con la boca cubierta de sinceridad, sin una pizca de molestia. Se imaginó que a pesar de que los lazos de hermandad iban a ser eternos entre ellos, el compromiso que tenía con sus cortes estaba en otro nivel ¡que los dioses comprendieran la falta de palabras!
Giró a la derecha para entrar a otro pasillo que estaba más dentro del Templo, uno que llevaría al salón de donde había salido inicialmente para saludarla. Quizás a ella le interesaría conseguir algo de lo que estaba ahí. —Un cortesano tiene una esposa enferma.— Comentó. No quería entrar a detalles burdos. El pobre hombre no tenía dinero para un boticario. —La hice para él.— Movió el brazo que no estaba siendo usado por Aesther, quería que su cabello se mantuviera en su lugar. —La magia es poderosa y es fiel a los que creen y sirven de ella. Pero bueno… tu debes de saberlo mejor que yo.— Levantó la mano para señalar una puerta que estaba abierta en medio del pasillo para indicarle que entrarían ahí. El Templo era un lugar hecho de pesadillas, pero obedecían a Ariel. Las sombras parecieron disiparse en cuanto los vieron venir, reconociendo al dueño que venía de la mano con una princesa hecha de flores.
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Post by Aesther on Apr 23, 2017 18:19:31 GMT
Caminaba entre las tinieblas tomada de la mano del Soberano. No podía evitar sentir ligeros escalofríos por toda su piel al ver tanta penumbra... tantos fantasmas y sombras acechando cada esquina pero no sentía miedo. Sólo era... diferente. Sin embargo, se prendió con un poco más de fuerza de Ariel conforme atravesaban el umbral para llegar a una de las salas del palacio. -Eres muy bueno Ari- comentó con ligereza pero llena de honestidad. Se enorgullecía de tener un hermano tan noble... todos, a su manera, tenían sus actos de pura nobleza. Mirovia no podía estar en mejores manos. -Dices eso porque estoy aquí- contestó a lo que para ella era un simple cumplido. Se llevó una mano a la mejilla sometiendo el sonrojo que teñía de pronto su piel. Aquellas palabras viniendo de alguien por quien sentía tanta admiración y respeto la llenaban de dicha.
Se abrían paso entre las sombras; estas siempre obedientes a los pasos de su Soberano. Aesther se maravillaba un poco con aquello sin embargo, se preguntaba, ¿qué eran aquellas sombras? Siempre quedaba en su mente la duda... ¿sería todo lo que se podía ver un reflejo de ellos mismos? ¿Esas sombras eran extensiones de Ariel? Volteó para verle, sonriendo con cierta dulzura más un poco de dolor se hizo presente al encajarse su ceño. La Soberana de la Primavera podía llegar a ser muy vulnerable ante los humores ajenos. Aún le faltaba comprender que la felicidad viene en diferentes formas. ¿Ariel era feliz? -Estaba pensando hacer una fiesta pronto, dime, ¿irás? ¡Di que sí! Hace tiempo que no nos visitas-. Rompió el silencio con aquella invitación. La idea se le vino a la cabeza en ese instante... seguramente que al volver a la Corte habría mucho trabajo por hacer.
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Post by Ariel Ysk on Apr 23, 2017 22:51:45 GMT
Reaccionó a los ademanes de Aesther con un suspiro. Llenó su pecho de aire para cruzar el umbral y soltarlo junto con ella. Ya era libre de caminar a donde quisiera. Atrás, se quedaron los sirvientes de Ariel que esperarían cualquier orden que mandara. Era joven, pero tenía con él a muchas personas que creían en sus palabras. Nadie más que los soberanos habían hablado con los dioses después de todo. Al halago de Aesther, Ariel pudo haber jurado sentir su piel enrojecerse, pero fue solo por un instante. No había nada en su acción que fuera extraño ni dadivoso. Daba sólo lo que podía dar. —Si mi intención fuera halagarte con palabras vacías, lo notarías.— Bajó ambas manos para dejarla explorar. Sus paredes estaban cubiertas de cajones llenos de semillas, flores, notas, brebajes, cualquier cosa que quisiera tomar. Conocía su corazón y ella tenía el derecho de estar ahí.
Apenas había dejado el canasto de flores en la mesa cuando escuchó la invitación de Aesther. Primero, hubo silencio.—¿Una fiesta?— Bajó la cabeza. Nunca se sentía cómodo en las fiestas. Bailar con unos o con otros, con un par o con todos nunca lo satisfacía. Además, no era bueno haciéndolo. Tenía los pies torpes, amarrados a la tierra que lo llamaba. Hubiera querido tener la soltura de otras cortes, pero no había nada en la suya que lo avergonzaba. Lo pensó. Lo pensó otra vez y suspiró. —Si me invita la Soberana de la Primavera no tengo razones para no asistir.— Se imaginó que iba a tener que dejar todo preparado para asistir. La vida en aquel templo transcurría de forma diferente y siempre desentonaba más que sus otros hermanos. Era como si no pudiese pertenecer a ninguna parte. —Tengo semillas aquí de cosas que puedas crecer en las tierras fértiles de tu templo.— Se acercó a un cajón a pasos cortos, como si las sombras lo estuviesen deteniendo. Lo abrió y sacó apenas dos semillas para acercárselas a la jovencita. —Crecen de noche, les llamo Tragaluna.—
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Aesther
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Post by Aesther on Apr 23, 2017 23:11:47 GMT
Al Ariel bajar sus manos ella comenzó a moverse con mayor soltura por el lugar. Su atención se fue en seguida hacia una mesa con varios cajones que exploró sin permiso. Se sentía con tanta confianza para moverse de aquella manera que no pensaba que estuviera violando la privacidad de su amigo. Estaba tan distraída, observando los pedazos de hojas secas, los pedazos de papel manchados por el tiempo y los pequeños frascos que tenían insectos y semillas en su interior. Levantó la cabeza para girarse hacia el Soberano, no estando segura si realmente deseaba asistir a tal evento. -¿Irías con gusto, cierto?- preguntó sonriente. Podía notarse una cierta tristeza en el tono de su voz a pesar de su semblante alegre. No tenía la certeza pero sospechaba que su amigo sugería que iría sólo por compromiso. De alguna forma al hacer esa pregunta deseaba convencerse de que así sería.
Caminó hasta el cajón a donde se había acercado Ariel, rozando sus dedos por encima de los otros muebles. Levantó ligeramente la cabeza, asomándose desde la distancia para observar lo que se encontraba en el interior de aquél compartimento. Tragaluna... sonaba a que era una flor de lo más hermosa. -¿En serio quieres regalármelas?- exclamó con gusto, mirándolo por un breve instante, antes de tomar un poco de las semillas entre sus manos. Llevó uno de sus dedos para acariciar la superficie de una de las semillas como si estuviera tocando a un animal pequeño e indefenso. -Dime, dime... ¿para qué usas las Tragalunas?- preguntó curiosa mientras sus ojos se paseaban por todo el cuarto, buscando algún bote o maceta pequeña en donde pudiera ponerlas a reposar.
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Post by Ariel Ysk on Apr 24, 2017 5:18:16 GMT
Una vez más, Ariel bajó su cabeza. No quería imaginarse lo que había entendido Aesther con la forma en que había hilado sus palabras, pero necesitaba volver a decirle.—Iría con gusto.— No mentía, a veces salir del aire viciado del Templo le hacía bien. El camino, si bien era largo, iba a ser suficiente como para reflexionar y escribir. ¿Qué tipo de Soberano sería su tenía miedo de salir de su área de confort? Entrecerró los ojos, observarla entrar a su espacio con esa libertad le daba algo de paz. ¿Así sería siempre en su Templo, con sus cortesanos? ¿Acaso podían con esa energía? Hasta las flores más bonitas pueden hacer que las personas callen.
—Crecen aquí, les gusta el suelo de mis tierras aunque no tienen mucho que darles...son flores desinteresadas.— Dejó el resto de las semillas en manos de su compañera. No pensó en dárselas en alguna bolsa o presentación como ella lo había hecho con las que tenía en la canasta. Ariel estaba acostumbrado a dejarlas en sus bolsillos y siendo que la flor en particular no era delicada, juzgó haber hecho bien.—Son buenas para hacer que los insomnios desaparezcan. Si haces una pasta con sus hojas y las pones en el pecho del paciente, logrará conciliar el sueño.— Ladeó su cabeza, uno de los mechones delgados de su cabello corrió por su frente, pero no parecía importarle. —Hacen un té delicioso también.— Notó la impaciencia de su mirada y sin decir nada se levantó para buscar alguna maceta pequeña que tuviera por ahí. Halló, después de haberlas visualizado en su memoria, un pequeño recipiente hecho de barro que fue a entregarle.
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Aesther
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Post by Aesther on Apr 24, 2017 5:37:28 GMT
Escuchaba fascinada a las explicaciones de Ariel y aún más al escuchar para lo que servían. No pudo evitar sonreír aún más cuando supo para lo que las usaba. Tal vez era coincidencia pero le servirían demasiado. -Parece como si supieras- susurró con un tono amargo en su voz que inmediatamente se sacudió al levantar de nuevo la mirada. -Creo que ahora podré dormir mejor- comentó de nuevo con la misma ligereza de siempre. Observó paciente al Soberano moverse en sus dominios para buscar una maceta donde pudiera colocar aquél presente. Era tan atento y cuidadoso con ella; no por algo se sentía tan cómoda visitándolo. -Gracias- agregó tomando aquél recipiente entre sus manos. Colocó las semillas dentro de él, asomándose por un momento para verlas, como si tuviera que confirmar que aún se encontraran ahí. Sonrió.
-¿Tú tomas ese té entonces?- debía de hacerlo con seguridad. Aseveraba que era delicioso. Se preguntaba si era por el sabor o si él también tenía problemas para dormir. Era difícil saberlo; Ariel era un hombre reservado que aunque siempre la recibía bien, era raro que conversaran de otra cosa que no fueran temas de rutina o sobre los constantes temas que siempre se aparecían como destellos en la cabeza de Aesther. Esperaba que su amigo se sintiera dichoso con su visita; Aesther se sentía con ese poder... ignorando que a veces habían cosas más allá de sus propios deseos.
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Post by Ariel Ysk on Apr 25, 2017 6:09:21 GMT
Pestañeó un par de veces, como si estuviera reaccionando a algo que no había registrado. La voz de Aesther se pronto se había ensombrecido. No. No tenía que ver las amarguras que estaban rondando con severidad su templo, sino con las preocupaciones que ella tenía en la mente. No, no debía de llorar, mucho menos entristecerse si iba o no. Ariel sabía que su presencia era tan irrelevante como una hoja seca cayendo de un frondoso árbol. Se acercó a ella, más rápido que de costumbre para verle los ojos. Le observó adentro, en la pupila donde estaban los sueños. Pero no podía ver una pizca de nada, ni de terror ni desesperanza…. Quizás estaba más adentro o quizás no había nada. Levantó la barbilla.—No veo tus ojeras hermana. Tus sueños en tu templo deben de ser más amables que los míos.— Se detuvo frente a ella para ver cómo guardaba las semillas de Tragaluna en el jarrón que le había dado. Esas flores creían cerca de las esquinas de su templo, escondidas del sol, entre la humedad. Quizás hallar un lugar así era extraño para los territorios de la primavera pero no era imposible. Nada lo era para su hermana.
—Sí.— Aceptó inmediatamente. No era mentira que a veces las pesadillas que se habían gestado detrás de las puertas de su hogar trataban de torturarlo en sueños, mostrándole imágenes horrendas, encharcadas en tristeza. Apenas los brebajes eran suficiente como para ayudarlo a despertar. Hundirse en aquellos recuerdos sería escupirle al esfuerzo de todos aquellos que confiaron en él para estar donde estaba, con la corona sobre la cabeza. —Beberlo ayuda para ahuyentar los espectros de la mente.— Señaló, como un boticario sabio aunque no tuviera conocimiento académico formal. La vida empírica le había enseñado muchas cosas a base de prueba y error. —¿Usarías sus efectos oníricos, hermana?— Preguntó con una curiosidad que enmarcaba sus manierismos.
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Aesther
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Post by Aesther on Apr 25, 2017 7:25:50 GMT
Al ver la preocupación que despertó en Ariel, la Soberana de la Primavera sintió un dolor en el pecho. Se había prometido jamás entristecer a nadie por lo que sus desgracias, miedos e inseguridades las guardaba para compartirlas sólo con su almohada. Inmediatamente alzó la vista, dejando descubiertas a las semillas de Tragaluna del cobijo de su mirada. La observaba atento, como si intentase nadar en sus pupilas. -Es sólo en ocasiones- comentó agitando suavemente su mano, tratando de alejar los malos pensamientos. Intentó sonreír un poco más; detestaba preocuparlo a él y a los demás.
Lo miró curiosa, preguntándose si aquellas pesadillas era sólo de aquél pasado bien sabía ella era doloroso o si había algo más. Caminó hasta una de las ventanas, por un momento dándole la espalda, para colocar la maceta sobre una de las mesas. -Ya veo...- comentó de nuevo inspeccionado lo que se encontraba en los alrededores de aquél cuarto. Pudo ver una maceta con una planta que estaba a punto de comenzar a marchitarse. Agitó su mano haciéndola crecer un poco, no quería ser del todo entrometida (aunque ya lo había sido bastante sin haberse dado cuenta). -Creo que sí Ari... a veces mis sueños se tornan muy oscuros, pero no todo el tiempo-. Se giró a medias sólo para poder mirarlo y hacerle ver que se encontraba alegre. Inevitablemente la melancolía acariciaba su espíritu al tener a su hermano del otoño cerca; no le desagradaba pero aún no lograba dominar tales sentimientos. -¿Qué clase de cosas sueñas con este té, Ari? ¿Te sientes feliz?-. Aún se mantenía frente aquella ventana sintiendo con suavidad el calor del día, muy a pesar de la niebla que rodeaba el templo tan caprichosamente.
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